Olvi y Marito

¿Es que nunca hablas bien de nadie?, me preguntaron hace poco. ¿Será porque es más fácil ser una criticona?¿Será que hay pocos programas en la tele que den pie a la loanza? Al menos en lo que a canales generalistas se refiere. Pero con la TDT nuevos productos han llegado a nuestras pantallas para enriquecer nuestra experiencia televisiva, para hacernos evolucionar a la era catódica 2.0, para hacernos ver que hay vida más allá de Telecinco, el mundo rosa, el morbo o el espectáculo circense. Es el caso de la MTV, que nos ha regalado la posibilidad de conocer y descubrir a dos fenómenos del chow televisivo.

Hoy voy a hacer una excepción y mi crítica será blanca; todo buen rollo y armonía. Porque definitivamente, ¡me ha encantado seguir el reality de 'Alaska y Mario'! Y, como ocurre con las cosas buenas, me ha dejado con ganas de más. Exijo a MTV y El Terrat que se pongan manos a la obra para preparar el especial 'Alaska y Mario: el armario'. Quiero ver uno por uno todos esos objetos que exhiben en una vitrina, porque obviamente ellos nunca pondrían la clásica cristalería que nunca se usa y que da razón de ser a las vitrinas. Ellos son poseedores de un tesoro, un universo de símbolos e iconos de nuestras vidas, que van desde un algo que parece un huevo Fabergé (no sé si versión bazar chino o auténtico) hasta una colección de portacaramelos Pez.

Alaska y Mario han naturalizado el concepto de reality y han recuperado su planteamiento inicial, liberándolo de las ataduras de la manipulación, la guionización y la realidad pre fabricada. Y aunque es verdad que sólo nos han mostrado la cara más amable y más festiva, y han hecho coincidir ciertos acontecimientos para darle más vidilla, como ellos mismos reconocían, dudo que esta pareja no sea así en su vida real.

Que aunque a veces se dejan arrastrar por su personaje televisivo, nos han regalado naturalidad y cotidianeidad, siempre puntualizando que para Alaska y Mario, el concepto de cotidiano comprende cosas como viajar a Ibiza para pinchar en Pachá, ofrecer cenas en su casa rosa con invitados como Carmen Lomana, convertir la compra de una báscula en todo un acontecimiento u organizar un bodorrio gitano de tres días para darle vida a esta “versión” más loca, pop y petarda de 'The Ousbournes'.

Cameos, personajillos y personajes

Como las buenas narraciones, ‘Alaska y Mario’ es una historia de personajes, a cuál más pintoresco y revelador. Algunos de ellos son dignos merecedores de un spin off; otros no pasan de la anécdóta y sólo han aportado al programa un toque extra de surrealismo, como los espontáneos de la Lomana. Otros han hecho fugaces apariciones como miembros activos y famosos de este grupúsculo, como Amenábar, David Delfín, Boris Izaguirre o Fabio McNamara. Y otros han supuesto un descubrimiento maravilloso y nos han dado grandes momentos.

Empezando por Pablito, el niño más feliz del mundo, el niño que todos querríamos haber sido y siguiendo por América, esa increíble señora que a sus 82 años va de groupie a los conciertos de su hija y se sabe sus canciones; las Nancys Rubias, el paradigma del mamarrachismo bien llevado; el ortodoncista de Alaska; el cirujano que se niega a deshuesar a Mario Vaquerizo para que parezca más delgado; Patri, la asistenta, y su bebé que tan pronto viste de perlé como que lleva bodys con calaveras; la profesora de inglés con más paciencia del mundo... Todos ellos eran necesarios para entender a Olvi y Marito, para descubrir cuán divertida puede ser a veces la vida cuando se es una celeeeeeebrity (¡ahí vá, qué chorrazo!) y se arrastra todo un pasado de constante transgresión y además todo te importa un vatio.

La “mamarracha”

Pero sin duda, el verdadero descubrimiento de este reality ha sido el propio Mario. Marito. Reconozco que al principio me parecía demasiado estridente, demasiado pelma, demasiado superficial, demasiado histriónico. Demasiado. Pero con el tiempo se ha ido quitando capas y a veces hemos podido ver algunos guiños de su genialidad. Genialidad que combina con otros espontáneos como llamar 'marsupial' al Sumial, confundir a Bob Esponja con un trozo de queso y a América con un país, y quedarse tan ancha. Sólo él puede ser una tonta graciosa e irreverente pero tan abrazable.

Sólo él puede manejar términos como ‘mamarrachismo’ o ‘torrojismo’ con tanto desparpajo o conjugar el verbo to be peor que un niño de diez años. Pero es que Mario, Marito, es un niño grande. Un niño grande que quiere jugar todo el tiempo. Que se gasta 20.000€ en chupas y luego lloriquea porque no tiene dinero. Que le pregunta a un médico si no se puede quitar la glándula submaxiliar para que se le marque el pómulo. Que contrata a una nutricionista para después alimentarse a base de cerveza y cortezas de cerdo. El autor de frases tan célebres como “Viva la química y vivan las cosas que nos hacen sentir mejor” o “Ah, que el mar es azul”.

Alaska, el mito

Acabado el reality, Alaska sigue siendo un misterio para mí. Y aunque siempre la veré con mis ojos de niña de 6 años fascinada cada sábado ante la tele con 'La Bola de Cristal', hay cosas de ella que nunca entenderé, como cuando se metió en aquel fregado de Eurovisión o su participación en un programa de la COPE. No sé si es tan moderna y alternativa que se lo puede permitir o es que a mi se me escapa algo. En cualquier caso, me ha encantado su naturalidad y su relación con Mario. Hemos descubierto a Olvi, la reina del glam y del carbohidrato, la amante de los perros y la fan de 'Sálvame', y también nos gusta.

En cuanto a la boda, no desentonó con el resto de su día a día. “Casados en Las Vegas y en la Gran Vía”. Y aunque eso era lo que movía todo el programa, en realidad sólo ha sido una conclusión. Lo que ha merecido la pena es habernos metido en esa casa rosa llena de objetos imposibles, arte, hello kittys y flamencos y descubrir que se puede divertir sanamente al espectador. Que no es verdad que sólo queremos morbo. Que se puede “vender” cierta parcela de intimidad pero sin sobrepasar unos límites y sin perder el norte. Porque aunque son unas petardas, estas chicas son muy cabales.

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