'¿Quién quiere casarse con mi hijo?', mejor solo que mal acompañado

Dos de los solteros candidatos a eso que Cuatro entiende por matrimonio tomaron ayer la decisión final en '¿Quién quiere casarse con mi hijo?'. Para saber qué será del resto, tendremos que esperar una semana más. Pero mucho me temo que no habrá boda, pese a las pretenciosas pretensiones del programa. Que más de un chico acabe llegando a la conclusión, después de vivir esta experiencia, que está mejor solo que en compañía de pretendientes como esos o que una candidata opte por autoeliminarse, sólo puede significar que este dating show ha fracasado estrepitosamente en el objetivo que se marcó; entre “apostar por el amor o volver a casa con mamá”, parecería que más bien ha triunfado lo segundo.

Y no hay más que echar un vistazo ha cómo ha quedado el campo de batalla: el paisaje es desolador. Rubén no ha conseguido resolver sus “problemas mentales”; Jose Luis, hijo de diplomático, ha sido de todo menos eso y ha acabado con Alice porque Christiane ha decidido que una retirada a tiempo es una victoria (y de paso, conserva su dignidad); David se ha visto envuelto en una pelea de gatas que le ha hecho dudar por momentos de su buen criterio eligiendo, aunque ayer acabó confesando que en realidad él sólo buscaba “tirarse a diez tías” (ingeniero químico dixit). Y Luis Ángel, el pobre Luis Ángel, le ha declarado su amor a Juan Carlos desoyendo el warning!, warning!, esa “señal” que le decía que algo no iba bien. Tal vez con su paso por el programa logre superar su ingenuidad y aprenda a olerse la tostada antes de que le rompan el corazón.

Pero no todo está perdido: creo que el programa aún tiene una oportunidad de ser útil (si es lo que realmente quiere), pero para ello debe reconvertirse, redefinirse y reconceptualizarse (y vitaminarse y mineralizarse). Resultaría una buena plataforma para practicar ese coaching que tanto gusta en la cadena que antes molaba; visto lo visto en esta primera edición, más que a buscar pareja, los candidatos deberían dedicarse a replantearse unas relaciones madre-hijo que, en el mejor de los casos, pueden calificarse de inquietantes. Si finalmente deciden dejarlo como está, seguiremos disfrutando de esa sensación agridulce que provoca todo lo trash: te encanta, pero te encoge. Todo es mentira, pero a veces, sólo durante unos segundos, llegas a creértelo. Y en cualquier caso, acabas por disfrutarlo, aunque sea un placer culpable.

Y no es fortuito: todo está atado y bien atado con un buen cásting, el verdadero responsable del exitazo del programa. En cuanto a la parte de dating, sólo es la excusa, el contexto para plantear una serie de escenarios muy de (reality) show: triángulos amorosos, movidas entre candidatas, su poquito de edredoning (pero sin edredón, que es verano), sus frases para la historia (“Ni por wi-fi la toco”, “No creo en Dios porque no puede haber nadie superior a mi” y otras más manidas como “A mi madre ni la nombres”), etc.

El proceso de selección también ha sido crucial para descubrir a esos personajes revelación que se merecen un spin off. Si en el reality de 'Alaska y Mario' nos encariñamos con Pablito, '¿Quién quiere casarse con mi hijo?' nos ha hecho amar a Toya, sus desmanes, sus frases lapidarias y su clasismo (no así su racismo pésimamente disimulado). Como personaje catódico estimable/odiable tiene un potencial único (de hecho, esta no es su primera experiencia televisiva, pues ya fue carne de docu-reality en “Princesas de Barrio”).

Paralelamente, las redes sociales han ayudado a encumbrar el programa con hastags como #hijostrospidos, que llegó a convertirse en trending topic. Los espectadores casi estaban más ansiosos por comentar el programa en Twitter que por verlo. Y eso que verlo, ha sido una gozada. Literalmente: el montaje de video ha contribuido a hacerlo aún más cómico, sobre todo con escenas como la pelea Pimpinelesca de Graci y Ginna de anoche o los totales de las declaraciones de los chicos convenientemente editadas para dejarles (aún más) en ridículo.

El avance de la que será la gala final promete un desenlace legendario. El pastel Cristopher-Juan Carlos por fin será descubierto (después de haber sido estirado hasta el límite) y Mª Carmen amenaza con todo su potencial de amor de madre. Pilar tendrá que lidiar con una nuera rebelde mientras que Toya tiembla ante la posibilidad de que entre una princesita en su casa, ella, que ha “conducido tanques por Irak mientras le caían misiles encima”. Me reitero: este programa es demasiado pequeño para alguien como Toya. Espero ansiosa su salto a una nueva edición de 'Mujeres Ricas' o incluso a una silla de 'Sálvame', ejerciendo de nueva Lomana.

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