'The Bastard Exectutioner' 1x10 Season Finale Review: Un final inevitable

PorMarta Ailouti

Demasiadas cosas han fallado en 'The Bastard Executioner' como para esperar que superaría su primera temporada. En especial, aunque por desgracia no únicamente, la audiencia. Esa a la que Kurt Sutter se refiere en su despedida, después de anunciar su cancelación. El público, dice, ha dado su veredicto y este ha sido “meh”. Y aunque uno no siempre comulgue con la opinión de la mayoría de los espectadores, en esta ocasión, no hay mucho más que añadir al respecto.

Sirva, pues, su décimo episodio como un hasta luego enmascarado de un adiós definitivo. Un final de temporada, un final al fin y al cabo, que, como tal, funciona bien, aunque lo haga sin salirse de la línea general del resto de la serie, en medio de esa especie de “quiero y no puedo” constante entre el que siempre se ha movido.

¡CUIDADO SPOILERS!

Una dura verdad o la ilusión de una hacedora de pociones

Si tuviera que definir 'The Bastard Executioner' sirviéndome de su propio lenguaje, diría que la ficción es más el resultado de la “ilusión de una hacedora de pociones” que de una “dura verdad”. Como, no obstante, no creo que haga falta poner nombres, labor que tampoco me parecería justa, hablemos pues de Annora, ahora también, como ya intuíamos, madre del pseudo-verdugo (el momento de la confesión no podía ser más insípido). Ella es la causante, al menos, de que el padre Ruskin y Luca permanezcan secuestrados por los hombres de la Rosula, dispuestos a todo con tal de sonsacar a sus presas el paradero de la serafín.

Es por ello que, mientras tanto, Wilkin y lady Love intentan reunir a un regimiento de hombres que les haga frente. Se trata de un grupo formado, básicamente, por todos los otros personajes de la serie: el escriba, los hombres de West River Riding, Milus Corbett, el sheriff Leon y Locke, además de los rebeldes de Byth Encil y el propio templario. Una unidad variopinta, por no decir que inesperada, que nos promete, de algún modo, y haciéndome eco de las palabras de Kurt Sutter, una batalla “épica”.

Sin embargo, todo permanece en ese tono tibio en el que nos ha mantenido sumidos la ficción, episodio tras episodio. Ni el sacrificio del templario, ni el enfrentamiento después entre los dos bandos, donde uno nunca tuvo la sensación de que ninguno “de los nuestros” corriera peligro real, nos causan un mínimo de tensión. Si acaso, un poco, el asesinato del arzobispo a manos de Luca. De él, precisamente, escapa Sir Cormac (Ed Sheeran).

Dos venganzas irrealizables

Por su parte, en su último episodio dos de los hombres de West River Riding dan un paso, al fin, hacia su venganza. Un paso pequeño, eso sí, sobre todo en el caso de Toran al que, un duelo mano a mano con el asesino de su mujer en el que pierde, le basta para saldar su deuda, a cambio de su vida.

Es Locke un hombre de honor. Aún diré más, un buen personaje al que hemos tardado demasiado en descubrir. En esto, se parece mucho al propio Marshal. De él, dan ganas de haberlo visto más. Pero el momento se me antoja demasiado pequeño para ambos.

Tampoco Wilkin sale del todo satisfecho de su encuentro con Leon. En estos casos, no es cierto que la verdad te haga más libre. Más bien al contrario. El falso Maddox ahora sabe que fue otro el que asesinó cruelmente a su mujer y las miradas, sus miradas, se dirigen hacia nuestro querido chambelán, Milus Corbett. Honestamente no creo que fuera él. Pero eso es algo que ya nunca sabremos.

¿Un happy end made Kurt Sutter?

Por lo demás, lo que queda es la sensación de que suenan clarinetes al terminar el capítulo. Clarinetes o Ed Sheeran. Y yo agradezco, en parte, que así sea. Y es que, a pesar de dejar unas cuantas tramas abiertas, sobre todo en lo relativo a la venganza del verdugo o al futuro del condado de Ventris, de los rebeldes y de la baronesa, la sensación que impera es la de un punto final, aunque un poco edulcorado. Tan tierno que hasta el propio chambelán lo parece y se presenta ante nosotros completamente desfigurado.

No obstante, soy de las que piensan que el momento de las despedidas no es el mejor para los reproches. De esos hemos tenido bastantes por aquí. Habrá que quedarse pues, con esos instantes de camarería y complicidad que tan bien se le dan construir a su creador. Con el propio Milus Corbett y con Lady Love (maravillosa, Flora Spencer-Longhurst). Ella es lo mejor de toda la ficción junto a su adorable e inseparable Isabel, a la que dan ganas de hacerle un spin-off (solo las dan, no vayamos a pasarnos), y cuya presencia en una de las últimas escenas no me parece casual, sino justicia.

Un final, con buen sabor de boca, donde impera la ironía y el humor, lo que siempre va a favor de Kurt Sutter, para una serie en la que habíamos puesto muchas expectativas y no llegó a dar la talla. De que volveremos a vernos en otros contextos no me cabe la menor duda. Sutter se repondrá y, si es listo, sabrá hacer autocrítica y aprender de sus errores. Solo así se consigue crecer y avanzar. A pasos agigantados si es capaz de hacer bien su lectura.

A vosotros, gracias por acompañarme y no dejarme sola por estos derroteros. A continuación, podéis leer el mensaje de despedida de su director.

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