Juego de Tronos 7x03 Review: Encuentros envenenados

‘Juego de Tronos’ 7x03 Review: Encuentros envenenados

Por Alberto Rodríguez

Si algo ha habido en este tercer capítulo -encarando el ecuador de la temporada-, han sido sin duda los encuentros personales. Entrevistas muy potentes entre protagonistas de esta magnética historia creada por R.R. Martin y que desafortunadamente se volvieron momentos amargos, instantes después de que comenzaran. Tan potentes y amargos como el veneno que acompaña siempre a los pobladores de Poniente y que tiene por costumbre aparecer en cualquier enfrentamiento entra casas.

Este cruel protagonista, con su sabor tan familiar, ha vuelto a entrar en escena para acaparar todo el interés y de paso hacer el trabajo sucio. Ya sea en forma líquida o verbal, su ponzoña ha obrado los designios para los que fue creado: envenenar el alma y el cuerpo de sus destinatarios.

Y cuando uno de estos pobres desdichados sentados a la mesa de este desafortunado juego pensaba que su organismo era capaz de repeler cualquier tipo de envenenamiento por atroz que fuera, un vestigio procedente del pasado se materializó para demostrarle cuán equivocado estaba. Y es que la verdad puede ser tan dañina como el veneno.

¿La respuesta? Al final de esta review. Ahora vamos con el encuentro más esperado.

(Atención: uno de los spoilers más potentes de la serie está encerrado en este texto. No sigas leyendo sin haberlo visto, no sea que te envenenes)

Las cosas claras y el veneno espeso

“-Estáis en presencia de Daenerys de la Tormenta, de la casa Targaryen, legítima heredera del Trono de Hierro, legítima Reina de los Ándalos y los Primeros Hombres. Protectora de los Siete Reinos. Madre de Dragones. Khaleesi del Mar de Hierba. La que no arde y Rompedora de cadenas.”

“-Os presento a Jon Nieve… el rey en el Norte.”

Una vez más, la humildad y la sencillez fueron la carta de presentación del bastardo de los Stark. Jon se presentaba como un mindundi más frente a la empoderada Daenerys, escudriñando con aires despistados cada rincón del salón del trono sin ningún tipo de aspavientos. Con su típica mirada desconfiada y carente de expresión.

Sin embargo, sir Davos no tardó en dejar las cosas claras: él era el Rey en el Norte, le pesara a quien le pesara. Y por muy madre de dragones que fuera -de lo cual fueron testigos subiendo por la escalinata a la fortaleza-, Jon era el primer hombre que había logrado un pacto entre los norteños y los hombres libres.

El problema radicaba en que el último rey en el norte, Torrhen Stark, se había prosternado frente al antepasado de Daenerys, Aegon Targaryen, a cambio de su vida y la de sus paisanos. Y, por tanto, había jurado lealtad a la casa Targaryen de manera perpetua. De modo que la Khaleesi invitó a hincar la rodilla a su joven invitado, puesto que el juramento de Torrehn Stark le obligaba.

Si el pobre Jon hubiera conocido en esos momentos la realidad de su parentesco con Daenerys, y que Aegon también era su antepasado, se hubiera sentido con más valor para desobedecer a su “tía”. Pero no le hizo falta esta ventaja porque igualmente la desautorizó: su padre, el rey loco, había asesinado a su abuelo y la herencia de su padre postizo, Ned Stark -aunque él todavía lo desconozca-, fue precisamente contra la barbarie dejada por el padre de Daenerys. El genocidio llevado a cabo por su progenitor invalidaba cualquier tipo de juramento pasado.

Pero la madre de dragones, a pesar de no haber recibido una educación exquisita, es una formidable parlamentaria. Y le dio a Jon Nieve donde más le dolía: con sus propias palabras. Le pidió disculpas por los crímenes del Rey Loco en nombre de la casa Targaryen y le instó a que no la juzgara por los pecados de su padre. Esto mismo fue la razón que enarboló Jon cuando perdonó a las casas del Norte que se habían revelado contra los Stark a favor de los Bolton.

Y efectivamente, Jon reconoció la inocencia de la khaleesi. Pero no dio su brazo a torcer. Ella era una extraña que exigía el trono a expensas del nombre de su padre. No tenía ninguna garantía. Suerte que ‘la araña’ entró para desbloquear ese aparente punto muerto en el que se encontraba la negociación entre el hielo y el fuego que Melisandre había juntado por fin. Lord Varys traía malas noticias: Elaria, las serpientes de Dorne y los Greyjoy podían estar en estos momentos apresados o muertos.

En el segundo tiempo de esta entrevista esperada por todos, la conversación sacó un fruto: el permiso por parte de Daenerys para iniciar la prospección y extracción del vidriagón, la obsidiana capaz de derrotar a los temibles caminantes blancos de las pesadillas de Jon Nieve. Así se lo comunicó mientras ambos se deleitaban con los exteriores de San Juan de Gaztelugatxe, el verdadero Rocadragón.

Al margen de las creencias de la madre de dragones sobre la existencia real o no del Ejército de los muertos o el Rey de la noche -le importaba más lo de la daga clavada en el corazón de Jon-, la magia de Tyrion hizo efecto en la anfitriona y consiguió que ambos acercaran posturas. Que Jon consiguiera el material preciado no suponía amenaza alguna para la soberana y su vez ganarían tiempo para resolver lo que importaba en ese momento. La guerra con Cersei ya había comenzado.

Amigas y conocidas

Y hablando de Cersei, se podría decir que la Reina de los Siete Reinos estaba empezando a levantar cabeza. Su reciente aliado, Euron Greyjoy, le había puesto a sus pies a Elaria Arena y a su hija Tyene, las asesinas de su hija Myrcella. En palabras del descarado corsario, le había proporcionado justicia. Y por supuesto sólo había una recompensa en la sucia mente del pirata: yacer con Cersei. De hecho no se cortó en pedirle consejos de índole marital a su hermano Jaime. Total, qué más da. Si hasta la propia Cersei ya no se molesta en ocultarlo delante de sus vasallos, a quienes incluso obliga a cambiar las sábanas que habían sido testigo del incesto.

Pero lo que importaba por encima de todo era la venganza. Y aunque Elaria escupió a los pies de la reina y se mostró altiva bajo el peso de las cadenas y el ahorcamiento de la mordaza, su valor flaqueó al instante de ver la muerte tan poética y cruel que Cersei tenía preparada para su hija. Con el beso de la muerte -tan simbólico, no sólo porque fue asñí como Elaria mató a su pequeña, sino porque es un recurso muy utilizado en las historias de ficción-, Cersei condenó a Tyene a una versión más dilatada de la misma muerte que sufrió Myrcella Baratheon. El veneno proporcionado actuaba lentamente. Así se lo confirmó Cersei a Elaria: “Viviréis para ver pudrirse a vuestra hija”.

Y de esta forma dejó sumidas a las dos dornienes en la mayor de las agonías. No así en la mayor de las oscuridades, pues la reina solicitó que la mazmorra estuviera siempre provista de antorchas para que Elaria no se perdiera ningún detalle del devastador proceso que le esperaba a su hija. Quién sabe. A lo mejor aguanta para cuando Daenerys tome Desembarco del Rey.

Mientras eso llega, Cersei tiene que mantener a raya a los acreedores. El Banco de Hierro, aun siendo fan de su empresa de cargarse el Septo de Baelor -un desagradable accidente, por supuesto-, seguía queriendo su dinero. Pero unas palabras convincentes bastaron para demostrar que Cersei era hija de su padre: un Lannister siempre paga sus deudas. En cambio, Daenerys es una revolucionaria que vendrá a cambiar las cosas y a ponerlas patas arriba. ¿Les gusta a los banqueros este tipo de caos? Me parece que no.

Así que sí. Con los acreedores a raya, sus enemigas destruidas y con Jaime al cargo de su ejército de tierra y Euron al cargo de su ejército por mar, se podría decir que Cersei comenzaba a levantar cabeza. El siguiente paso suponía caminar hacia el oeste…

Falta de imaginación… incluso para matar

Ojiplático se quedó Gusano Gris, el inmaculado, cuando después de acometer brillantemente la estrategia de entrar a Roca Casterly por las alcantarillas que el propio Tyrion había supervisado por orden de su padre, se dio cuenta del ‘troleo’ del que habían sido víctimas por parte de los Lannister. Apenas un puñado de soldados habían defendido la fortaleza inexpugnable que había resistido hasta ese día. Sin embargo, a pesar de la reciente toma por parte de los Inmaculados, pronto éstos tendrán que hacer las maletas, pues Euron les pisa los talones con su flota y las despensas fueron vaciadas antes de que los Lannister abandonaran su casa ancestral.

Pero si no estaban en Roca Casterly, ¿dónde se encontraba el verdadero ejército Lannister? Pues haciendo realidad los deseos de su reina y señora Cersei: conquistar el último bastión rebelde y aliado de Daenerys. Altojardín.

Al parecer, el padre de Sam, Randyll Tarly, había claudicado ante el temor a los dothrakis y se había decidido a traicionar a “Olenna, la zorrupia”, como la había bautizado Cersei. Y la experimentada mujer vio venir la muerte desde su balcón. Así que se dispuso a esperar.

Y he aquí el último y más amargo de los encuentros de este episodio y de la vida de Olenna. Cual anciana sentada bajo las faldas de una mesa camilla, la soberana se interesó por la forma de luchar de sus hombres. Jaime le contestó con condescendencia: han luchado todo lo bien que se podía esperar. A lo que la mujer replicó con resignación que el noble arte de la lucha nunca fue el fuerte de sus hombres y que no en vano en su estandarte tenían rosas de plata.

A continuación, vino la conversación de verdad: acompañados de dos copas que Jaime puso sobre la mesa, Olenna le habló abiertamente a Jaime, y éste le correspondió, a sabiendas de que sus secretos no saldrían de esa cámara, como bien le reconoció la mujer. Haciendo balance ante el final de su existencia, Olenna reconoció que había cometido actos inconfesables con tal de hacer el bien para los suyos. Sin embargo, las atrocidades de Cersei habían superado con creces los límites de su imaginación. Y precisamente esa falta de imaginación fue lo que impidió que se adelantara a sus movimientos.

Antes de que siguiera despedazando a su amante y la madre de sus hijos, Jaime expuso la forma en que habían convenido que muriera: veneno mezclado en una de las copas que tan ‘generosamente’ le ofrecía en ese momento. La vieja asintió: “será doloroso”. “Para nada, lo he dispuesto así”. “Eso es bueno”, dijo ella, y por si acaso Jaime se arrepentía de su acto piadoso, cogió con determinación la copa y acabó con su contenido de forma rápida y compulsiva. Para ella no había un mañana…

O tal vez lo hizo para intentar cobrar el valor que infunde el alcohol, pues antes de exhalar su último aliento tenía que hacerle una confesión tan potente como el veneno que recorría en ese momento su cuerpo: si le había preguntado por los efectos letales del mismo fue porque no quería morir como su hijo Joffrey. Amoratado, con las manos al cuello, y los ojos ensangrentados. Una muerte horrible, incluso para ella. Pero claro, no podía saber qué efectos tendría el veneno en el muchacho porque era la primera que manipulaba esa sustancia y no sabía cómo funcionaba…

En ese momento el rostro de Jaime palideció. Sí, ella era la responsable de la muerte de Joffrey. Después de todos estos años pensando en ‘el Meñique’ como único autor del regicidio y resulta que Olenna se había cobrado en adelanto todo el daño que Cersei había infringido a su familia. Y quería que ella lo supiera.

Jaime abandonó la estancia, seguramente arrepentido de la piedad que había mostrado con ella, por no atravesarla con su espada. Sabía que su hermano Tyrion no había sido el asesino de su hijo, pero nunca sospechó de Olenna. Sin embargo, si volvemos a ver la secuencia de la muerte de Joffrey, sobre todo en el minuto 1:52, podremos ver con nuevos ojos la misma y reparar en un nuevo significado que antes no fuimos capaces de vislumbrar.

En cualquier caso, queda demostrado que por muy envenenados que se crean, las almas de nuestros torturados protagonistas siguen teniendo capacidad de contaminarse.

No podíamos pasar por alto otro encuentro esperado: el de Bran y Sansa. Y Arya está en camino. Pronto los hermanos Stark estarán juntos y de nuevo reunidos en el Norte. Pero de momento la hermana mayor ha podido disfrutar de la compañía del benjamín de la familia y Señor de Invernalia. Mas su hermano le quitó la idea enseguida al revelarle su condición como ‘Cuervo de tres ojos’. Las ansias de curiosidad de Sansa ante tal revelación se pasaron rápido cuando Bran empezó a narrarle su noche de bodas. Por muy vidente que fuera, como su hermano pequeño, no estaba bien que tuviera acceso a ese tipo de recuerdos.

Y Jorah también parte al encuentro de su adorada Daenerys. El único lugar que le queda. Ahora que se ha curado de la dichosa enfermedad que le tenía postrado en ese sanatorio esperando a la muerte, puede poner rumbo a Rocadragón y servir de nuevo a su reina. La intervención de Sam fue todo un éxito y precisamente por ello fue por lo que consiguió mantener su puesto en la Ciudadela. Así que hasta que el deber le vuelva a llamar, el constante Samwel Tarly seguirá con su vida anodina rodeado de libros.

Mientras tanto, la guerra sigue su curso y a Daenerys le están entrando ganas de salir de marcha con sus dragones y arrasar la flota de Euron. De momento sus consejeros y niñeras la están frenando, pero en cualquier momento puede liarse la manta a la cabeza y hacer caso del consejo de Olenna: sé un dragón. Qué gran epitafio para una señora con clase hasta el final.

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