'Mr. Robot' 2x03 Review: atrapados (deliciosamente) en el mundo de Elliot

Por Marta AiloutiMarta Ailouti

La segunda temporada de ‘Mr. Robot’ va tomando forma, y fondo, con este tercer episodio donde, a tramos, el tiempo alrededor se detiene y lo único que existe es el universo particular de Elliot y su deliciosa manera de atraparte en él. En ello tiene que ver, cómo no, Rami Malek. Pero también, su fabuloso montaje, esas conversaciones magistrales que la serie llena tan bien de silencios y el modo en que sus personajes nuevos han encontrado el hueco perfecto para encajar.

Por suerte, la ficción nos regala en esta ocasión un episodio que dura toda una hora y que empieza, después de su fantástica intro, con un teléfono rojo justo donde lo habíamos dejado, ¿lo comentamos?

¡CUIDADO SPOILERS!

Error interno fatal

El problema de las cosas de la cabeza es que nos hacen dudar de las cosas que no están solo ahí. De nada sirve que al otro lado del teléfono conteste Tyrell Wellick porque todos sabemos ya que podría no ser él. Elliot también ha perdido la fe. Su angustia es una angustia que avanza a través de la pantalla, con brutales escenas como la del cemento, hasta producirnos parte de esa misma agonía (incluso nauseas, llegado el caso) que le atormenta a él.

No en vano, Mr. Robot ya empieza a incluirnos también en sus discusiones, al tiempo que su joven discípulo lo siente avanzar, como un grito, por su cerebro.

¿Y qué hacer cuando el plan A, o la rutina, se ha venido abajo y te acabas de enterar que tu amigo ha muerto? Entonces solo nos queda una opción. O eso piensa Elliot que trata de enterrar de una vez por todas su voz a través de una sobredosis de anfetaminas. Su único deseo es acabar de golpe con todo el pánico, pero los efectos secundarios son otros. Seis días, algo menos, de mayor claridad y concentración, extrañamente felices, donde alguien como él es capaz de creer en Dios, disfrutar con un partido de baloncesto o querer conversar sobre Seinfeld.

Lo cierto es que esas cosas a veces pasan. Salvo que no. Y después del bajón, más bien, se queda colgado. Puede que no sea casualidad que su voz, más distendida, suene en realidad a la voz del señor Alderson cuando su grito estalla en el grupo de la iglesia. ¿Acaso no sería un buen momento para iniciar toda una revolución contra Dios? De lo que estamos seguros, muy a mi pesar, es que se acabaron las sesiones semanales. No hay modo de que a Elliot le dejen volver después de esto.

Fun Society

A donde tampoco va a volver, al menos por el momento, es a Fun society. El salón de recreativos, seña de identidad de ‘Mr.Robot’, siempre ha actuado, en realidad, como un personaje más de la ficción. Prueba de ello es que el tercer capítulo empieza y termina precisamente con él. La muerte de Romero, además de ser el detonante para que los miembros del grupo empiecen a desconfiar entre ellos, supone el fin del círculo para una maldición de la que oímos hablar por primera vez ahora en un maravilloso repaso criminal que se remonta a los años 20 y, más recientemente, a los primeros días de la formación de Fsociety.

Así las cosas, al antiguo parque de atracciones llega, casi por casualidad, la agente del FBI, Dominique DiPierro. De ella, poco a poco, vamos descubriendo algunas cosas. Como que es una maniática del trabajo, tremendamente efectiva, con problemas de insomnio, que vive sola y cuya única compañía es una aplicación, la asistente de Amazon, llamada Alexa. En realidad, nada que destaque en este entorno oscuro y cada vez más solitario donde viven sumidos el resto de personajes. Nada, salvo esa interesante perspectiva de que ella y el desquiciado hacker crucen más pronto que tarde sus caminos. ¿Será ella la primera en averiguar el verdadero paradero de mi añorado Tyrell Wellick?

Un dilema difícil

Mientras tanto, si hay un personaje destinado a ser Dios, como diría él, es Angela. Su proyección personal, y también profesional, es una de las más fascinantes dentro de la ficción. No solo porque, según su abogada, ya sabemos la clase de persona que es, sino porque además la señorita Moss tiene un maravilloso mundo interno lleno de contradicciones que expresa muy bien con su aparente pasividad. En realidad, no estoy del todo muy segura ni de que ella misma sepa cómo es. Pero sí que cada vez le quedan menos líneas que cruzar.

El dilema, al menos, está sobre la mesa. Philip Price, consciente de lo moldeable que es su nuevo juguete, es el proveedor de su venganza. Al otro lado están el director ejecutivo, Saul Weinberg, y su vicepresidente de ventas, Jim Chutney, ambos padres de familia con los que, al parecer, acaban de mantener una agradable velada. Ambos, además, son los responsables de encubrir el vertido que intoxicó a la madre de Angela y al padre de Elliot entre otros muchos. La tentación no vive arriba pero resulta más que evidente. Y mientras se lo piensa, alguien, una voz amiga, quizás debería a advertirle a ella que el problema de algunas líneas es que una vez se atraviesan no hay modo de volver atrás.

Tropezar en la dirección adecuada

No obstante, si de alguien desconfío especialmente es de Ray. Llamadme loca, pero tiendo a sospechar de los adultos que conversan con sus esposas muertas durante el desayuno. Su personaje, y que Joanna me lo perdone, da escalofríos. A fin de cuentas, él es el primero en aparecer en pantalla después de descubrir el cadáver de Romero. Tampoco ayuda que Mr. Robot se oculte a veces detrás de él o que este repita casi sus mismas palabras (“el control no es real”). ¿Casualidad? Puede ser. Lo que no lo es, es su forma de hablar pausada y amenazante. El tipo del refuerzo positivo que sabes que no dudaría en clavarte un cuchillo en la yugular y acto seguido, limpiarlo y empezar a pelar una manzana.

Qué esconde Ray, que crece y crece con cada nueva intervención, es todo un misterio. Por lo pronto sabemos lo que necesita: alguien que pueda migrar su web a otra localización. Y precisamente allí está Elliot, o no tan precisamente, justo en el momento en que este ha bajado del todo sus defensas. En una cosa su nuevo aliado sí tiene razón. Tal vez no se trate tanto de levantarse como de tropezar en la dirección adecuada. Por suerte para nuestro protagonista, ya está él para indicársela.

Y si Elliot cambia de sentido tal vez, al fin, podamos asistir a algún rencuentro con su círculo más íntimo. A juzgar por la espectacular promoción de su próximo capítulo, todo podría ser:

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