Orange is the new black 3x13 Review: Nada volverá a ser igual en Litchfield

Por Marta Ailouti Caballero

Más humor, menos Piper, más coral, 'Orange is the new black' ha regresado esta temporada algo más amable que la anterior, también a ratos más triste, con el foco más repartido que nunca entre el resto de personajes que han sabido hacerse un hueco en nuestras pantallas a base de empujones para luego permanecer en ellas con una maravillosa y elegante sutileza. Nadie es imprescindible en la prisión de mujeres de Litchfield, ese lugar hacedor de historias. Si acaso, sí en medio del increíble elenco de actrices que lo conforman. Y es que, quien más y quien menos gusta en este universo naranja, a ratos gris y a ratos negro, como su humor, que oprime pero que nunca lo hace del todo.

Así las cosas, su tercera temporada, que ha supuesto cambios para todos, se despide de nosotros con una advertencia a modo de tatuaje. “No confíes en ninguna perra” es el título de un episodio doble que contiene una de las escenas más emotivas de toda la serie. ¿Lo comentamos?

¡CUIDADO SPOILERS!

Algunos lo estaban pidiendo desde hacía tiempo y 'Orange is the new black' se lo ha concedido. Muy a pesar de esta servidora que ha echado en falta una mayor presencia de Taylor Shilling en pantalla, lo cierto es queen una temporada marcada por algunas ausencias -completa en el caso de Larry, parcial en el de Nicky o Bennett-, la propia Piper se ha situado en un discreto segundo plano. Más allá de los gustos personales, el experimento le ha salido extremadamente bien a la ficción de Netflix que pone en evidencia, una vez más, que hay naranja para rato. El mérito no es poco. Pocas series se arriesgarían a reducir el papel de su protagonista a secundario, sobre todo en los primeros capítulos, y salir bien paradas del asunto.

Piper Corleone o la maldición de las chicas de Chapman

Así las cosas, al final de su tercera entrega encontramos que el personaje de Shilling también ha evolucionado. Hacia el lado oscuro, eso sí. Y si no que se lo digan a Stella (Ruby Rose). La joven y atractiva reclusa, uno de los rostros nuevos de la ficción, en un movimiento torpe, a pocos días antes de su puesta en libertad, ha decidido transferir todo el dinero del negocio de la rubia a su cuenta y no ha calculado bien las consecuencias.

Estas no podían ser otras en realidad. No para esta Chapman sin brújula moral (Larry) ni guía (Nicky), contagiada por el tedio de los días en prisión cuya única motivación y ambición es su negocio de venta de bragas usadas a pervertidos. Y es que Piper ya no es ese personaje inseguro y dependiente que viéramos en los primeros episodios de la serie capaz de entregar a Alex por miedo a quedarse sola y de dejarse asesorar para elegir un tatuaje. Ahora el precio es una Stella, cabeza de turco, que sirva de mensaje al resto de las convictas. A ella hay que tomársela en serio y no está dispuesta a que nadie lo cuestione.

Con Stella en máxima seguridad, lo que parece claro es que empieza a resultar una maldición ser la chica de Chapman. O al menos Vause no ha terminado mucho mejor en esta ocasión tampoco. Su personaje que empezó algo flojo -no acabo de ver esa Alex vulnerable y paranoica de los primeros episodios-, es uno de los interrogantes más abiertos de cara a la cuarta temporada. De ella nos despedimos abandonándola en el cobertizo bajo la amenaza de Aydin, que como consecuencia de una nueva chapuza de la gestión privada de la cárcel se ha hecho hueco entre su cuerpo de seguridad y promete cumplir su venganza.

Lo peor de cada uno

Con todo, probablemente, el cambio más trascendente de todos sea el de la propia institución penitenciaria, ahora en manos del sector privado. De él se desprende una crítica mordaz a la privatización de los servicios públicos por parte de sus guionistas. Al menos este es el causante directo de los principales problemas de algunas de sus presas. Y no solo de las internas. Al otro lado de las barras, como si en Litchfield todos tornaran a la peor versión de sí mismos, el mismo Caputo, animado por Natalie en esa otra extraña alianza, aunque sea de cama, que mantienen, se ha vendido al mejor postor. Y a qué precio. Y es que ya lo decía Gloria, a quien le pesa aún el cruel e injusto castigo de Sophia - abandonada por completo a su destino después de la renuncia de Danny Pearson y el ascenso del director -, este sitio saca lo peor de cada uno.

Claro que algunos ya lo traían de fábrica. Especialmente duro se ha puesto el drama - según los Emmys- de Netflix para quien fuera una de las villanas de la primera temporada, violada y sometida a los deseos del nuevo agente, Charlie Coates. Lo cierto es que Doggett, que se convierte por momentos en una de mis favoritas, gana cuando deja entrever su lado más vulnerable y bondadoso, del que es imposible no encariñarse. Su nueva amistad con Boo, fortalecida en parte gracias a la ausencia de Nicky, es una de las mejores noticias de toda la temporada.

Mucho me temo no obstante que las venganzas en Orange se tornan más amables de lo merecido. En esto Pennsatucky es todo corazón. Y es que después de abortar el plan de venganza a lo ley del Talión que Boo le trazara, Tiffany finge un ataque epiléptico al volante, en el que Coates termina herido. Poco castigo, para uno de los personajes más repulsivos que han pasado por la ficción. Más cuando vemos a una dulce e inocente Maritza tomando el relevo de Doggett al volante. Sabemos que esto no se quedará así. Pero nos preguntamos si no será ya demasiado tarde.

I want to know what love is

Por su parte, que el rojo sí encaja con el naranja resulta una obviedad en el caso de Red, que al fin ha recuperado su control sobre la cocina aunque sea para servir comida congelada. Mucho más que amigos, pero no nada más, su relación con Healy esta temporada, un Healy mucho más humano, roto y tierno que nunca, consigue sacar lo mejor de ambos.

La razón la da Lorna a modo de canción de Foreigner, la misma que pone banda sonora al final del capítulo. Quiero saber qué es el amor. Dice. Y es posible que esté cerca de conseguirlo. Porque después de tres temporadas la más dulce de las presas al fin ha conseguido tener su boda. No con Cristopher, ni de blanco, pero sí con una emotividad digna de la mejor ceremonia y con un Vince hecho completamente a su medida. ¿Son o no son maravillosos?

Para la que no habrá final feliz, de momento, será para Daya. Curioso resulta que Cesar, al que hemos visto en todo tipo de facetas pero ninguna positiva, dedique su últimas palabras antes de ser detenido para preocuparse por su bebé. Quién sabe, tal vez ahora que los niños están en protección al menor, Bennett regrese para hacerse cargo.

Una bocanada de aire fresco

En una temporada, algo más amable que las anteriores, el momento más emotivo, no obstante, llega de la mano del azar, que le tenía guardado un milagro a la pseudosanta Norma, cuya trama un tanto forzada y demasiado estirada llevaba a algunas de sus seguidoras a terminar el curso venerando a una tostada.

Es curioso como Orange se maneja tan bien en el caos, provocando sus mejores escenas. Algo que viene gestando muy poco a poco. Como una valla rota, la necesidad de nuevas camas o el abandono de los agentes de la prisión en el momento adecuado. Sea como sea, es Norma la primera en percatarse de la ausencia del alambre de la valla. Y de un falso ídolo, una falsa libertad, así de fino hilan su ironía los guionistas de la serie. Porque al otro lado solo hay agua. Un enorme lago del que tampoco hay escapatoria.

El resultado, ya lo he dicho, es una de las escenas más bonitas de toda la serie. Porque si la cárcel despierta lo peor del personal que la ocupa, la libertad, todo lo contrario. Aunque sea fingida. Lideradas por una entrañable Suzanne - me niego a comentar la serie sin nombrarla al menos una vez-, todas, menos Alex y Piper, están allí, más unidas que nunca, en unos instantes que, pase lo que pase, ninguna de ellas olvidará en mucho tiempo. Quedan a un lado recelos, intrigas, prejuicios o rivalidades. Solo ese momento. Una bocanada de aire fresco, algo necesario antes de volver a zambullirse de nuevo de lleno en el drama, las penas y los miedos particulares.

Próximamente...

Al otro lado, mientras ellas sueñan y ríen, la célebre chef de televisión, Judy King - que levante la mano quien no haya pensado en Isabel Pantoja- llega a una cárcel fantasma, sin funcionarios. Pero no estará sola. Nuevas camas, nuevas reclusas, nuevas historias se aproximan en autobuses. Y una promesa. Nada volverá a ser igual en Litchfield.

Después, casi sin verlo venir, la pantalla se funde a naranja. Hasta el próximo año me temo.

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