Crítica Vertele (sin spoilers)

Damon Lindelof rinde tributo a 'Watchmen' con una serie que sabe encontrar su propia identidad

Regina King es la agente Angela Abar, una de las protagonistas de la serie Watchmen

Pedro Zárate

Aviso: esta crítica no contiene spoilers de la serie Watchmen, pero da por hecho que has leído el cómic en el que se basa.

Antes de aceptar la oferta de HBO, Damon Lindelof había rechazado hasta en dos ocasiones ser el showrunner de Watchmen. La primera fue en 2010. La segunda, en 2012. Y en ambas casos, el motivo que le llevó a hacerlo fue el mismo: que el guionista de la obra original, Alan Moore, había dicho que su cómic era inadaptable al medio audiovisual. Y a fin de cuentas, quién era él para contradecir al genio de Northampton.

Sin embargo, nuestro protagonista no pudo decir que no por tercera vez y acabó aceptando el reto. Él sería, por tanto, el encargado de contradecir al genio del Northampton. O al menos a intentarlo, como hizo Zack Snyder en 2009 con aquella adaptación cinematográfica casi milimétrica.

En este viraje hacia el “sí” pudieron influir multitud de factores, pero es evidente que el Damon Lindelof que rechazó adaptar Watchmen en 2010 poco tenía que ver con el que aceptó hacerlo en 2017. En ese lapso de tiempo, el showrunner se había hecho inmune a las críticas tras ser vilipendiado en masa por el final de Perdidos (ABC, 2004-2010). Y además, había cogido experiencia trabajando con otros dos pilares de la cultura popular como Alien, cuyo universo expandió con el guion de la fallida Prometheus (Ridley Scott, 2012), y Star Trek, en cuya saga colaboró con la escritura de En la oscuridad (J.J. Abrams, 2013).

Con más experiencia y menos miedo a las opiniones del público, el guionista había adquirido las dos cualidades que le faltaban para adaptar uno de los grandes clásicos del noveno arte. De las otras tres, entendiéndose por ellas la valentía, el amor incondicional por el cómic y el talento -no puedes cabrear a millones de espectadores sin haberlos conquistado previamente- ya había hecho gala en el pasado. Y las cinco, en su conjunto, se dejan notar en la serie que aquí nos ocupa.

Adoradores de Rorschach vs Policía, el punto de partida

Porque su Watchmen toma riesgos manejando la mitología de Moore y Dave Gibbons, deja momentos brillantes y, sobre todo, desprende un enorme cariño hacia la obra original, que has de leer si quieres entender la serie. A grandes rasgos, Lindelof ha desarrollado un producto que sabe lo que debe ser en pleno 2019. Hacer una adaptación tan fidedigna como la de Snyder carecía de sentido, pues para eso ya está la del director de 300 (2006). Y adaptar el cómic pero introduciendo cambios significativos en su historia conducía, sí o sí, a una comparación con el material de partida que el cocreador de Perdidos iba a perder de cualquiera de las maneras. Por tanto, hacer una secuela ambientada en el presente era tirar por la calle de en medio. Permitía jugar con los hechos, las tramas y los personajes de la obra madre sin llegar a ser esclavo de ella. Y sin renunciar a ofrecer un producto nuevo, que es lo que aquí hace.

Porque a pesar de la influencia del cómic, la serie sabe alejarse sobradamente de él para contar una historia diferente, en un ambiente diferente y con unos personajes, en su mayoría, también diferentes. Así, la acción nos traslada a Tulsa (Oklahoma), donde un grupo de adoradores de Rorschach ha vuelto a declarar la guerra a la policía local tras un período de inactividad de tres años. Portando su máscara y tomando su diario como libro de cabecera, los seguidores de Walter Kovacs han vuelto a sembrar el pánico entre los agentes de la zona, encabezados por Angela Abar (Regina King) y Looking Glass (Tim Blake Nelson), que como el resto de sus compañeros, también llevan máscaras para ocultar su verdadera identidad.

El resurgimiento de este grupo de supremacistas blancos, al igual que la muerte de El Comediante o el accidente del 815 de Oceanic, es solo la punta de lanza de una historia mucho más compleja y ambiciosa -con toques 'lostianos' incluidos- donde la figura del superhéroe no es lo realmente importante. Aquí no se trata de poner en duda su moralidad ni de analizar su papel en la sociedad. Lo que aquí hace Lindelof es explorar temas más humanos que ya tocó en Perdidos como la familia y el miedo a lo desconocido, solo que aderezados con una dosis de intriga, violencia y un sinfín de guiños al universo de Moore y Gibbons.

Una serie honesta que sabe jugar sus propias cartas

A través de sus diálogos, sus tramas y su cuidadísima puesta en escena, Lindelof demuestra que es un fan absoluto de la obra que da nombre a su nuevo trabajo. Y esto no solo se nota en la cantidad de referencias que ha decidido meter en cada capítulo, sobre todo en los primeros, que exigen tener fresco el cómic para disfrutarlas en su totalidad. También se percibe en el tratamiento de los personajes clásicos. En Ozymandias/Adrian Veigt (Jeremy Irons), al que imagina 34 años después de la ejecución de su plan como un hombre aislado y anclado en el pasado que no renuncia a sus sueños de grandeza. Pero sobre todo en Espectro de Seda II/Laurie Juspeczyk (Jean Smart), que pasa de ser la Vigilante menos agraciada por la pluma de Moore a representar aquí a una mujer madura y segura de sí misma reconvertida en agente del FBI.

Ella es el personaje más rupturista y, a la vez, el más ligado al cómic dentro de esta serie con aroma a fan service, más por su forma que por su fondo. Una baza que Lindelof juega con acierto para conseguir que su propuesta entre rápidamente por los ojos de los seguidores del cómic, que tendrán difícil resistirse de primeras a esta secuela contemporánea. Una vez dentro, la mezcla de lo humano y lo extraordinario, el pasado de 1985 y el presente de 2019, la forma en que se expande el universo Watchmen y el avance de una historia cargada de misterio, harán el resto.

Con su Watchmen, Damon Lindelof no ha conseguido quitar la razón a Alan Moore. Tampoco lo ha intentado. Ni su serie es una adaptación ni con ella ha pretendido acercarse siquiera a superar el insuperable material de partida. No hay subtextos, dobles lecturas ni personajes nuevos a la altura de Rorschach o El Comediante. Pero a cambio encontramos un producto muy honesto y respetuoso que se mueve entre el cuidadoso homenaje y la innovación que cabe esperar de un guionista rompedor como el de Nueva Jersey. Y cuando dos elementos así se mezclan, no queda otra que mirar a la televisión y susurrar: “Sí”.

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