El hombre que cambió el cine de terror moderno

Fallece George A. Romero, el legendario padre de los zombis, a los 77 años

Fallece George A. Romero, el legendario padre de los zombis modernos, a los 77 años

Lorenzo Ayuso

Los muertos vivientes, los zombis tal y como los entendemos hoy en día, han perdido a su creador. El iconoclasta director George A. Romero ha fallecido este domingo 16 de julio, a los 77 años. La triste noticia llega de la mano de su socio habitual, el productor Peter Grunwald, a LA Times.

El cineasta ha fallecido tras “una breve pero agresiva batalla contra un cáncer de pulmón”, mientras dormía apaciblemente rodeado por su esposa Suzanne Desrocher Romero y su hija Tina, y escuchando una de sus bandas sonoras de cine favoritas, la que compusiera Victor Young para El hombre tranquilo de John Ford.

El hombre que sacó el terror de su ataúd

El cine de terror pierde así a una figura imprescindible. El hombre que desgarró la cara del género, tal y como se conocía hasta la fecha, e hizo convulsionar al público de todo el mundo con su filme de debut, La noche de los muertos vivientes en 1968. El filme, una producción cooperativa de presupuesto mínimo, tomó el concepto del zombi, hasta entonces vinculado a sus orígenes haitianos, con un bokor que se adueñaba de la voluntad de una persona hasta convertirla en un autómata mecánico, y tomando ciertos aspectos de Soy leyenda de Richard Matheson, lo reconfiguró en forma de gul primitivo y antropófago, lento y frágil en solitario, pero cuyas pulsiones se hacían irrefrenables al actuar en masa.

El filme, cuyas pretensiones comerciales no eran sino las de encontrar un pequeño acomodo en las sesiones dobles de los autocines estadounidenses, se izó como un pilar fundacional del género en adelante, y estableció al zombi (si bien Romero nunca se refiriera a los monstruos con este término en su primer filme) a la altura de los grandes mitos del horror contemporáneo. Pese a la parsimoniosa torpeza de que hacían gala, no tardaron en adelantar a espectros vampiros, licántropos y otras criaturas de ultratumba como el principal detonante de pesadillas del público de las décadas posteriores.

La noche de los muertos vivientes era el primer esfuerzo en el campo de largometraje de un Romero que hasta entonces no había prestado atención particular al terror. Nacido el 4 de febrero de 1940, su debut profesional se enmarca en las antípodas de lo que acabaría dándole reconocimiento, como realizador de pequeños segmentos del programa Mister Roger's Neighborhood. “Siempre bromeo con que ”Al Señor Rogers le operan de una amigdalectomía“ es el trabajo más terrorífico de todos los que he hecho”, comentaba de sus inicios.

*Anuncio de Calgon dirigido por George A. Romero

Junto a colegas como John Russo o Russell Streiner fundaría Latent Image, con la que desarrollaría una prolífica carrera como director de spots de televisión y pequeños cortometrajes. Con ellos realizaría la ya mencionada Noche... y también su siguiente esfuerzo cinematográfico, There's Always Vanilla (1972), un drama de aprendizaje muy influido por la corriente hippie de la época con el que no lograron reeditar el éxito cosechado años antes. Un éxito, por cierto, del que salieron escaldados: un despiste a la hora de cerrar los créditos iniciales (el título original era La noche de Anubis, pero se cambió por uno menos pedante y más comercial, como recuerdan sus responsables), hizo que el copyright desapareciera de las copias y que el filme pasara inmediatamente al dominio público.

Brujas, perturbados, vampiros... Y vuelta a los zombis

Tras romper lazos con su productora, Romero siguió indagando en el género, tanto en su vertiente más efectista como en sus posibilidades para transportar una visión analítica y crítica de la sociedad que le había tocado vivir. De convicciones izquierdistas, abordó el feminismo y la liberación sexual en La estación de la bruja (1972); expuso su desdén por las instituciones gubernamentales y las corporaciones en Los crazies (1973), de estructura similar a La noche de los muertos vivientes, aunque cambiando a estos por un virus que causaba la locura a los habitantes de un pequeño pueblo; y trató el fervor religioso en Martin (1976), su acercamiento al vampirismo desde una óptica mundana y pesimista, que constituye quizás su obra maestra fuera de la hexalogía zombi que fue desarrollando durante cinco décadas.

El segundo capítulo de esa saga llegó precisamente después de Martin. Con la inestimable ayuda de Dario Argento, Romero gestó Zombi: El regreso de los muertos vivientes (1978), una feroz sátira sobre el consumismo acompañada por la banda sonora progresiva de Goblin, con la que saboreó una vez más la miel a nivel profesional.

Tras descubrir a un artúrico Ed Harris en Los caballeros de la moto (1981), una fábula anticapitalista donde evidenciaba esa actitud tan reacia a amoldarse a los cánones capitalistas; y de asociarse con Stephen King para adaptar el espíritu de la EC Comics con Creepshow (1982), llegaría el turno del tercer episodio de su franquicia, El día de los muertos (1985). “Durante una etapa, sentí que podía hacer una por década para hablar del estado de América y el mundo”, reconocía en retrospectiva. Aquí, el militarismo imperante en la era Reagan y las consecuencias de la Guerra Fría se hacían notar en la silueta del Capitán Rhodes, desagradable militar con aspecto de cowboy trasnochado y uno de los grandes villanos de su cine.

El día de los muertos fue su película más cruda hasta la fecha (también la favorita de su director), y su mala recepción le llevó a salir de la independencia en la que había permanecido y adocenarse dentro de la industria. En concreto, dentro de Orion Pictures. En este periodo llegarían la más que estimable cinta de suspense Atracción diabólica (1986), la irregular Los ojos del diablo (1990), díptico a mayor gloria de Edgar Allan Poe realizado a cuatro manos con Dario Argento; y La mitad oscura (1993), afectada negativamente por la bancarrota de la compañía de producción. También reescribiría su primer largometraje de cara al más que decente remake (1990) firmado por Tom Savini, gurú de los FX y colaborador de confianza, donde se permitió corregir una de las taras que él mismo se reprochó del filme original: darle a la protagonista, Barbara, un papel más activo y guerrero y romper así con el rol de damisela en apuros.

De apoquinar con la industria al ostracismo

Y entonces, llegó el vacío. Durante los siguientes 7 años, no conseguiría levantar proyecto alguno. Ya le había pasado previamente (iba a encargarse en primer término de la adaptación de otro relato de King, Cementerio viviente, finalmente despachado por Mary Lambert), pero el período fue particularmente frustante. Estuvo asociado con el remake de La momia, pero su borrador del guion acabó desechado por considerarse demasiado oscuro; y lo mismo le ocurrió con la adaptación cinematográfica de Resident Evil, por motivos similares.

Hollywood le estaba borrando del mapa, haciéndole perder su identidad en el proceso. Por eso, no es de extrañar que cuando volviera a colocarse detrás de una cámara, lo hiciera con la catártica El rostro de la venganza (2000), historia con ecos de Brett Easton Ellis centrada en un ejecutivo que, fruto de las continuas humillaciones de su entorno, acaba perdiendo literalmente su cara y entregándose a la venganza para recuperar sus rasgos faciales. Para entonces, había abandonado Estados Unidos, para refugiarse en Canadá, adonde trasladaría también sus rodajes.

En 2004, el remake de Zombi a cargo de Zack Snyder (El amanecer de los muertos) no solo sirvió para consolidar una nueva encarnación de los revividos, ahora más ágiles y explosivos. También reverdecería el interés por el cine de Romero, quien, apoyado por un gran estudio (Universal) y con el reparto más estrellado con el que haya contado en su carrera (Simon Baker, John Leguizamo, Asia Argento y Dennis Hopper) levantaría La tierra de los muertos vivientes (2005). Con aires de western apocalíptico, la distopia planteada servía como furibunda reacción contra la política del miedo establecida por la administración Bush tras el 11-S, y terminaba de dar a sus zombis un arraigo de clase obrera, convirtiéndoles en casi una guerrilla contra el imperialismo establecido.

La resistencia de los muertos, su último filme

Romero encadenaría luego los dos siguientes capítulos de su saga: El diario de los muertos (2007), donde adoptaba la estética del falso documental para preconizar con inquietante tino sobre la actual sociedad de la comunicación; y La resistencia de los muertos (2009), su película más ligera y tontorrona, en la que jugó a los vaqueros con una trama deudora de Horizontes de grandeza de William Wyler (1959). Esta última, que tuvo su puesta de largo (no sin polémica) en la sección oficial del Festival de Venecia, supuso el cierre de su filmografía como realizador.

The Walking Dead, la última piedra de su zapato

En adelante, trataría en vano de poner en marcha varios proyectos: desde un replanteamiento del clásico El fotógrafo del pánico (Peeping Tom), de su admirado Michael Powell, o una adaptación de la excelente novela The Zombie Autopsies, por citar solo algunos. Se refugiaría en los comics, con un potente cabecera para Marvel, El imperio de los muertos, en la línea con su cine: su adaptación televisiva también quedó en el aire, pese al interés. El éxito de The Walking Dead, en televisión, y de la superproducción Guerra Mundial Z había acabado por aplastarlo. Las majors habían digerido ya al zombi, desproveyéndole, a su juicio, de su contenido. “Estoy muy resentido”, decía hace apenas unas semanas a Indiewire. “Solía ser el único que jugaba en este parque, y por desgracia Brad Pitt y The Walking Dead lo han hollywoodizado todo. Tenía lista otra película [de su saga], una de 2-3 millones de dólares, y ahora nadie quiere financiarla”, lamentó.

Sí se ha apostado, en cambio, por recorrer la senda de los remakes a su costa: véanse The Crazies (2010), a cargo de Breck Eisner y con Timothy Olyphant, actualizaba el film de 1973 aunque “zombificando” a los enfermos en cuarentena; y hasta dos versiones recientes e independientes de El día de los muertos, la última de ellas en plena postproducción, con el español Hèctor Hernández Vicens (El cadáver de Anna Fritz) como responsable.

En marcha Road of the Dead, que se queda huérfano

Los últimos comentarios a los que nos referíamos dos párrafos atrás tuvieron lugar a comienzos de este mes de julio. Romero estaba promocionando una nueva intentona, George A. Romero Presents: Road of the Dead, una mezcla de acción y aventuras cuyo guion coescribió para Matt Birman, su ayudante de dirección de los últimos años. Descrita como un cruce entre Mad Max y Ben Hur con muertos al volante de coches de carreras, el proyecto se había presentado en el Fantasia International Film Festival en busca de inversores.

“He tenido una carrera estupenda”, decía en esa misma entrevista, unas palabras que suenan ahora a despedida velada.

Según los parámetros canónicos que él mismo estableció, los muertos vivientes guardaban vagos pero fundamentales vestigios de lo que fueron en una vida pasada. “Una especia de instinto. Recuerdos de lo que solían hacer”. De ser así, los cadáveres vencerán la putrefacción que carcome sus anquilosadas articulaciones para postrarse ante el padre que ahora les deja solos vagar y seguir alimentando de miedo a los espectadores de medio mundo.

O tal vez no les deje solos. Tal vez, solo tal vez, Romero se levante también. Así lo manifestó años atrás: “Soy como mis zombis, ¡no me pararán ni muerto!”. Esperaremos ansiosos a su regreso.

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