Nueva entrega de la saga más rápida y furiosa

'Fast & Furious: Hobbs & Shaw': amor por los vehículos más allá de lo fetichista

Dwayne Johnson (Luke Hobbs) y Jason Statham (Deckard Shaw) protagonizan la nueva entrega de Fast & Furious.

Belén Gómez

Existen numerosos elementos característicos que identifican la saga de Fast & Furious. Más allá de escenas de acción que desafían militantemente las leyes de la física, o un amor por los vehículos que va mucho más allá de lo fetichista, encontramos que a gran parte de sus películas les gusta concluir con una barbacoa. Donde sí, se bebe Coronita.

Fast & Furious 8, última entrega de la saga hasta la fecha, terminaba con un Dom Toretto (Vin Diesel) que, después de verse obligado a traicionar a su banda, se había reconciliado por fin con todos y presidía la mesa. No se olvidaba, como sabio patriarca que era, de darle las gracias a un invitado inesperado: Deckard Shaw (Jason Statham), antiguo enemigo que se había ganado su favor tras haber ayudado a proteger a su hijo.

Algo más lejos de estos dos, también se encontraba Luke Hobbs (Dwayne Johnson) disfrutando de la velada. De vez en cuando, echando miradas de reojo tanto a Dom como a Shaw. Cuando el primero les dio la espalda, al infatigable Hobbs le tocó sustituirlo, brevemente, como jefe de la banda. En lo que respecta a su relación con Shaw, bueno, era algo más complicado.

Fast and Furious: Hobbs and Shaw es la novena película ambientada en este universo de coches rápidos y héroes improbables. Su origen se rastrea en la anterior película de la franquicia, donde los citados Hobbs y Shaw tuvieron que unir fuerzas para escapar de una prisión y, durante el esfuerzo, resultaron tener una química que desbordaba la pantalla.

Ambos personajes, desde lados opuestos de la ley, ya se habían enfrentado en el pasado —protagonizando, en Fast & Furious 7, un duelo digno de Godzilla vs King Kong—, y la perspectiva de ponerlos a trabajar juntos brindaba multitud de posibilidades a los guionistas. Ya fuera en forma de one liners, diálogos cargados de retranca, o peleas tan disparatadas que sólo gente con los físicos de Dwayne Johnson y Jason Statham pudiera hacer pasar por creíbles.

Pero, también, en forma de un escenario nuevo donde expandir los temas de la saga. Es fácil subestimar el potencial narrativo de algo como Fast & Furious, donde los coches saltan a través de rascacielos, pero eso sería un error. Un lamentable error.

La saga, como denotan esos finales al fuego de la barbacoa y esas exaltaciones de la amistad, siempre ha girado en torno a la familia. Esa de la que Hobbs forma parte desde Fast & Furious 5, cuando le ordenaron encerrar a Toretto en prisión y algo se torció por el camino, pero que también circunda a un mercenario como Shaw, a su hermano Owen (Luke Evans) y a su madre (Helen Mirren).

En Fast & Furious: Hobbs and Shaw la familia sigue siendo importante. La misión que une a los protagonistas involucra a Hattie (Vanessa Kirby), hermana de Shaw. Y en cierto momento también entrará en acción la familia de Hobbs, de origen samoano, que no dudará en ayudar a su pariente con una intimidatoria haka para hacer frente a Brixton (Idris Elba). El (autoproclamado) Superman negro: lo mismo te para una bala con el pecho que atraviesa de un puñetazo una puerta de piedra. Porque, en esta saga, las cosas funcionan así.

De la carretera al cielo

Cuando A todo gas se estrenó en 2001, constituía una maniobra comercial tan rentable como de corto recorrido. Mezclar el argumento de Le llaman Bodhi con los escenarios de carreras ilegales y vehículos tuneados propios de finales de siglo sin duda debía causar un gran impacto en la taquilla. Pero también parecía que no iba a envejecer demasiado bien.

Nada más lejos de la realidad. Dieciocho años después el tuning se ha ido, pero Fast & Furious permanece. La saga se ha sabido reinventar e ir acumulando entregas sin que su atractivo entre el público disminuya. Bien al contrario, prácticamente cada película ha tenido más éxito que la anterior, y ha sabido apuntalar un cosmos donde el espectador se siente cómodo. Como en familia. Y todo gracias a los personajes.

La amistad de Dom Toretto y Brian O’Conner vehiculó (nunca mejor dicho) la trama durante sus primeras películas, hasta que durante el rodaje de la séptima Paul Walker, intérprete de O’Conner, murió de forma trágica. Supuso un momento donde todo podría haber acabado; era difícil imaginarse Fast & Furious sin la luminosa y confiada presencia de Walker, y de hecho el propio Vin Diesel tampoco era capaz de hacerlo.

Sin embargo, cuando Fast & Furious 7 se estrenó en 2015 la ausencia de Walker apuntaló ese ingrediente emotivo y dio paso a unos minutos finales que, al ritmo de See You Again, demostraban que todas las veces en que algún personaje había hablado de la familia no iban de boquilla. Que los vínculos entre sus protagonistas eran tan fuertes que, incluso, seguían latiendo tras las cámaras.

La realización de Fast & Furious: Hobbs & Shaw a cargo de David Leitch —director llamado a cambiar el cine de acción mainstream con sus trabajos en John Wick, Deadpool 2 o Atómica—, se enmarca en un intento de expandir la saga más allá de los márgenes de la familia de Dom. Directa a un lugar donde los coches son algo menos importantes, pero cosas como el honor y la familia siguen significando algo.

Bien es verdad que, desde las dos primeras Fast & Furious —y una tercera entrega que viajó a Tokyo queriendo fortalecer su universo—, los coches han ido perdiendo cada vez mayor importancia. En beneficio de una ficción poblada por héroes de la calle que, sí, podrán dirimir sus diferencias llave inglesa en mano, pero nunca dejarán pasar la oportunidad de repetirse lo mucho que se quieren.

Al menos en el caso de Toretto y su manada. Fuera de ella, Hobbs mantiene la camiseta sudada y sus principios íntegros, pero tener que colaborar con Shaw —antiguo agente del MI6 cuyo código de honor es demasiado ambiguo para que él pueda entenderlo— no era algo que estuviese entre sus planes. No es, en otras palabras, la persona con quien querría estar en una barbacoa.

Fast & Furious: Hobbs and Shaw entiende que las mejores buddy movies provienen de la diferencia y el conflicto. Del choque, la réplica y el insulto. Hobbs y Shaw se pasarán toda la película intercambiándolos, perseguidos por ese enemigo indestructible que encarna Idris Elba. Y, en los escasos momentos de calma, tampoco podrán permanecer callados, vencidos por la tentación de decirle al otro qué es lo que ha hecho mal.

Como en las mejores familias.

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