Crítica Vertele

Godless, el western que utilizó el feminismo en vano

Michelle Dockery (Alice) y Merritt Wever (Maggie) en 'Godless'

Mónica Zas Marcos

Lo primero que el espectador va a encontrarse en Godless es que el 73% de las líneas del piloto son pronunciadas por hombres. Esto, en una industria que otorga el 75% del peso del guion a ellos, no habría de resultar extraño. El problema es que la nueva serie de Netflix se ha vendido a los cuatro vientos como el primer western de la plataforma. Y eso es mucho decir.

La premisa, sin embargo, así lo sugería: La Belle, una localidad de Nuevo Mexico en la que solo habitan mujeres, tendrá que prepararse ante el ataque sanguinario de la banda de forajidos más aterradora del Oeste. Unamos la línea de puntos. Si ellas son la población mayoritaria de La Belle, se entendería que la acción, o por lo menos los diálogos, recayesen sobre sus hombros. Pues no necesariamente.

Godless no es la primera que se ha embarcado en la complicada labor de mezclar un género tan masculino como el western con el feminismo. Antes lo intentó Jane Got a Gun, a la que no le fue mucho mejor. “A menos que el criterio para establecer que algo es feminista sea que 'contiene una mujer', La venganza de Jane no es la nueva Tomates verdes fritos. Puede que esta misma confusión sea el problema de comerciar con la marca del feminismo”, dijeron en su día en The Guardian. Una crítica que se puede extrapolar fácilmente a este caso.

La miniserie de Netflix propone personajes femeninos que se salen de la norma de Sergio Leone que, salvo contadas excepciones, concebía a la mujer como un objeto decorativo entre sus malolientes pistoleros.

Por ejemplo, el de Alice Fletcher (Michelle Dockery), una joven que llegó a La Belle para casarse con un hombre desconocido y, tras un accidente, terminó viviendo en una tribu Paiute de indios americanos. Ahora doma caballos salvajes en un rancho alejado de la ciudad y vive con su hijo mestizo y su suegra.

Así como el de Maggie McNue (Merry Wever), la única viuda que se arrancó las faldas tras la tragedia que terminó con el 95% de los hombres de la ciudad. Maggie viste con botas y sombrero de vaquero y, sobre todo, ya no tiene que seguir escondiéndose tras una falsa heterosexualidad. También es el cerebro de La Belle, tan diestra con la pistola como con la palabra.

En una ficción con tantos personajes, es difícil dotarles de complejidad a todos. Eso es comprensible. Pero incluso el tendero y el tonto del pueblo, dos de los pocos supervivientes de La Belle, aportan más conversación que las mujeres, quienes al fin y al cabo se encargan de levantar una ciudad minera sin mina ni picadores. Pero las incoherencias no se quedan ahí.

En el cartel vemos a Fletcher y a McNeu disparando contra un rebaño de vaqueros sobre un subtítulo que reza: “Bienvenidos a la tierra sin hombres”. Cautivador... si fuera verdad. Solo hacen falta diez minutos de visionado para darse cuenta de que el argumento principal gira sobre tres protagonistas masculinos (a veces alguno más):

Por orden de relevancia, el primero es el malvado Frank Griffin (Jeff Daniels), que va arrasando pueblos, violando mujeres y ahorcando niños con su cuadrilla de treinta malhechores. Después le seguiría Roy Goode, su aprendiz y el prototipo de chico malo tornado en alma noble que le traiciona. Por último, el sheriff de La Belle, Billy McNeu, que se propone realizar una última gran hazaña y consolidar su hombría antes de quedarse ciego. El cruce de historias entre ellos es interesante por lo innovador de la propuesta, pero no es exactamente feminista.

Los cinco hombres que quedan en la ciudad siguen teniendo la sartén por el mango. Tan desvalidas ven a las mujeres, que les obligan a votar para ser rescatadas por un grupo de 150 varones que pongan en marcha la mina y les hagan cariñitos por las noches. Sobra decir que la mayoría vota que sí, a excepción de Maggie y alguna más.

Alice Fletcher representa entonces la última esperanza, aunque también termina flaqueando. Ella, independiente, poderosa y enigmática, dice necesitar la ayuda del criminal Roy Goode para domar a sus caballos. De nuevo, la historia del pistolero que salva a la dama en apuros.

De vez en cuando el guion nos regala alguna píldora de reivindicación. Pero la frase, el momento lésbico o la escena en cuestión brillan más por su infrecuencia que por su alcance en la trama. Por lo demás, las mujeres funcionan a modo de bulto entre el polvo del desierto y solo abren la boca para hablar de hombres o con un hombre. En todo caso hay una excepción: el séptimo y último episodio. ¿Será suficiente?

El episodio salvador

Cuando un tuitero avisó de que el “western feminista” de Netflix daba a las mujeres un exiguo 27% del guion, la plataforma fue rauda. “En el episodio uno, pero créenos, ellas tienen la última palabra”, contestaron a un tuit que suma más de 26.000 me gusta. Sin entrar en spoilers, lo que dijo Netflix es cierto. El séptimo capítulo es frenético y violento como los seis anteriores, con la salvedad de que son ellas quienes por fin dominan la acción.

Algunos han apelado a los libros de historia para justificar esta falta de bravura en el guion. Las mujeres eran violadas, usadas y ninguneadas en el Lejano Oeste, algo que también aparece en la soberbia Westworld. En Godless, sin embargo, esta violencia constante contra la mujer no sirve para empoderarla ni para profundizar en el arco narrativo del “poblado de las señoras”.

Está claro que el Oeste no era feminista, pero esta serie supuestamente sí. Así que, puestos a inventar, por qué no arriesgarse y situar a tres mujeres en el centro de la trama. O hacerlas hablar de algo que no sean sus maridos fallecidos en la mina o lo apuestos que son los mozos recién llegados. U obligarlas a empuñar un arma antes de los últimos tres cuartos de hora.

Godless es un Godlesswestern si lo que se busca es una historia de cowboys con un trasfondo diferente. La fotografía de Steven Meizler y la banda sonora de Jurgen Beck la convierten, de hecho, en un producto más cuidado que cualquiera de los que vemos en el cine y la televisión. Pero no fue nada de esto lo que Netflix quiso destacar: fue el feminismo. Y si por feminista entendemos a una mujer que escupe, blasfema y viste pantalones, mientras que la potencia argumental se la llevan los hombres, quizá el problema sea mucho más grave que la definición.

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