Crítica Vertele (sin spoilers)

'Heridas abiertas', viaje al dolor emocional en forma de thriller

Amy Adams es Camille Preaker, una periodista obligada a volver a su ciudad natal

Francesc Miró

Tener todos los ingredientes necesarios a menudo no significa realizar el refrigerio adecuado. Heridas abiertas parecía correr el riesgo de morir de éxito antes incluso de estrenarse, pues todos los componentes que rodeaban su producción auguraban uno de los platos fuertes de la temporada veraniega.

La creadora de la serie, Marti Noxon, atraviesa una de sus mejores etapas creativas desde que en 2015 su UnReal alcanzase rápidamente el estatus de culto. Le siguieron el enérgico drama Hasta los huesos y la actual Dietland, que no deja de ganar fans. A ella se suma Jean-Marc Vallée en la dirección, alguien que con Big Little Lies hizo méritos suficientes para contarse entre los mejores al amparo de HBO.

Ambos adaptan una novela de Gillian Flynn, autora de best-sellers como la Perdida que David Fincher elevaría a uno de los thrillers más estimulantes de la última década. Y por si fuese poco, Amy Adams encabeza el reparto después de convertirse en una de las actrices más respetadas del panorama cinematográfico hollywoodiense gracias a la solidez de sus interpretaciones en La llegada, Animales nocturnos, Her o The Master.

No es de extrañar que ante tal plantel de profesionales la expectativa se disparase entre la crítica. Podríamos estar ante una de las series más relevantes de la temporada o ante un sonoro fracaso. Por suerte, a juzgar por lo que hemos visto hasta ahora, Heridas Abiertas no es solo un drama veraniego absolutamente eficaz, también un thriller emocional arriesgado y despiadado.

Wind Gap, un asesino en el corazón de Norteamérica

Cuando empiezan los títulos de crédito del final de un capítulo solemos creer haber visto todo lo que teníamos que ver y apagamos el televisor. A veces, de hecho, no es necesario que hagamos nada: reproductores como el de Netflix inician una cuenta atrás cuando aparece el fundido a negro que nos lleva directos al siguiente capítulo. Así no tenemos tiempo para pensar en lo que acabamos de ver. Así no hacemos la digestión para seguir comiendo.

Sin embargo, si uno se queda hasta el final de los créditos del primer episodio de Heridas abiertas, además de dejarse mesmerizar por el tema Tumbling Lights de The Acid, le espera un aviso legal tan perturbador como la serie misma. Un mensaje que reza: “Si usted, o alguien que conoce, lucha contra la autolesión o el abuso de sustancias, busque ayuda contactando con Substance Abuse and Mental Health Service Administration (SAMHSA)”.

Lejos de ser baladí, este cartel viene a reforzar un sentimiento que crece desde el primer minuto de esta historia: Heridas abiertas no es una serie fácil de ver. Pero no porque sea una ficción arrítmica -tan tensa como calmada-, ni por su extraño juego con el montaje que se diría alienta la alucinación constante. Más bien por su oscurísimo tono tan perturbador que, por momentos, se acerca más al terror psicológico que al thriller de la Norteamérica rural que parece narrar. Relato, también, tan deprimente como doloroso.

La nueva serie de HBO nos narra el viaje de Camille Preaker –Amy Adams–, joven obligada a volver a su ciudad natal tras once años de ausencia y silencio. Ahora es periodista y en su pueblo, Wind Gap, hay una historia que contar: han aparecido dos cadáveres de adolescentes mutiladas, y una tercera sigue desaparecida.

Además, en la mansión en la que creció –cuál cuento gótico-, la espera su madre, una mujer manipuladora y cruel. También los recuerdos de su hermana fallecida, que vagan en su cabeza mezclándose con la realidad como si de fantasmas se tratase.

Heridas abiertas combina magníficamente dos líneas de desarrollo que dialogan y se contaminan constantemente. La una quiere resolver un misterio rural, el de un asesino en serie en la Norteamérica olvidada entre Misuri y Tennessee. La otra quiere desentrañar el significado de un estado emocional, el de una protagonista rota que le teme a su pasado y afronta su presente alcoholizada, lidiando con impulsos suicidas.

En Wind Gap, como dice la propia Camille, solo hay ricos de toda la vida y escoria. Y ella es escoria… de padres ricos. Dónde la novela de Gillian Flynn dibujaba paisajes desoladores en el interior de su protagonista y en todo lo que la rodeaba, la serie creada por Marti Noxon transmite el desamparo de forma que se pega a la piel y pone los pelos de punta.

Escalofríos en pleno verano

La inteligencia que destilaba Big Little Lies, anterior serie de Jean-Marc Vallée, se podía percibir de múltiples formas. No en vano, se convirtió en una de las mejores series del año pasado y, si su segunda temporada no rebaja la calidad del conjunto, podría fácilmente representar uno de los dramas mejor construidos de la televisión contemporánea.

En gran medida, gracias a una arquitectura interna adictiva que jugaba con el montaje para reescribir el significado de sus imágenes. Vallée utilizaba el testimonio de personajes secundarios para montar un puzzle en torno a la trama principal que aportaba contexto cruel a lo que veíamos, cuando no contradecía lo que creíamos haber entendido de una situación o de una determinada escena. Rompía el desarrollo de forma consciente para jugar con el espectador.

Heridas abiertas parece asimilar la apuesta formal que el realizador hizo en su anterior trabajo. Solo que esta vez el montaje se llena de flashbacks veloces que no contradicen lo que vemos sino que lo complementan, obligando al espectador a mantenerse siempre alerta para no perderse un pedazo de significado. Imágenes fugaces que añaden capas de lectura cada vez más turbias e inquietantes.

Camille Preaker es un personaje apasionante, al que Amy Adams sabe impregnar de un difícil equilibrio entre debilidad y fuerza, miedo y coraje. Pero también es alguien asediado por recuerdos dolorosos que marcan su forma de entender el pequeño pueblo al que le ha tocado volver y las relaciones que establece con sus habitantes. Vallée se propone llevarnos hasta lo más profundo de su psique para hacernos empatizar con su estado mental al borde del colapso.

De ahí que lo que a simple vista puede ser una revisión del noir rural heredera de las formas de True Detective, con el tiempo muestra indicios propios del lenguaje del thriller psicológico más moderno -poco prodigado en televisión-. Heridas abiertas tiene más en común con el Stoker de Park Chan-wook o la Perdida de David Fincher que con Big Little Lies, y eso no tiene nada de malo. De hecho, hay quien agradecerá una ficción capaz de provocar escalofríos en este tórrido verano.

Etiquetas
stats