Análisis Vertele

Miedo y cinismo en tu televisor: las series y la cloaca geopolítica

Frank Underwood y Cersei Lannister, dos ejemplos de sociópatas de teleserie / DAVID SÁNCHEZ

Ignasi Franch

El politólogo Dominique Moïsi, comentarista en publicaciones como The Guardian, firma el libro Geopolítica de las series o el triunfo global del miedo (Errata Naturae, 2017). Examina en clave geopolítica ficciones de éxito como Juego de tronos, la versión estadounidense de House of cards o Homeland. El autor muestra una visión política del mundo que se aleja del think tank derechista pero tampoco busca el choque contra el neoliberalismo.

Generacionalmente, la propuesta también es particular. Geopolítica de las series no está firmado por un seriéfilo millenial o de la generación X, sino por un académico que ronda los 70 años. A ratos, Moïsi parece nuestro padre o nuestro abuelo comentando series para hablar sobre política. Y ni siquiera ejerce de tío provocador, como el filósofo esloveno Slavoj Zizek, porque el francés ejercita el pensamiento crítico pero se muestra más o menos cercano al establishment caído en desgracia de esa uropa que creía (o eso decía) en la cooperación.

Moïsi combina la valoración positiva de la calidad de las obras y la preocupación por los mensajes que estas sugieren. Parte de la loanza a la teleserie como un arte narrativo maduro, que quizá supera en calidad al cine comercial, y afirma que “comprender el mundo de las series televisivas supone comprender el mundo”. A la vez, considera que Juego de tronos y compañía muestran una visión exageradamente pesimista de la naturaleza humana. El miedo deglute cualquier esperanza.

Juego de tronos: que viva la muerte

Juego de tronos

El “winter is coming” convertido en símbolo de la desconfianza en el futuro. Moïsi muestra una visión ambivalente de la adaptación televisiva de la saga novelesca de George R. R. Martin como entretenimiento disfrutable que nos habla sobre algunos miedos de nuestro presente. Juego de tronos escenificaría una inversión de las amenazas: si desde el Occidente actual se teme el calentamiento global y amenazas que vienen del sur, los adversarios de la ficción son el frío y un ejército-masa que viene del norte.

Moïsi recoge también una traslación de las dinastías y territorios de la serie al Oriente Medio real, ideada por la analista Alyssa Rosenberg. Y recalca la tendencia de la serie a presentar la empatía y la piedad como debilidades. Todo ello visualiza una hegemonía de la realpolitik en el peor sentido de la palabra: suele ganar el cínico, el calculador, el despiadado. Aunque al final, dado el elevado índice de mortalidad de la serie, acaba venciendo solo la muerte. Juego de Tronos, dice el autor, nos sugiere que “la Edad Media somos nosotros. No es 'regreso al futuro' sino 'caída en picado hacia el pasado'”.

Downton Abbey: el pasado como refugio posible

Downton Abbey

Esta ficción británica de señores y criados ambientada en la Inglaterra de principios de siglo XX supondría una especie de inversión de la saga de Martin. “Si Juego de tronos refleja nuestra fascinación por el caos, Downton Abbey refleja un sentimento totalmente contradictorio, nuestra nostalgia por el orden”.

Moïsi ve en la serie una posible fascinación por esplendores clasistas e imperiales del pasado. Por ello cita al historiador y jurista francés Alexis de Tocqueville, que describió (“con una mezcla de nostalgia, sentimiento de inevitabilidad y aprensión”, recuerda) la creación de los Estados Unidos en La democracia en América. Aún así, también señala que la serie puede criticar el presente explorando una cierta sensación de avería del ascensor social.

El francés especula sobre las maneras de mirar Downton Abbey en un mundo global. Desde el Reino Unido se escenifica un cierto proceso de convergencia con la sociedad estadounidense, porque la liturgia aristocrática se ve desplazada por el poder del dinero. A la vez, el espectador norteamericano puede observar ese viejo mundo con una cierta fascinación. Y el público chino podría mirar de manera altiva una ficción que parece añorar imperios pasados: “Ya podéis celebrar vuestro pasado, que el futuro nos pertenece a nosotros”, resume Moïsi.

Homeland: nosotros somos el enemigo

Homeland

Homeland versa sobre una sospecha. Su protagonista es un estadounidense repatriado de quien se teme que, después de un cautiverio en manos de fundamentalistas islámicos, pueda ejercer de agente doble. Si Juego de tronos puede apelar a miedos reales desde la fantasía medievalizante, Homeland trataría directamente de la violencia vinculada con el fundamentalismo islámico. Y del miedo al al terrorista inidentificable, al enemigo interior.

Como recuerda Moïsi, Homeland es una ficción de espionaje. Por ello, también puede recordar a la Guerra Fría y a figuras históricas como Kim Philby, un agente británico de alto rango que se exilió en la URSS. En sus consideraciones sobre la serie, el autor lanza dardos a la diferente percepción de las amenazas de los atentados cometidos por pistoleros solitarios blancos y por otros pistoleros solitarios, en este caso de credo musulmán, que dicen seguir órdenes de Estado Islámico.

El politólogo recalca el interés de la versión original israelí y parece detectar un impulso de crítica al intervencionismo que despunta a medida que pasan las temporadas de la serie. ¿Homeland se va decantado por el aislacionismo? Lo que es seguro es que su trama va ampliando la noción del enemigo interno: los agentes leales a la patria también pueden considerarse adversarios de las libertades.

House of cards: fascinación por el diablo

House of cards

Un adicto al poder, dispuesto a cometer todo tipo de crímenes para conseguir la presidencia, es el protagonista de la versión estadounidense de House of cards. La compara con aquella El ala oeste de la Casa Blanca que ahora, en tiempos de fascinación televisiva por los sociópatas, es un prodigio de optimismo y luminosidad. Porque el Washington de House of cards es un escenario de Juego de tronos, plagada de figuras negativas, donde se trasciende el maquiavelismo para abandonarse a una cierta fascinación por la crueldad.

Por el camino, Moïsi ofrece un comentario a tener en cuenta. El original francés del libro fue publicado antes de las elecciones a la presidencia de los EE.UU. de 2016. Ya entonces especuló con la posibilidad que la serie protagonizada por Kevin Spacey y Robin Wright pudiese servir para explicar el posible fracaso de Hillary Clinton. Aunque la profecía no es del todo acertada, porque el autor asumía que el beneficiario solo podía ser un candidato republicano centrista.

El francés tampoco parece acertar del todo cuando caracteriza a un audiovisual estadounidense autoflagelador, opuesto a las ficciones propagandísticas que provienen de Rusia. Quizá infravalora las huídas autocomplacientes que permiten muchas ficciones tremendistas. O no asume que parte de la audiencia puede admirar a los ejecutores de soluciones difíciles y males dudosamente necesarios.

Occupied: el mundo, comunidad de acosadores

Occupied

La última serie analizada por Moïsi es Occupied, un thriller noruego de ficción política ambientada en un futuro cercano de cambio climático y crisis energética. Un político ecologista se convierte en presidente de Noruega y opta por detener la extracción de combustibles fósiles. La reacción es una invasión rusa, acometida con el beneplácito de la Unión Europea y recibida con pasividad por Estados Unidos.

Concebida por el novelista Jo Nesbo (El muñeco de nieve), la serie respeta algunas tendencias globales de la ficción televisiva. Aunque sea con una mirada diferenciada respecto al consenso neoliberal, ofrece otro retrato negativísimo de la política mundial. Quizá para compensar este fatalismo, Moïsin acaba el libro con un capítulo de ensayo-ficción: imagina una serie de geopolítica colaborativa, de aceptación de la interdependencia y de cooperación renuente de dos potencias como EE. UU. y China.

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