Alicia Gómez Montano, en un acto de la Agencia EFE

Carlos del Amor, periodista de TVE

Alicia era un ciclón, una mujer a la que podían acompañar cientos de adjetivos, casi todos superlativos. A pesar de ser menuda, a Alicia la veías venir desde lejos. Llegaba antes de estar y permanecía cuando se iba, tal como pasará ahora.

Alicia era la voz más bonita de una RTVE que hoy, en pleno, llora ya su ausencia. Una voz llena de color, de matices, de entonación y de ensoñación. Alicia era, es, porque el archivo está lleno de sus crónicas, una periodista total, un referente para los que entramos en una Televisión a la que el ERE dejó casi sin ellos. Cuando aquellos pipiolos comenzamos a trabajar en Torrespaña, hace 15 años, ella era uno de los espejos en los que mirarse.

Estrechamos lazos en el Festival de San Sebastián donde siempre intentábamos provocar una cena que se alargara. A Alicia se la disfrutaba en cada conversación que podía ser profunda e intelectual o la más trivial imaginable, en ambas aprendías algo.

Me quedaba boquiabierto al ver los Informe Semanales que le hacía a Pedro Almodóvar, nadie ha rodado al director manchego como lo hacían Alicia y su equipo, nadie ha tenido ese acceso, un privilegio que ella se ganó por su profesionalidad y su amor al cine.

Alicia soñaba con el periodismo y con cada reto que se le presentaba delante, le daba igual que fuera grande, pequeño o mediano. No le importaba si enfrente tenía a alguien que se apellidara Clinton o García, no miraba el DNI. Se trataba de contar historias, ese era su secreto, sabía contar historias como nadie.

En los últimos tiempos era la Editora de Igualdad de RTVE, abanderada del feminismo y defensora de los derechos de la mujer, esta tarea la desempeñaba con el mismo entusiasmo con el que empezó en Pamplona hace unos cuantos años. Había sacado la mejor puntuación en su proyecto para presidir RTVE, era así, no hacía las cosas a medias, ni regulares.

La casualidad hizo que durante los últimos años viviéramos en la misma calle, separados por unos cientos de metros. Nos cruzábamos fuera del Pirulí y la veía con el carro de la compra, con su pareja o doblando una esquina peleándose con el móvil. En la cotidianidad también se conoce a la gente y en la cotidianidad, que de alguna forma también es periodismo, era ella, la Montano, la mujer de los cientos de adjetivos: inteligente, luchadora, tenaz, mordaz, sensible...la mujer con la voz más bonita de la tele.

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