CRÍTICA VERTELE

Phantasma V: La coda para despertar tras cuatro décadas de terror onírico

Reggie Bannister en "Phantasma V: Desolación"

Lorenzo Ayuso

“Es a la vez una bendición y una maldición”. Don Coscarelli acostumbra a describir en esos términos su eterna ligadura con el universo Phantasma. Desde la puesta de largo de la primera entrega, allá por 1979, en adelante, la carrera del cineasta apenas ha podido desviarse del sendero marcado por el Hombre Alto. La marca era lo suficientemente poderosa como para asegurarle una mínima liquidez con la que sufragar cada nuevo acercamiento a su brumosa mitología, si bien, al tiempo, impedía al artista poder desarrollar otras inquietudes más allá de estas fantasmáticas coordenadas. En efecto, “bendición y maldición”. Hete ahí la paradoja.

La aparición, el 25 del marzo de 2014, de un primer tráiler de Phantasma V: Desolación (Phantasm V: Ravager, David Hartman, 2016), tras rodarse en secreto en un período de casi seis años, vino a acentuar el carácter profundamente anómalo de esta bendita/maldita franquicia.

Probemos a situarla en espejo con otra franquicia casi coetánea y paradigmática del devenir del género fantaterrorífico a partir de los ochenta, la iniciada con Pesadilla en Elm Street (Nightmare on Elm Street, Wes Craven, 1984), con la que comparte pretensiones oníricas y hasta un cierto retrato de la clase media suburbial estadounidense. Mientras Freedy Krueger fue adocenando su personalidad transgresora y acomodándose dentro de los márgenes de la cultura popular a cada repetición; Phantasma se hacía cada vez más huraña para el espectador no iniciado, encriptándose y plegándose sobre sí misma.

A ello contribuyó de forma decisiva la ávida comunidad erigida en torno al filme, que quiso indagar más allá de su mero papel de espectador y a la que Coscarelli siempre otorgó un papel decisivo en su pervivencia: configura así un extraño caso de narrativa colaborativa, en la que la fan fiction permea sobre la narrativa madre, complementándola e influyéndola. Coscarelli maneja así un material que, por momentos, le controla a él.

Phantasma ha generado un férreo sentimiento de pertenencia, de familia. No en vano, la concepción y consecución de la saga al completo adquiere un tinte casero. En los 37 años que separan la primera y la quinta entrega, el equipo humano se conserva intacto: no solo Coscarelli ha mantenido el control sobre su marca, sino una extraña, por inusual, lealtad al reparto original. A. Michael Baldwin (Mike), Reggie Bannister (Reggie), Bill Thornbury (Jody) y, por supuesto, Angus Scrimm (El Hombre Alto) han comparecido de forma continuada ante nuestros ojos. Este intenso, incluso íntimo, compromiso con la audiencia a lo largo de casi cuatro décadas también posee consecuencias dramáticas para los implicados, en tanto nos han hecho cómplices de su progresiva decrepitud. En cada nuevo episodio subyace un cada vez más palpitante pesar, que acaba rebosando en esta muy apropiadamente subtitulada Desolación.

Del sueño consciente a la realidad irreal

La relación con su público potencial fue trascendente desde el primer Phantasma (Phantasm, Don Coscarelli, 1979). Su responsable recordó vivamente cómo pagó por un pase de prueba con la película a medio hacer (sin música, sin efectos) a fin de que la respuesta del público le guiara para escribir su final. La respuesta de aquella audiencia, rememora, fue “horrible”, pues a la obra le faltaban aún demasiados remaches como para funcionar por sí sola.

En cualquier caso, esta estrategia planteó ya la importancia de la inducción para dar lógica a la saga. No en vano, el relato se concebía como una pesadilla, con una sucesión de situaciones marcadas por el extrañamiento que servían para esconder el trauma que se fraguaba en el inconsciente del joven Mike ante la súbita muerte de su hermano Jody. Las imágenes remitían a recuerdos de la estructura vital del personaje, alojados en diferentes estratos de su psique, exteriorizando y dando forma concreta a miedos irracionales. La elongada silueta de El Hombre Alto figuraba una encarnación de la muerte, inasequible e inevitable. Nada podía hacerse para escapar de su yugo, por más que el protagonista luchara contra él.

En Phantasma, la realidad transpiraba en la dimensión irreal de los sueños. Sin embargo, con Phantasma II: El regreso (Phantasm II, Don Coscarelli, 1988) era esa irrealidad la que se filtraba sobre los parámetros de lo real. El Hombre Alto deja de ser solo una proyección metafórica para ser una amenaza palpable, un vehículo itinerante y propagador de muerte. Los protagonistas pasan de huir de él a perseguirlo a través de multiversos porosos regidos por la lógica del subconsciente.

De esta en adelante, Phantasma establece una estructura cíclica, en forma de road movie, que reincidía en los mismos símbolos y traumas pero añadiendo a cada vuelta una nueva lectura. Este ejercicio metalingüístico restringe paulatinamente el interés al núcleo duro de interesados en la saga, y favorece también que las interpretaciones que estos extraigan tengan efecto en la narrativa. “La gracia de todo esto es que estoy aprendiendo sobre Phantasma según me hago mayor”, ironiza el afable Coscarelli en Consequence of Sound. “Te aparecen con perlas de sabiduría y visiones de la película que son incluso mejores de lo que pretendía en un inicio”, arguye con modestia.

Replegándose sobre el “phanático”

Tras la derivativa Phantasma III: El pasaje del terror (Phantasm III: Lord of the Dead, Don Coscarelli, 1994), Phantasma IV: Apocalipsis (Phantasm IV: Oblivion, Don Coscarelli, 1998) proporciona, en apariencia, una más que satisfactoria clausura para la serie. En un complicado ejercicio de bricolaje audiovisual, el director echaba mano de material descartado del Phantasma original para resignificar y con ello completar la construcción de su iconografía. El ejercicio de comunicar viejo y nuevo metraje, de enfrentar a sus actores con 20 años de diferencia, resultaba inquietante de tan orgánico. No solo funcionaba a nivel formal, sino que consolidaba la premisa que la saga había ido desarrollando: la existencia de múltiples realidades subyacentes, que interactúan de forma inconsciente sobre las otras y hacen que el camino que emprenden los héroes no encuentre su destino. Quedarán condenados así a la eterna búsqueda, a vivir y morir a la vez, a que el Hombre Alto siempre exista, por más que acaben con él.

El sepulturero incorporado por Scrimm lo sintetizaba mejor antes de los créditos en Phantasma III: “¡Nunca acaba!”. Y sin duda es así cuando volvemos a toparnos con Reggie (Bannister) 18 años después de la última vez, ya entrado en la septena, manteniendo los mismos ropajes para los que lleva haciendo de percha desde finales de los setenta. Una vez más el otrora heladero reconvertido en antihéroe emprende la búsqueda de su amigo Mike, aún desaparecido en algún plano de existencia, a través de las carreteras secundarias estadounidenses y bifurcaciones dimensionales que lo postran en una silla de ruedas dentro de un geriátrico, con diagnóstico demente.

“La historia siempre es la misma”, reconoce el personaje en su narración, mientras recorremos las etapas conocidas de su aventuras: las esferas, las autoestopistas de infausto destino, el mausoleo, los diapasones… Sin embargo, por primera vez se hace explícita la argumentación lógica sobre la que reposa la saga completa, la teoría de la membrana, en lo que es uno de los muchos detalles de complicidad que establece con su público.

Frente a la esquinada cuarta entrega, donde diálogo y música quedaban reducidos a una mínima expresión, la quinta destaca como la más discursiva del conjunto. Con Coscarelli apeado de la silla de director (se mantiene, eso sí, como guionista y productor), el artista de efectos digitales David Hartman construye la película como un diálogo retrospectivo con el phan, a través de un personaje, Reggie, que en el fondo no era más que un espectador de lujo con poco que hacer dentro del enfrentamiento entre los polos opuestos, Mike y el Hombre Alto.

Por más que se le invistiera como improbable héroe de slapstick (o slash-tick, en su contracción con el slasher), casi por analogía con el Ash Williams inmortalizado por Bruce Campbell en Posesión infernal (The Evil Dead, Sam Raimi, 1981) y sucesivas, el de Reggie Bannister tuvo un rango mucho más limitado en términos narrativos. No era el objetivo, sino la distracción divertida, condenada a ir siempre detrás del amigo perdido. Su función era otra. El enganche emocional dentro de tan confusa conceptualización.

Phantasma V: Desolación: Reggie tiene un reencuentro inesperado 360

Al otorgarle el foco narrativo exclusivo, Phantasma V apela a su público y a la lealtad construida durante décadas. Que la película exista, que las esferas sigan volando detrás de ellos, es posible solo por la estrecha relación que se ha establecido con ellos.

Y en esa relación, prevalece la idea de encuentro frente a otras consideraciones, como valores de producción y estética. Casi se diría que su presupuesto –más que ajustado, estrangulado- es una decisión deliberada: si el filme se gestó como un divertimento privado de fin de semana entre Hartman, Coscarelli y Bannister, su palmaria precariedad tal vez pretenda alejar de él a los neófitos. Resulta evidente que la barata e inconsistente textura digital alejará a quienes exijan unos mínimos estándares, como también lo es el salto de fe que puede suponer la idea de contemplar a estos ya sexagenarios jugando a los mismos juegos que hace casi cuarenta años (por más que su porte siga imponiendo, la avanzada edad de Scrimm permea en El Hombre Alto, que carece ya de la cualidad aterradora de sus orígenes). Pero ¿no es esto una forma de rebeldía frente al paso del tiempo? Si el cine no deja de ser la herramienta con la que la muerte muestra su trabajo, ¿por qué no esforzarse por seguir vivo, por no detener nunca esa eterna búsqueda?

Como decíamos, en términos narrativos la saga había quedado conclusa dentro de su imposibilidad de cerrarse, con el capítulo IV. Esta no pretende reabrir ni enmendar. Más que un capítulo final, es una coda a mayor gloria de sus habitantes, una oportunidad de seguir imaginándoles en movimiento, ahora que se acerca el ocaso.

De la eternidad al más allá

En ese sentido, los sentimientos encontrados de Coscarelli toman nuevo significado con la existencia de Phantasma V y sus circunstancias: Angus Scrimm falleció el 9 de enero de 2016, apenas 9 meses antes del primer pase público del filme. Su pérdida hace sentir inviable una hipotética sexta entrega, al menos en palabras de su artífice. De la frustración por no poder escapar de la saga, al pesar por no poder continuar.

Phantasma muere con él, pero también sigue viva con esta última imagen enlutada que aquí proporciona. Si algo ha propugnado el Hombre Alto es que la realidad no es más que la percepción de múltiples dimensiones que colisionan al mismo tiempo. Vivos o muertos. “Una bendición y una maldición”. Toma ya, Schrödinger.

Tráiler de Phantasma V: Desolación 360

“Phantasma V: Desolación” se estrenó el 29 de septiembre en cines españoles, de la mano de 39 Escalones Films. La noche previa, la cinta gozó de un preestreno en exclusiva en Movistar+.

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