Análisis Vertele

Así cambiaron Trump y la política los late night de Estados Unidos

Stephen Colbert, Jimmy Fallon y Jimmy Kimmel

Jesús Travieso

La precensura forma parte de la columna vertebral de la televisión de Estados Unidos. Los pitidos encima de una palabra malsonante o un insulto nunca faltan. Algo que afecta incluso a las actuaciones musicales de la SuperBowl. Aun siendo consciente de esto, y sabiendo que los pitidos censuradores iban a impedir que se escuchase su mensaje completo, Stephen Colbert no se echó atrás cuando dijo en su The Late Show (CBS) que la boca de Donald Trump solo servía para “aguantar la polla de Vladimir Putin”.

Esta frase tan dura en un monólogo del mes de mayo, que Colbert justificó por las faltas de respeto de Trump a un periodista de la CBS en la Casa Blanca, fue uno de los puntos de inflexión para su desempeño al frente de un programa que había heredado de David Letterman. Otro fue la propia victoria del ahora presidente de EEUU. Porque eso hizo que Colbert cambiase su forma de hacer un programa que llegó a estar en peligro de cancelación por sus bajas audiencias. Algo especialmente relevante en alguien que logró el éxito por interpretar a un ultratodo (derechista, católico y conservador) en The Colbert Report. Ahora, lanza andanadas contra alguien que por sus declaraciones recuerda a la caricatura que le hizo conocido.

Asumir este papel de oposición desde la televisión a Donald Trump impulsó a Colbert, a pesar de que ese comentario sobre Putin y su presidente casi le cuesta caro. Sus palabras provocaron que la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC, por sus siglas en inglés) recibiese miles de quejas censurando al presentador. Dos días después de su monólogo, dijo que no se arrepentía de sus críticas a Trump, pero sí del lenguaje que había empleado. Finalmente, la FCC desestimó las quejas y evitó que el cómico fuese investigado.

Todo lo anterior le permitió mantener la tendencia que le llevó al liderazgo en la noche de EEUU (en noviembre de 2016 le seguían 2,37 millones de personas, y este octubre ha llegado a los 3,04 millones). Hace un año, Jimmy Fallon, con un estilo cercano y juguetón con los personajes que entrevista, y que no suele meterse en líos, mandaba en la audiencia. Ahora, ese trono es de Colbert. Su giro político y la implicación que ha mostrado es la que le ha permitido dar un vuelco a los ratings de EEUU. Pero no ha sido el único. Jimmy Kimmel ha seguido su estela desde la ABC, pero por motivos y razones distintas.

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Audiencias de los principales Late Show

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La sanidad y un hijo para cambiar un estilo

El nombre de Jimmy Kimmel siempre ha estado asociado al presentador graciosete, discreto y que siempre estuvo primero a la sombra de Jay Leno y Letterman, y después a la de Fallon y Colbert. Tanto que a pesar de presentar el late show de la ABC fue más conocido en todo el mundo por su cambio físico. Hasta que su vida profesional dio un giro en mayo de 2017. Fue cuando utilizó su monólogo para contar, entre lágrimas, que habían operado a su hijo por una enfermedad del corazón. Unos minutos en los que aprovechó para exigir que todos los estadounidenses pudiesen tener una cobertura sanitaria y rechazó los intentos de la administración Trump por derogar el 'Obamacare'.

La intervención de Kimmel se hizo viral, provocando reacciones incluso en la clase política estadounidense. Desde entonces, su compromiso con la sanidad u otras cuestiones controvertidas no ha hecho más que crecer. Lo mismo ha ocurrido con sus audiencias y su influencia (cayó en espectadores desde noviembre, y tras su monólogo no ha dejado de crecer, hasta recuperar los 2,37 millones de espectadores). Tanto que hasta ha protagonizado discusiones desde los medios con senadores por su posición sobre la cobertura sanitaria en el país.

Su cruce de declaraciones más conocido ha sido con el senador Bill Cassidy, que junto al también parlamentario Lindsey Graham da nombre a la reforma sanitaria que los republicanos quieren implantar en EEUU, la 'Graham-Cassidy'. El choque ha sido comentado en otras cadenas, como Fox News o la MSNBC. Todo esto también ha provocado que Kimmel reciba numerosas críticas, casi todas desde el partido de Trump o sus satélites. “No lo entiende”, “no es una persona seria” o “forma parte de la élite” están entre los dardos que le han lanzado. A todos ellos les respondió en un monólogo, en el que acusó a Cassidy de mentirle a la cara por su reforma sanitaria. Para que su audiencia la entendiese, hizo un sketch junto a un barista de Starbucks con la idea de mostrar qué supondría la Grahamm-Cassidy.

El tiroteo de Las Vegas fue el tema de su otro monólogo más emotivo. Unos hechos que ocurrieron en su ciudad natal, donde un hombre mató a 59 personas. Durante 10 minutos, y entre sollozos, Kimmel criticó la libertad de portar armas en todo el país, recordando que sus partidarios quieren legalizar el uso de silenciadores y que aquellos con problemas de salud mental puedan acceder a las mismas. También reseñó todo lo que rodea a la Asociación Nacional del Rifle y el papel de lobby que ejerce, además de mostrar un collage de fotos de todos los senadores que rechazaron restringir el uso de pistolas y rifles tras el tiroteo de Orlando. El vídeo de su intervención en YouTube ya está cerca de los 10 millones de visitas.

¿Qué pasa con Jimmy Fallon?

La historia de Trump con el hasta hace poco rey de la noche estadounidense comenzó justo antes de que el primero ganase las elecciones. Fue en septiembre, cuando acudió a ser entrevistado por Fallon. Pero la entrevista no fue como muchos esperaban. Para alguien que se caracteriza por jugar con sus invitados, hacerles cantar o plantearles cuestiones amables o de cotilleo suave, estaba claro que el momento más destacado estaría en esa línea: fue el del ahora presidente dejándose tocar el pelo por Fallon.

Este hecho marcó el inicio de la caída del cómico neoyorquino del primer puesto de las audiencias (hace un año, tenía 3,16 millones de espectadores; ahora le ven 2,62 millones), a la vez que crecían las críticas de los que le acusaron de no hacer ni una pregunta incómoda a Trump. Justo en unas fechas en las que éste se negó a admitir que Barack Obama había nacido en Estados Unidos. Fallon se disculpó meses más tarde en una entrevista en The New York Times, en la que aseguró que no hizo aquello para “humanizar” a su invitado y señaló que la gente tenía derecho a estar decepcionada. También admitió que estuvo destrozado tras los reproches que recibió.

Pero esto no ha cambiado a Fallon. Apenas se ha metido en política, y ha confirmado que seguirá sin hacerlo. Lo dijo hace unos días en otra entrevista que concedió a Sunday Today, en la que recordó que la política y seguir una línea anti-Trump no es lo suyo. “Amo más la cultura pop que la política. No soy tan listo”. Sobre si ha sido presionado para cambiar, respondió con elogios a Colbert y admitiendo que le costaba hacer bromas sobre Trump por la seriedad de los temas por los que era noticia el presidente.

A pesar de lo anterior, Fallon sí tuvo un día en el que se puso serio para hablar sobre Trump. Los ataques racistas de Charlottesville, en los que murió una mujer tras ser atropellada por un ultraderechista, provocaron este cambio. Que el presidente no hiciese una condena explícita de los hechos que protagonizaron los neonazis fue calificado por el cómico de “vergonzoso”. De paso, le mandó una pregunta sobre qué tenía que decirles a sus hijas: “¿Cómo les explico este odio? Tienen amigos de todas las razas”.

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Número de espectadores de los principales Late Show

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¿Y el resto de programas?

Un escalón por debajo de los tres grandes de la noche están presentadores también muy conocidos, pero que aún viven a la sombra de los anteriores. Uno de ellos es Seth Meyers, que lidera el espacio que va justo después del de Fallon en la NBC, y que siempre ha tenido una línea más política. Fue él quien invitó a Bernie Sanders en 2015 para que explicase a su audiencia qué era el socialismo que después abanderó en la lucha por ser candidato a la Casa Blanca por el Partido Demócrata.

El compromiso de Meyers está recogido en una sección llamada A Closer Look, en la que analiza un tema de actualidad. El último, y uno de los más comentados, ha sido el de comparar a Harvey Weinstein con Donald Trump. El cómico dejó claro que el primero ha caído por las acusaciones de abuso sexual, mientras que el segundo sigue en el cargo como si nada. Sus audiencias también han subido en el último año.

El otro cómico con un perfil similar es John Oliver. Desde su Last Week Tonight, emitido los domingos por la HBO, el presentador británico dedica casa semana un largo monólogo sobre un tema político o social. Entre éstos han estado la adicción a los juegos de azar, el cambio climático o la corrupción de la FIFA. Su inteligencia y capacidad de mezclar el humor con temas tan controvertidos le han hecho crecer en influencia dentro de EEUU. A ello ha ayudado la particularidad de ser un europeo que disecciona como nadie lo que ocurre en su país de acogida.

Por supuesto, los programas con una evidente carga política también se han visto beneficiados con la llegada de Trump. El mayor ejemplo es el de Trevor Noah, que sustituyó en The Daily Show a Jon Stewart. Su figura es especialmente relevante, al tratarse de un hombre joven y negro que rechaza desde un programa de gran trayectoria las políticas del líder de EEUU. El otro gran beneficiado ha sido Saturday Night Live, donde tanto el presidente como los que le rodean son los más parodiados todas las semanas. La imitación del exportavoz Sean Spicer que hizo Melissa McCarthy es el mejor ejemplo del éxito del humor político en la televisión del país.

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