Crítica del episodio 2x01

Westworld: se acabó el parque de atracciones; empieza la guerra

Dolores y Teddy en el primer episodio de la segunda temporada de 'Westworld'

Mónica Zas Marcos

“Bienvenido a Westworld, señor. ¿Está usted dentro o fuera de la ley?”, preguntaban unos azafatos vestidos de riguroso blanco a la entrada del parque temático. Dependiendo de la respuesta, ofrecían al visitante un color de sombrero u otro, pero lo más probable es que al final de la experiencia todos ellos hubiesen participado en una trama de pillaje, violación, asesinato o algo peor. No hay nada como saberse por encima del bien y del mal, de cualquier ley, para que el ser humano dé rienda suelta a sus peores instintos.

Después del caótico final de la primera temporada, no hay azafato que abra las puertas de este mundo ni hacia dentro ni hacia fuera. No por casualidad The Door (la puerta) es el elemento elegido en esta nueva entrega de episodios, tal y como lo fue The Maze (el laberinto) en la primera. Los visitantes se han quedado atrapados en una pesadilla sin salida mientras los anfitriones despiertan de las suyas, de esos reveries macabros en los que revivían 35 años de atrocidades perpetradas por los humanos.

A la cabeza de esta revuelta está Dolores Abernathy (¿o es Wyatt?), la inofensiva hija del granjero y la primera anfitriona de Westworld. Así lo dispuso su creador, el doctor Ford, cuando descubrió lo que los visitantes hacían con ella y el resto de sus creaciones. Él y su socio Arnold le dieron la posibilidad de mutar su papel de damisela en apuros y entrar en modo asesina sanguinaria para defenderse. Dolores ha despertado sedienta de venganza y, sintiéndolo mucho por quienes se han quedado atrapados, no parece que haya vuelta atrás.

El primer episodio de la nueva temporada arranca justo donde esperábamos, y sirve para confirmar nuestra principal sospecha. Robert Ford llevaba tiempo orquestando la masacre en la sombra y tenía pensado sellar con su sacrificio la liberación de los robots. Ahora, la guerra no ha hecho más que empezar.

Jonathan Nolan y Lisa Joy mantienen la fórmula que convirtió a Westworld en el estreno mundial más visto de HBO en esta segunda entrega, y usan algunos trucos que ya se sacaron de la manga. El ejemplo más evidente son los vaivenes temporales, eso sí, bastante más toscos que la triple línea temporal que alimentó hace un año las teorías de los fans. Por otro lado, no necesariamente malo, parecen haber abandonado por un momento los intensos dilemas filosóficos en pos de la acción.

A partir de ahora, analizaremos el arranque del episodio Journey Into Night, y es inevitable que se nos escapen un par de spoilers. Si aún no lo han visto, pueden ir haciendo tiempo con las cinco claves que nos dejó la primera temporada.

Westworld Analytica

Ya quedó claro en los primeros diez episodios que los miembros de la cúpula de Delos no estaban a salvo en el que creían su parque de atracciones. La brutal muerte de la jefa de operaciones Theresa Cullen nos dio alguna pista, pero la masacre en la cena de empresa fue la ratificación absoluta. Son la representación de los oscuros intereses corporativos, al mismo estilo que Dharma en Perdidos y Evil Corp en Mr. Robot, que se han desvelado aún más oscuros en este primer episodio.

Journey Into Night despega justo después de que los anfitriones se líen a balazos contra la junta de Delos. Solo unos cuantos afortunados consiguen arrastrarse entre los cadáveres y las copas rotas de champán para huir a un granero cercano. Entre ellos, la narcisista y calculadora directora ejecutiva de Delos, Charlotte Hale, y Bernard, que aún no ha desvelado su naturaleza androide con ella. Ambos conocen bien los rincones secretos de Westworld y a uno de estos centros de control se dirigen para salvar el pellejo.

Recordemos que Hale fue enviada allí para sacar 35 años de datos del parque. “Nuestro interés en este sitio es únicamente la propiedad intelectual: el código”, advirtió. Pero las situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas, y la joven se ve obligada a mostrarle a Bernard el lugar desde donde está perpetrando ese robo masivo de información.

Un agujero subterráneo en el que una versión muy primaria de androides sin rostro cachean a los anfitriones, desde el cerebro -del que extraen una enorme pila- hasta sus partes íntimas -de las que extraen fluidos-, para almacenar sus vivencias en el parque. Lo que pasa en Westworld, a diferencia de Las Vegas, ya no se queda en Westworld, para desgracia de los visitantes.

No es la primera vez que la ficción de Nolan y Joy aborda un tema en el momento más oportuno, en este caso el escándalo de Cambridge Analytica. Esos datos que Charlotte Hale está recopilando en su madriguera serán de utilidad para el futuro de Delos, como se insinúa en la segunda línea temporal del episodio.

En este presente impreciso, Charlotte y Bernard ya no escapan de los robots asesinos, sino que el segundo se despierta aturdido en una playa mientras una brigada de agentes armados inspecciona la zona. El programador se reúne con un nuevo cabecilla de Delos y el enviado para sofocar la revuelta de los anfitriones, Karl Strand. Deben haber pasado escasas semanas desde la masacre, a la vista de la putrefacción de los cadáveres, pero no se conceden más pistas. Lo único que sabemos es que ha transcurrido el tiempo suficiente para que Delos haya fichado a Bernard como un androide con alto nivel de conciencia.

Esta es sin duda la trama que más preguntas despierta. Por un lado, se sabe que los militares humanos están exterminando a todos y cada uno de los anfitriones (pertenezcan o no a la insurgencia), pero un grupo de ellos ha unido fuerzas para refugiarse en un lugar remoto del parque. O eso parecía, ya que el giro final del episodio deja todas sus expectativas de victoria tocadas y hundidas. ¿Nos han mostrado el desenlace de la guerra antes de empezar? Desde luego, no es el estilo propio de Westworld.

Hasta aquí lo interesante

El despertar de Dolores es un goce para los sentidos, y sería difícil argumentar lo contrario. Sin embargo, tanto su trama como la del resto de anfitriones principales, como Teddy y Maeve, pecan de forzadas. Parece que los robots afrontan su nueva humanidad presumiendo de inhumanidad. No es que Dolores haya resuelto su laberinto de conciencia, sino que directamente se ha convertido en su antagonista: pasando de sonreír afablemente a cualquier visitante a pegarle un tiro en la sien sin mediar palabra. “Solo me faltaba un rol por interpretar: yo misma”, les dice a unos pobres diablos antes de ejecutarlos.

El exceso de cordialidad, así como el exceso de sangre, se antojan artificiales, lo que invita a pensar que esta revolución es menos autónoma de lo que parece. Eso, o que los guionistas no han sabido medir su reflejo sobre la pantalla. Hará falta observar la evolución del personaje junto a su amado Teddy, quien por cierto sigue soltando las mismas fruslerías sin sustancia que en el episodio piloto.

Quizá la excepción es Maeve, tan obcecada en encontrar a su hija como en la temporada anterior, pero con una acertada vis cómica que le proporciona la “humanidad” que se echa de menos en Dolores. Con el inaguantable guionista de Delos como rehén, la exprostituta saldrá al parque en busca de la pequeña. En principio, podría parecer que ha entrado en bucle en su propio loop. ¿Por qué se ha quedado atrapada en esa narrativa concreta y no en la del burdel? Quizá la maternidad, incluso entre los robots de Westworld, sea algo más que una línea de guion y otra de código (como se deja entrever en el nuevo opening).

Estas son las incógnitas que abre la primera hora de visionado de la nueva temporada. Una temporada que pinta más brutal que la anterior, menos existencial y, como mínimo, igual de entretenida.

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