CRÍTICA

'El cuento de la criada' todavía no avista un final feliz

'El cuento de la criada' todavía no avista un final feliz

Mónica Zas Marcos

El regreso de El cuento de la criada y Westworld, ambas con su segunda temporada, tienen más en común de lo que a priori podríamos pensar. Tanto la serie original de Hulu como la de Nolan y Joy presentaron en su debut sendos futuros distópicos en los que las mujeres y los androides, respectivamente, eran sometidos por un nuevo orden mundial.

Extremas y aterradoramente plausibles, se alzaron pronto como el relevo de HBO para Juego de Tronos ante su inminente final. Pero aquí no acaban los parecidos. Hace un año, despedimos a las criadas y a los robots listos para una revolución que se encendió a fuego lento durante diez episodios. Están atrapados y furiosos. No en vano, como reza la segunda ley de la termodinámica, todos los sistemas aislados tienden al caos. Así que bienvenidos al principio del fin.

Del mismo modo que Dolores Abernathy en Westworld, June Osbourne -hasta ahora conocida como Defred- ha dejado crecer la semilla del odio a través de sus recuerdos. La principal diferencia entre una protagonista y otra es que esta última se mueve por un pasado feliz que le fue arrebatado de forma injusta y la primera por un futuro incierto pero inevitablemente mejor que las atrocidades ya vividas. Lo único seguro es que las dos están decididas a transformar su presente.

El cuento de la criada se fue el pasado junio dejando las expectativas de una revuelta demasiado altas. Pero, como hemos visto al comienzo de la segunda temporada, las ganas adelantaron a los acontecimientos. Aquí no hay guerra a la vista, al menos de momento. La ficción de Hulu repite ese ritmo pausado que convirtió en su seña de identidad en la primera entrega, regodeándose en una deliciosa puesta en escena y transitando por otros ambientes nunca antes vistos que abren el apetito para las nuevas tramas. Pero el levantamiento de las doncellas aún queda lejos.

Al menos, el episodio Night (noche) demostró que las criadas no están dispuestas a pasar por cualquier aro, ni de los Hijos de Jacob ni de las tías. No tienen más remedio que ser las concubinas de los Comandantes y soportar ser violadas cada noche durante su periodo más fértil del mes, igual que tuvieron que renunciar a la fuerza a sus derechos y libertades para convertirse en meras vasijas de la república de Gilead. Pero también han dejado claro que no van dilapidar a una compañera por tener instinto maternal con su propia criatura.

En la season finale, después de que la criada tuerta Janine se fugase con su bebé de la casa de sus amos, se tirase por un puente desesperada y tuviese la mala suerte de sobrevivir, fue condenada a muerte. Pero no a cualquier muerte, sino a una por lapidación a manos del resto de criadas. Para que sirviese de lección a una y a otras. Aquella escena final fue brillante para los sentidos: todas vestidas de rojo y blanco, como en una coreografía de la sororidad, dejando caer al suelo una piedra tras otra. Un acto de desobediencia que no les iba a salir gratis.

Y aquí nos encontramos, diez meses más tarde en la vida real y apenas unos minutos después de aquello en el huso horario de Gilead. El título del primer episodio, June, da alguna pista de la transormación que está a punto de ocurrir en la protagonista. Las criadas van a ser duramente castigadas por encararse con Tía Lydia, pero a Defred no parece importarle. Mientras se dirige al “matadero”, su mirada es una mezcla de alivio por alejarse de los Waterford y de indiferencia, como si la horca fuese el más tranquilo de los finales.

A pesar de los muchos esfuerzos mentales por mantenerse en su papel de sumisa, Defred fue despertando poco a poco gracias a los estímulos externos. Nolite te bastardes carborundorum grabado en su pared, las ideas revolucionarias de su colega Emily (Deglen, para los enemigos), las amenazas de Serena Joy a su hija pequeña (adoptada por una familia de alto rango) y los excesos de su amo Fred esparcieron la pólvora. Pero lo que de verdad encendió la mecha fue el maltrato a Janine después de haber dado a luz.

Ahora Defred no es propiedad de nadie, y hará lo que sea para alumbrar a su hijo lejos de los fanáticos de Gilead. “Me llamo June Osbourne. Soy de Brooklyn, Massachussets. Tengo 34 años, mido 5.3 pies y peso 120 libras. Estoy embarazada de cinco semanas. Soy...libre”, dice al final del primer episodio. Ha escapado con la ayuda de Nick, el padre de su bebé y sirviente tránsfuga entre los Hijos de Jacob y MayDay, el grupo clandestino de la resistencia.

Él la lleva a la antigua redacción del Boston Globe, que al parecer fue el escenario de una masacre durante el golpe de Estado. Allí, entre los rotativos oxidados y los paredones llenos de sangre y agujeros de bala, June tendrá que esperar varias semanas hasta que baje el nivel de alarma, algo que se le antoja insoportable. Ni ella ni Nick se aman, en todo caso se tienen cariño y se utilizan sexualmente en una república que castiga la pasión en nombre de la fe. Una bomba de relojería que no tardará en explotar, sobre todo ahora que conoce el paradero de su marido y el de su hija.

El castigo a las no-mujeres

Gracias al útil aunque rudimentario uso de los flashbacks, la segunda temporada nos ofrece más detalles del pasado de June y de cómo se instauró paulatinamente el terror en un Estados Unidos democrático. Para ser sinceros, son detalles de la vida de la protagonista algo nimios en relación a lo avanzada que está su trama. Los que, por el contrario, han supuesto una feliz novedad son los dedicados a Emily, la criada revolucionaria de MayDay que fue sometida a una circuncisión en el último episodio por descuartizar con un coche a varios agentes de seguridad de Gilead.

El personaje interpretado por Alexis Bledel ha sido siempre un misterio con mucho potencial. Por suerte, los showrunners han decidido invertir más tiempo de metraje en su historia, que ocupa la práctica totalidad del segundo episodio, The Unwomen (las no mujeres).

Sabíamos por encima que, antes del golpe, era profesora universitaria de biología molecular y que estaba casada con una mujer, Silvia, junto a la que tenía un hijo de tres años, Oliver. Si los viajes al pasado de June sirvieron para ver cómo los Hijos de Jacob apartaron a las mujeres de la sociedad, la de Emily muestra cómo castigaron al colectivo LGTB. Justo cuando está a punto de huir a Canadá con su familia, un oficial le espeta que “la ley” prohíbe el matrimonio homosexual, por lo que Emily tendrá que ver marchar a su amada y a su pequeño mientras se queda atrapada en una pesadilla sin salida.

También de su mano asistimos por primera vez a las temidas colonias. Es la última planta del infierno, donde las castigadas deben limpiar residuos tóxicos sin descanso hasta morir carcomidas por la radiación. Si Gilead no tiene escapatoria, las colonias son directamente un agujero negro. Pero algo nos dice que la revolución va a tener ahí un importante patrulla.

El cuento de la criada, como en las colonias, nos hace masticar despacio la ceniza. Alarga la agonía porque así el deseo de rebelión y venganza se vuelve más implacable. El final feliz de este cuento, si acaso existe, tardará en llegar, sobre todo ahora que la serie se ha separado de la novela de Margaret Atwood. Mientras ocurre, disfrutemos de este prodigioso averno que han diseñado para nuestros sentidos.

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