Crítica Vertele

El mejor inspector Maigret no era otro que Mr. Bean

Rowan Atkinson en el papel del mítico Maigret

Francesc Miró

Cuando se habla de cifras en la obra de Georges Simenon es difícil no arquear la ceja por desconfianza, o entreabrir la boca de pura sorpresa. En vida -y firmando con su nombre- escribió la nada desdeñable cantidad de ciento noventa y una novelas. Aún es imprecisa la cifra de obras que hizo con alguno de sus veintisiete pseudónimos conocidos hasta la fecha, pero podría alcanzar los seiscientos títulos según expertos como Carlos Pujol, quién además tradujo al autor en varias ocasiones. Se calcula que de toda su obra se han vendido en nuestro pequeño planeta unos 550 millones de ejemplares.

De todos estos, muchos pertenecen sin duda a su creación más popular: el inspector Jules Maigret, astuto oficial de la policía francesa protagonista de setenta y ocho novelas y otros tantos cuentos. También, cómo no, de un buen puñado de adaptaciones en el audiovisual que se remontan de 1932 hasta nuestros días.

La última en llegar a nuestras pantallas ha sido Maigret, serie producida por ITV y emitida por la BBC en la que Rowan Atkinson, eterno Mr. Bean, daba vida al célebre personaje. En nuestro país seguía inédita hasta que el portal de VOD Filmin ha rescatado su primera temporada. El resultado es una delicia tan sencilla como disfrutable que evoca lo mejor de la prosa del autor francés.

Érase un hombre pegado a una pipa

La responsabilidad para con el precedente, cuando se interpreta a personajes clásicos, muchas veces corre el riesgo de convertirse en grilletes de presidiario. Ese agravio comparativo que pesa y limita la labor de artistas de todo tipo. Los de Rowan Atkinson, además, llevaban doble carga: el personaje de Maigret gozaba de una tradición arraigada en el imaginario colectivo, y él arrastraba el encasillamiento cómico del su memorable Mr. Bean.

Por la obra de Simenon se han acercado realizadores de todo tipo. El primero en hacerlo fue el gran Jean Renoir en uno de sus títulos más enigmáticos: La noche de la encrucijada, estrenada poco después de la publicación de la primera aventura del inspector. Sin llegar al nivel de esta, nombres como Maurice Tourneur o Richard Pottier ofrecieron su visión del asunto en películas menores. Durante décadas, el hombre de la pipa siempre encendida fue pasto de material esencialmente literario.

Sin embargo, en 1958 Jean Gabin se enfundó al personaje en la gran El comisario Maigret dirigida por Jean Delannoy, todo un clásico noir que hizo icónica su figura. Gabin repitió el papel en varias ocasiones y su interpretación caló en el audiovisual de su época: en los sesenta Maigret saltaría a la televisión para quedarse. Desde entonces series británicas, francesas e incluso italianas han moldeado el imaginario del cómo es el thriller galo en varias generaciones de espectadores.

Maigret, por lo tanto, no hay uno sino muchos. Habrá quien piense que no a habido nadie que tradujese su porte como Michael Gambon en la serie británica de los noventa, y quien opine que el punto exacto de histrionismo necesario lo aportaba Sergio Castellitto a principios de los dosmiles. Sin embargo, esta última aproximación de la BBC realiza una pirueta nunca antes vista en la tradición maigretiana: quien lo interpreta viene de un registro cómico e histriónico muy pronunciado, de herencia muda y slapstick british.

Con todo, Rowan Atkinson interpreta a un Maigret impecable: sobrio, taimado y de una presencia sorprendente. Se diría, de hecho, que descubrirle en un registro como el que ofrece en esta serie es verle unas capacidades interpretativas que nos habían pasado desapercibidas bajo las mil caras de Mr. Bean y el humor bobo de Johnny English. Su Maigret resulta jugoso en gestos, miradas, sentencias. Y, lo que podría ser más importante: todo lo que le rodea se ajusta a su intepretación.

Simenon vive

Se dice que la visión turbia de la vida que destila la prosa de Simenon viene de lejos. Nació un viernes 13 pero su madre mintió en el registro civil pensando que la fecha le traería mala suerte. Gracias al tejemaneje oficialmente dio a luz la noche del 12 de febrero de 1903. Así que el chaval creció creyendo esa y muchas otras mentiras, como que si era bueno no le pasaría nada malo: tuvo que aprender a defenderse de los golpes que recibía de sus compañeros en la escuela cristiana, y luego a buscarse la vida tras dejar el colegio. También anhelando el cariño de unos padres que preferían al hijo mayor, con la cabeza más amueblada, el que no quería ser escritor.

Con setenta años evaluaría su relación maternal en Carta a mi madre, una de sus obras autobiográficas, resolviendo que nunca se habían amado: vivieron aparentando que lo hacían. Algo que se refleja en su literatura, como sus fracasos sentimentales y el suicidio de su hija.

Algo que el Maigret de Rowan Atkinson sabe captar de forma sutil pero omnipresente. Una ambientación estupenda –que no esconde sus limitaciones-, un desarrollo cuidado y un retrato de personajes bien construido convierte la serie que ahora estrena Filmin en un eco de la voz de Simenon. Y eso no es poca cosa.

Cuando a principio de los treinta el novelista empieza a publicar con su nombre las historias del oficial francés, la novela policíaca hegemónica se articula esencialmente en torno al whodunit de toda la vida. Sin embargo, él se empeñó en utilizar el misterio para desenmascarar al asesino como una herramienta más del drama. Un elemento a veces accesorio.

Decía el escritor, traductor e historiador Joan Pujol que en sus aventuras “el misterio se desplaza insensiblemente hacia la condición humana de los personajes”, y que lo que sugestionaba de las novelas de Maigret no era la acción policial ni el argumento en pos de resolver el caso, sino la bajeza moral de sus criminales, y la incomprensión entre iguales. Por eso, ni siquiera sus desenlaces tranquilizaban: un final de Simenon “deja subsistir una sorda inquietud, un fracaso íntimo que presupone falta de fe en las posibilidades de resolver las cuestiones más profundas”.

Este sentir, el impulso de una trama detectivesca que en última instancia retrata más el horror del mundo y el carácter social del delito que la inteligencia del criminal, se percibe en cada línea de guion de la serie. Y quien enfrenta el reto no es otro que aquel actor a quien muchos creyeron circunscrito a la comedia: un Mr. Bean que mira con recelo e incluso pena a los asesinos que desenmascara.

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