Estreno de la segunda entrega

'Mascotas 2': el triunfo de los personajes redondos y achuchables

El conejo Snowball, en primer plano.

Belén Gómez

El título original de la primera Mascotas en inglés era The Secret Life of Pets. Es decir, La vida secreta de las mascotas. De esta forma enunciaba con una mayor claridad qué podía ofrecernos la película dirigida en 2016 por Chris Renaud y Yarrow Cheney, e increpaba al público a preguntarse cuál era esa vida secreta. Qué hacían sus animalitos cuando ellos salían de casa para trabajar o ir al colegio.

La respuesta daba para casi hora y media de película pero, afortunadamente, no ofrecía ninguna sorpresa desagradable. Los animales domésticos empezaban a hablar e interactuar entre ellos cuando los humanos no miraban, pero en casi ningún caso variaban su carácter. Seguían siendo nuestros animales, y seguían queriéndonos.

Mascotas, por tanto, no precisaba de esa “vida secreta” en el título. Mascotas, a cambio, se introducía de lleno en la tradición animada —que alrededor de los noventa también dio un salto a la acción real— de animales parlantes, pero convertida de pronto en un tropo habitual del cine infantil. Dentro de esta tradición, las mascotas no dejaban de ser mascotas, y sus sorprendentes diálogos afianzaban el amor que nos gustaba pensar que sentían por nosotros, y que entonces podíamos confirmar.

La primera película tenía como escenario un edificio de Manhattan habitado por animales como la gata Chloe, el bulldog Mel, el pez Gino o el caniche Leo, que gustaba de escuchar heavy metal a todo trapo cuando se quedaba solo en casa. El público, así, tenía ocasión de adentrarse en su tiempo de ocio, en sus aventuras cuando los dueños estaban fuera de casa y podían hacer oír su verdadera voz.

Mascotas arrancaba cuando la llegada de Duke, un nuevo perro, al hogar de Max —personaje principal de la saga—, hacía que este viera peligrar su estatus de favorito. La ansiedad de cualquier mascota por que su amo le cuide y le haga sentir especial, transformada en un preocupante caso de celos, cimentaba el discurso del film que iniciaba la saga y obtenía un avasallador éxito en taquilla.

La segunda entrega, por su parte, ahonda en el instinto de protección que desarrolla el mismo Max en torno al hijo que acaba de tener su dueña y en cómo esta vez son ellos también los que cuidan de nosotros. Por ahí también se deja caer el Capitán Pompón —contando con escenas en 2D que atestiguan un mayor riesgo formal en esta secuela—, y otros entrañables animales.

Todos se disponen a vivir otra gran aventura, además de, a ser posible, volver a arrasar con la cartelera veraniega. Consolidándose, al fin, como un éxito más en la larga lista de Illumination.

Un estudio hermoso como una papaya

Corría 2007 cuando Chris Melendandri dejó su puesto como presidente de 20th Century Fox Animation para fundar Illumination Entertainment. Lejos de los ambiciosos estrenos que su anterior empresa había estrenado a principios de siglo —como Anastasia o Titán A.E.—, la intención de Melendandri era producir películas destinadas expresamente al público familiar, reforzando el componente kawaii en sus films antes que las ambiciones dramáticas.

Un año después pasaba a ser propiedad de Universal Pictures, y en 2010 estrenaba Gru, mi villano favorito, conociendo un éxito apoteósico nada más empezar. Este film dirigido por Pierre Coffin y Chris Renaud —el cerebro tras la saga Mascotas— ya se las apañaba para presentar en sociedad el “estilo Illumination” del que harían gala el resto de sus producciones.

Personajes de diseños redondos y achuchables. Tramas inspiradoras, llenas de optimismo. Humor inagotable y limpio, alejado de los apuntes meta o demasiado pendientes del subtexto adulto que practican otras compañías. Y, sobre todo, una banda sonora llena de temas pop modernos y pegajosos, a cuyo ritmo se mueve velozmente la trama.

¡Canta! supuso en 2016 la eclosión de este modelo, pero antes de su estreno Illumination ya había colado tres películas suyas (Gru, Gru 2 y Los Minions) entre las 50 películas más taquilleras de la historia. Desde entonces, el estudio disfruta de una época de esplendor que no parece atisbar un fin cercano, teniendo planeadas después de Mascotas 2 nuevas secuelas que sigan incrementando el valor de su marca, y propuestas originales que hagan lo propio.

En lo que respectaba a Mascotas, la tranquila habilidad que el estudio había ido dominando a la hora de diseñar tramas y personajes memorables funcionaba a mayor rendimiento que nunca, convirtiendo una propuesta de origen típicamente Pixar —qué pasaría si X tuviera sentimientos— en un producto genuino de Illumination. Los protagonistas de Mascotas no descuidaban, por tanto, los traumas existenciales, pero tampoco dejaban de pasárselo en grande por ello. Ni de bailar.

Una vez llegados a Mascotas 2, sólo queda sentarse y disfrutar de la magia de un estudio ya consolidado en el mercado, conservando un vínculo con el público que éxito tras éxito sólo se refuerza, y va alumbrando propuestas cada vez más desprejuiciadas y libres. Tanto en lo que se refiere al humor festivo —el tráiler de esta secuela es prácticamente un videoclip de ritmo prodigioso—, como al corazón que lo ampara. Aquel del que proviene.

Y es que, volviendo al tráiler, no es ninguna casualidad que, en cierto momento, encima de esa “vida secreta de las mascotas” que no llegó a servir de título oficial en nuestro país, aparezca la palabra “emocional”. La vida emocional de las mascotas. El tipo de vida que siempre le ha interesado a Illumination, y el ingrediente secreto por el que las carcajadas con las que siempre has acompañado las ocurrencias de los Minions llegaban con algo más incorporado.

Probablemente, con algo parecido a una felicidad profunda e inexplicable. Probablemente, también, gracias a que alguien a tu lado, infantil y de pequeña estatura, no había dejado de reírse durante un solo instante en la sala de cine.

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