Memorias

Marisa Medina relata su viaje a los infiernos: adicta al juego y a las drogas

Ha decidido contarlo todo: es una forma de exorcismo, de superar los demonios personales. Marisa Medina lo fue todo en la televisión en blanco y negro: presentadora de decenas de programas de gran éxito, en un mundo sin competencia. Programas con noventa por ciento de share, porque el otro diez por ciento era para la segunda cadena. Una de las mujeres más populares de España. Lo tenía todo: fama, dinero. Sus días eran de vino y rosas. Pero, detrás de las luces, le esperaban unas sombras terroríficas que no podía ni imaginar. Resucitó el día que decidió ingresar en un centro de rehabilitación en Peón, en las montañas de Asturias donde pasó seis meses rodeada de gente que intentaba salir del pozo: alcohólicas, anoréxicas, drogadictas... Hasta llegar al “ya no puedo más”, la presentadora había pasado por el cielo y por el infierno.

Una boda con 2000 invitados El cielo fue una época de televisión, cine y actuaciones como cantante. En 1970, la Medina se casó con Alfonso Santiesteban, compositor, arropada por 2.000 invitados, buena parte de los cuales eran “famosos” de la época. Hacía diez años –con 18, en 1960- que era una envidiada presentadora de la televisión única en la que unió su nombre a programas míticos: Fin de semana (en el que participaba Félix Rodríguez de la Fuente), Buenas Tardes (al lado de Joaquín Prat y Tico Medina), Todo es posible en domingo (con Chicho Ibáñez Serrador) y 625 líneas, entre otros. En cine intervino en La Casa de los Martínez y Si fulano fuese mengano (1971), y se despidió con Eva limpia como los chorros del oro (1976). Compartió escenario con Julio Iglesias y por dos años se pateó todos los escenarios de España. Hizo café teatro y, en el principio de su declive, hasta salió desnuda en Interviú. Parece que en su libro deja pocos secretos en el tintero: tuvo un romance con Valerio Lazarov; se acostó con Patxi Andión y Felipe Campuzano; fue novia de Victor Manuel, a quién ayudó a conseguir su primera casa de discos; recibió propuestas lujuriosas de un fraile dominico de quién dice el nombre, y asegura que ha tenido fantasias eróticas con Santiago Segura.

Sexo, drogas y juego Pero el tiempo pasa y las cosas cambian. En Televisión Española las nuevas generaciones arrinconaban a “los de siempre” y convierten a Marisa Medina en una simple locutora de continuidad. En 2001, después de diez años de inactividad, se acoge a un expediente de regulación de empleo y deja la empresa. Mientras tanto, conflictos sentimentales, separaciones, y la compañía de la gran dama blanca: la cocaína estaba siempre presente en su vida. Confiesa que ha compartido 48 horas seguidas de rayas con Joaquín Sabina y que, por la droga, vendía su vida, a su familia, y todos sus bienes materiales. Hipotecó propiedades inmobiliarias y medio vivió como una vagabunda, con lo puesto, en un coche. Había entrado en el infierno. Empezó a inventarse y a vender exclusivas a las revistas del corazón. Se le rompió el amor, con tres hijas ya. Empezó a jugar al póquer, a perder, a consumir más cocaína. Compartía cartas y trampas, y seguía bajando al infierno. Marisa Medina se había convertido en una ludópata y en una cocainómana. Perdió a su marido -del que confiesa que una infidelidad le convirtió en menopausica-, y estuvo a punto de perder a sus hijas. Al final reaccionó y decidió que valía la pena vivir. Luchó contra el juego, contra las drogas; asegura que consiguió salir. Y se puso a escribir para alejar sus demonios personales. * Canalla de mis noches se pondrá a la venta la primera semana de marzo en librerías de toda España.

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