Crítica

Los chicos de la Milá

¡Por favor: que empiece ya la nueva edición de Gran Hermano aunque no esté prevista hasta dentro de un mes! Asumido definitivamente lo inevitable de una programación de la televisión en la que el nivel de interés de sus contenidos bordea el vacío y la levedad del ser, la única esperanza de cambiar lo establecido es la de la saturación por reiteración ad infinítum. Gran Hermano es lo que es, eso está claro. Lo que no estaba previsto en el guión ni, probablemente, en la mente de quienes lo idearon es que una vez finalizado el concurso sus secuelas duraran un año o hasta el inicio del nuevo concurso.

Programas como A tu lado, Crónicas marcianas, Menta y chocolate, Aquí hay tomate, Tómbola y algunos más que, sin duda, se emiten en las diversas cadenas autonómicas y locales han usufructuado las estupideces de sus debates, la banalidad de sus problemas y la vulgaridad de sus protagonistas hasta lo inimaginable. Por ejemplo: la cuestión de si un desgraciado empujón de Kiko a Sonia en una discoteca puede ser calificado de “malos tratos” o no ha ocupado más horas en las diversas cadenas que la guerra de Irak, aunque no se lo crean. O si Kiko robó unas prendas de vestir en un pase de modelos o, por el contrario, como alega el aludido, se debió a un malentendido conllevó varios reportajes y acalorados debates en numerosos programas. No cito lo de Yola Berrocal y Dinio en un autobús porque la anécdota pertenecía a Hotel Glam y no a Gran Hermano, aunque también hay que señalar que ocupó más tiempo que la citada guerra de Irak y la defenestración del presidente de Liberia juntos.

La retransmisión en directo de los debates de la comisión de investigación sobre el comportamiento de los diputados tránsfugas Tamayo y Sáez, de la Asamblea de la Comunidad de Madrid, resultó ser un aceptable sucedáneo de esas interminables jornadas en el salón, en los dormitorios o en el jacuzzi de los hermanados concursantes, aunque, todo hay que decirlo, tuvo menos repercusión en los programas citados que las sucesivas bodas -imaginativas o burocráticas- de Eva y Emilio y su actual divorcio, o los amoríos de Marta con el hermano de Ángel y con un cantante de Operación Triunfo 2, temas que también desataron el griterío corralero en numerosos programas.

La esperanza en el inicio de una nueva edición de Gran Hermano es que cambiemos de protagonistas. Se acepta de antemano que volverán a surgir pequeños idilios, que retozarán debajo de los edredones, que se formarán bandos y grupos, que todos tienen madres y hermanos que los defenderán en el plató, que Mercedes Milá volverá a llamarlos “mis niños” o que el tiempo de convivencia es inversamente proporcional a la armonía, pero, por lo menos, veríamos con menos frecuencia en la pantalla a los establecidos Kiko, Sonia, Marta, Mario y un largo etcétera, y eso, créanme, es abrir una rendija a la fe en la capacidad evolutiva del ser humano.

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