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La crítica de Aznar a la telebasura desata un debate intelectual

“El embrujo español de lo freak Juan Cueto se refiere a la telebasura como el ”sueño freak“ que estamos viviendo los españoles. En un artículo que publicaba esta semana el suplemento dominical de El País (Sueños ‘freak’), el periodista admite su fascinación por el planeta freak que ha creado Crónicas Marcianas. ”Hay una España insomne que se zambulle todas las noches en el planeta freak aunque después sea incapaz de definir el término y cuando amanece, luego del primer café, borra de su hemisferio cerebral correspondiente la parada de los monstruos que Tele 5 le ofreció a modo de contar ovejas. Hay exactamente media España que está colgada de Sardá, Boris, Latre, Coto los héroes de Hotel Glam, la bruja Aramis o la pitonisa Lola y que, sin saberlo, está celebrando en la clandestinidad nocturna una de las más viejas y arraigadas tradiciones de cultura popular española, aunque luego farfulle ‘telebasura’ para conjurar esa graciosa confusión freak que al anochecer invade nuestras pantallas y cerebros“. Cueto se reconoce como ”uno de esos ansiolíticos con serios problemas de conciencia crítica y de sueño frágil que no puede resistirse al embrujo español de lo freak y que también empezaba a tener graves síntomas esquizoides por la doble vida que llevaba: racional por el día, todo lo que se puede en estos tiempos, y marcianero de noche“.

¿Pero alguien sabe de dónde viene exactamente el término “freak”? Juan Cueto también lo desconocía hasta que se “lo explicó un menor de 30, recién llegado de la exposición que Jordi Costa organiza sobre la Cultura Basura en el estupendo Centro de Arte Contemporáneo de Barcelona”. “Todo se remonta a la noche del 10 de febrero de 1932, cuando en un cine de Los Angeles se estrena una película de Tod Browning titulada precisamente Freaks, aquí llamada La parada de los monstruos; un catálogo de enanos, mujeres barbudas, siamesas, gigantones, seres sin brazos ni piernas, cabezas de cono y toda serie de curiosidades y espantajos circenses”. Pera Cueto, el término freak, que viene a designar “lo anormal, lo extravagante, lo excéntrico, los estrambótico; exactamente lo monstruoso social e individual”, es “la tardía versión anglosajona del esperpento nacional, es decir, de los muy queridos planetas freaks de Goya, la picaresca, el Quijote, Valle Inclán, Dalí, Buñuel, Berlanga, Azcona, Almodóvar y compañía, infinitamente superiores al del ingenuo Tod Browning”. En Crónicas Marcianas, “por una vez en este país, los menores de 30 y bastante mayores de 60 coincidimos en algo...; se dan cita dos corrientes hasta ahora tenidas por incompatibles e insumables; la vieja tradición freak de la cultura de masas de la era eléctrica, que sólo empezó a manifestarse en este país cuando la movida, con tanto retraso como reprimido entusiasmo juvenil, y la arcana tradición española del esperpento”. Cueto ha encontrado la explicación “a dos cosas que llaman la atención de cualquier extranjero que nos visita: el enorme éxito del universo freak en la España actual, hasta el punto de convertirse en un fenómeno único en el mundo y no sólo en la televisión y el cine (ahí están, al mismo tiempo que las audiencias, las cifras históricas de nuestro box office: Torrente, Álex de la Iglesia, Mortadelo y Filemón); y dos: la mala prensa intelectual que tiene esta original fisión catódica lograda por Sardá entre tradición y modernidad; generalmente conjurada como ‘telebasura’ en discursos mid-cult de primer grado y con ceño de viejos comisarios políticos”. Finalmente, Cueto advierte que “no hay que confundir ‘freak’ con ‘friki’, que intenta castellanizar el viejo término inglés: es otra cosa. Los presidentes de los clubes de fans de Tamara y Yola, si son sinceros, son frikis, como los colgados de Tolkien, los juegos de rol o los videojuegos, pero no son freak, aunque un día lleguen a serlo si salen mucho en Crónicas Marcianas”. “Aznar: No somos basura” En su crítica de ayer, 9 de junio, titulada “Niñas católicas y crucificadas”, Víctor-M. Amela (La Vanguardia), se dirige a Aznar para ofrecerle su visión de la telebasura: “La crítica sobre el exceso de telebasura proferida por el telespectador Aznar ha herido el corazoncito de los habitantes de Hotel Glam. Yola Berrocal y Malena Gracia, mirando a cámara, muy tristes y dolidas, le han dicho al telespectador presidente: -Somos personas normales que cada día ríen, lloran...¡ay!, no somos basura.

–Y somos católicas: hay que creer en Dios. Dios existe y está con nosotros. Yo en mi habitación tengo un crucifijo que era de mi abuela

-Y nos encantaría saludarle, darle la mano a usted y a su mujer, Ana Botella (¿La mano que maniobró el bálano de Dinio?) Lo ve, Presidente? Son como niñas, niñas con tetas de plástico: niñas. Y los telespectadores, también, claro. Hotel Glam es un programa infantil, porque España es un parque infantil. Presidente, ¿por qué nos habla usted de todo esto? ¿Le entretiene presidir el Chiqui-Park España frunciendo el entrecejo? Dígales mejor a sus ministros que no nos traten ellos como niños a la hora de explicarnos ciertas cosas. Así quizá iríamos creciendo un poquito, y dejaríamos un día de ver programas para niños. Si no, seguiremos así“. ”Hacemos reír y le quitamos la pena a la gente“ Ferran Monegal (El Periódico) también reflexionó sobre las complicadas relaciones del poder político con la televisión en su crítica ”El Glam se dirige a Aznar“. Escribe Monegal: ”Yola y acabaron tendiendo un puente, un lazo amical con la Moncloa, diciendo que le van a mandar al presidente un ejemplar del disco del Glam, el que comienza diciendo: ‘Es una lata el trabajar’. Es un gesto de buena voluntad que merece ser tenido en cuenta. En cambio, lo de Aramís Fuster fue diferente. Ella también salió al paso de la crítica presidencial. Y como es bruja, y sabe arrear escobazos contundentes, se levantó del sofá y exclamó: “Estos programas no son basura. Hacen reír y le quitan la pena a la gente. La pena de haber participado en una guerra que no queremos”, y un estruendo de aplausos rubricó su intervención. Sin restarle mérito (ni su parte de razón), lo que nos gustó más fue lo del crucifijo de la abuela de Malena. Debería colgárselo del cuello. Daría un plus de santidad al virtuoso y excitante canalillo de su frontis.

La epidemia más típica y vistosa en el siglo XXI Terminamos recordando el artículo Apogeo de la vulgaridad en el que Vicente Verdú reflexionaba sobre el porqué del triunfo de la telebasura, este domingo en El País. “Prácticamente cualquier asunto que antes protegía el pudor, la religión o la instrucción cívica ha ido sucumbiendo en la escena pública”, dice Verdú, quien coincide con Cueto en que se trata de una tendencia global y que se da en otros medios, como el cine o el teatro. “Desde la media docena de obras de teatro que se registran en torno al falo o los monólogos de la vagina, el espectáculo titulado Las marionetas del pene, el cuerpo se ha cargado de groserías como una manera desinhibida de hacer gracia y chapotear en la vulgaridad. Pero no sólo en España. Aquí la vulgaridad se regocija en las muy taquilleras películas de Torrente, en el espeso y hediondo tufo de los Morancos y en cualquiera de los reality shows que fundó Gran Hermano”. “Más que la neumonía severa y atípica, la desvergüenza, la ordinariez, la vulgaridad, se ha convertido en la epidemia más típica y vistosa a comienzos del siglo XXI”. “¿Es esto lo que desea hoy la población?”, se pregunta Verdú. Para el escritor, la telebasura “es un signo que se relaciona probablemente con una infantilización general de la sociedad y la cultura, siendo su máxima peculiaridad la de hacer algo que apetece, en seguida y sin recato”. “La vulgaridad puede tenerse por un mal, pero supone también la forma más corta de y directa de llegar al grano”. “El camino más corto hacia el objeto suele ser también el más exiguo, tanto en tiempo como en sutileza, como demuestra la brutal actuación norteamericana en Irak. El pragmatismo del camino corto es, en efecto, muy norteamericano, y como tal, muy pegadizo para la cultura popular”. “¿Habrá sido el éxito de la vulgaridad lo que ha inducido a salpicar de un lenguaje sexual antes inédito el fino programa vespertino de Ana Rosa Quintana?”. “¿Será, en fin, el mal gusto, el gusto de la actualidad?”.

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