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El nacimiento del “periodismo patriótico”

Conectamos con la Fox y asistimos a un debate a gritos sobre cómo torturar a Khalid Shaikh Mohamed, el último cautivo de Al Qaeda.Cambiamos a la CNN y escuchamos a los ex prisioneros de guerra norteamericanos contando lo pérfido que puede llegar a ser el enemigo. Nos consolamos imaginando cómo caerá Sadam: futurista exclusiva que nos llega por doble gentileza de The New York Times y de la revista Time. La complicidad de la televisión, la radio y la prensa en esta guerra inminente -así nos la venden- está llegando a unos extremos nunca vistos. Poco importa el fiasco de la Administración Bush a la hora de lavar su imagen en el exterior; lo que cuenta al final es cómo se perciben las cosas en casa, y lo cierto es que la máquina de la propaganda funciona implacablemente de puertas hacia dentro. ¿Por qué se mira a otro lado cuando un periódico británico publica que Estados Unidos está espiando a los miembros díscolos del Consejo de Seguridad de la ONU? ¿Por qué ese común desdén hacia el movimiento pacifista? ¿Por qué ese silencio cómplice en el recorte brutal de las libertades? ¿Por qué no se investiga qué hay detrás de las falsas alertas antiterroristas?

Cierran filas Las noticias jamás contadas por los medios americanos merecerían este año una categoría aparte en la lista de los Pulitzer. La cobertura prebélica ha sido un coro casi unánime de Rupert Murdochs, prestos a alabar las agallas del presidente Bush y a fabricar excusas para justificar la guerra. Los capitanes informativos han cerrado filas con el comandante-en-jefe. En la tropa de reporteros se ha propagado el virus de la autocensura, y ya no hay vacuna que valga.

«Se ha impuesto una confianza de estilo soviético en las fuentes oficiales y semioficiales», denuncia con razón Michael Massing en la revista The Nation. Las voces críticas sólo se encuentran en la prensa alternativa, o en las webs independientes, o en los correos electrónicos que te rebotan los amigos inquietos que bucean en la prensa extranjera: «¿¿¿Has leído esto???».

La semana pasada, sin ir más lejos, una treintena de destacados periodistas, editores independientes y profesores universitarios lanzaron una carta abierta denunciando la pobre cobertura de la crisis de Irak y pidiendo a los medios americanos que abran los ojos.

Los críticos denuncian hasta seis patrones de conducta desviada en estos tiempos de delirio prebélico. Entre ellos, el síndrome del caballo de carreras: a ver quién llega antes a la meta de los planes de guerra, los bombardeos de precisión y los planes de liberación.

Los medios declaran la guerra antes de tiempo, se bunkerizan, se apoyan en asesores militares y estrategas, marginan la dimensión humana del conflicto y llegan a conclusiones tan preocupantes como la de Brit Hume en el canal Fox News: «Sabemos que estamos en guerra. El hecho de que alguna gente muera, ¿es realmente noticia?».

La Fox News de Rupert Murdoch ha marcado el tono de preguerra.Con sus consignas alarmistas, las marchas marciales de fondo y las opiniones incendiarias de Bill O'Reilly y demás artilleros de la ultraderecha conservadora, lleva meses cargando la pólvora para vencer en su batalla particular con la CNN (que tiene ya un presupuesto de 35 millones de dólares para gastos de guerra).

En los despachos del Pentágono, las arengas destempladas de la Fox News han desbancado a las news alerts de la CNN, y eso es ya un síntoma. Cuando Estados Unidos decidió expulsar hace dos semanas a Mohamed Allawi, reportero de la agencia Iraqi News, Sadam respondió echando de Bagdad al corresponsal de la Fox, Greg Palkot. Otro síntoma.

Para dar más dramatismo a las reuniones del Consejo de Seguridad de la ONU, y siguiendo el guión escrito por George W. Bush, la Fox divide a los países miembros en dos hemisferios: con nosotros o contra nosotros. Y cuando le llega al turno a Francia, todo son insultos e improperios.

Mito de la prensa liberal La Fox no está sola en el frente del periodismo patriótico. Como informa Eric Alterman en What Liberal Media?, el mito de la prensa liberal ha pasado a la historia y la pauta la marcan ahora las voces más agresivas de la Norteamérica ultraconservadora, de Rush Limbaugh a Matt Drudge, del Weekly Standard a The Washington Times, el periódico de la secta Moon, que presume de tener línea directísima con el Pentágono.

La capacidad de arrastre de la Administración Bush ha sido apabullante en estos últimos meses, y hasta los grandes medios como The New York Times o The Washington Post han abierto las puertas a los halcones del American Enterprise o la Heritage Foundation, dos de los tanques de pensamiento (think tanks) más reaccionarios de la nueva/vieja Norteamérica.

No es de extrañar, pues, que José María Aznar usara la caja de resonancia de The Wall Street Journal para lanzar la famosa carta de los líderes europeos en apoyo a la Administración Bush. Desde que Spain se convirtió prodigiosamente en WithUs (ConNosotros), nuestro país goza de un trato de favor en la prensa norteamericana, que ya habla con tintes épicos del eje Washington-Londres-Madrid.

Otra cosa es lo mal que se ha vendido la preguerra fuera, y prueba de ello es la dimisión de Charlotte Beers, la jefa de diplomacia pública (léase propaganda) de Colin Powell. Tres días antes de anunciar su baja, asumía su fracaso ante el Senado: «La brecha entre quiénes somos, cómo queremos que nos vean y cómo somos vistos es terriblemente grande».

Charlotte Beers venía del mundo de la publicidad, directora que fue de J. Walter Thompson. Su misión imposible consistió en vender en el mismo paquete la imagen del amigo norteamericano y la doctrina del ataque preventivo. Antes que ella fracasó en ese mismo intento la Oficina de Influencia Estratégica, que con total desfachatez se reservó el derecho a diseminar noticias posiblemente falsas a la prensa extranjera.

El monstruo de la propaganda es de naturaleza camaleónica, y a tiempo para la campaña contra Irak se creó la Oficina Global de Comunicaciones (OGC) de la Casa Blanca, cuyo primer opúsculo se titulaba precisamente Aparato de Mentiras: la desinformación y la propaganda de Sadam.

El director de la OGC es un tipo enérgico, Tucker Eskew, que presume de ser «el megáfono del presidente». Su función primordial es «llamar la atención sobre la verdad, porque la verdad no es tan mala como parece».

Eskew tiene la labor de tender puentes con el mundo árabe, y ya ha coordinado con Londres la creación de un Centro de Prensa Islámico por aquello de mejorar las comunicaciones con Al Yazira.La ola de antiamericanismo en Occidente también le preocupa, aunque toda su faena de contención la echó a perder Donald Rumsfeld desde que acuñó aquello de «la vieja Europa».

Para esto de la propaganda, el Pentágono ha tenido desde hace años un arma secreta: el Rendon Group. De Nicaragua a Panamá, del Golfo a Afganistán, los servicios impagables de John Rendon -el guerrero de la información- han servido para organizar grupos de resistencia, contrarrestar las noticias sobre los bombardeos de civiles o repartir banderitas norteamericanas en los países liberados (para mayor gloria del imperio y de la televisión).

Minar la moral Desde su despacho en Washington, John Rendon vuelve a tejer esta vez las operaciones de marketing bélico, a montar emisoras radiofónicas para minar la moral del enemigo o a avivar la llama de grupos como el Congreso Nacional Iraquí.

Sobre el terreno, las PsyOps o Fuerzas Especiales Psicológicas llevan bombardeando propaganda desde la vuelta del verano. Más de ocho millones de panfletos se calcula que han descargado ya sobre suelo iraquí, invitando a la sedición o advirtiendo a la población para que se matenga alejada de los objetivos militares.Y eso por no hablar de los correos electrónicos, llamadas a teléfonos móviles y otros modernísimos y cada vez más sutiles métodos de presión.

Desde los cielos de las zonas de exclusión, los aviones EC-130E Commando Solo emiten sus programas en árabe sin interrupción.El Cuarto Grupo de Operaciones Especiales de Fort Bragg, Carolina del Norte, divulga también sus mensajes propagandísticos desde Kuwait, usando un potente trasmisor de la CIA.

Se sospecha que la CIA puede estar también detrás de Radio Tikrit, la emisora fantasma que, usando el nombre de la ciudad natal de Sadam, ha penetrado como un caballo de Troya en las líneas enemigas. Cuando empezó sus emisiones, Radio Tikrit tenía todos los visos de ser una emisora más de corte gubernamental, con mensajes favorables al dictador.

El pasado 15 de febrero, la emisora cambió repentinamente de tono, e incitó a los ciudadanos iraquíes a plantarle cara al dictador, e instó a los oficiales a no obedecer las «órdenes del tirano», y pidió a los miembros de la Guardia Republicana que abandonen sus puestos «antes de que sea demasiado tarde».

La máquina propagandística es de doble filo e intenta proteger también a toda costa a los medios norteamericanos contra «la propaganda, las mentiras y las declaraciones irresponsables» (palabras del portavoz presidencial Ari Fleischer cuando supo que la CBS iba a emitir la entrevista con Sadam Husein).

La «exclusiva con el enemigo», a cargo del veterano Dan Rather, fue la primera ocasión en diez años en que Sadam Husein pudo hablarles de tú a tú a los espectadores norteamericanos. La Casa Blanca pidió su turno de réplica, pero la emisora se mantuvo en sus trece y dijo que sólo estaba dispuesto a reservarle sitio al presidente Bush. El portavoz Ari Fleischer declinó alegando que no hay «equivalencia moral» entre los dos líderes.

Bush ejerció después su derecho a no ver la entrevista. Millones de norteamericanos la siguieron: unos por curiosidad, otros por alimentar su odio. Fue, en cualquier caso, una de las contadísimas derrotas de este arraigado y aguerrido género del patrioperiodismo. * Artículo de Carlos Fresneda publicado el 12/03/03 en el diario El Mundo

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