Análisis

Las siete vidas de los programas

1) La euforia del comienzo La primera de ellas es de naturaleza básicamente creativa y se refiere a la actividad intensa y al entusiasmo que suele acompañar a todo proyecto en su nacimiento. Aunque la exaltación del principio no determina el éxito de un programa. Sólo hace falta echar la vista atrás para recordar proyectos muy promocionados y frustrados como Estudio de Actores o, más recientemente, Código Fuego. 2) El primer encontronazo con la audiencia La segunda vida de un programa, una vez lanzado a la parrilla, está definida por la audiencia de sus primeras emisiones. Aunque sea un tópico, parece cierto que la presentación ante los audímetros de un programa nuevo decide su destino. También es un tópico que los responsables de antena de la emisora valoren la audiencia de un programa comparándolo con la media de la cadena. Aunque esto es paradójico: una cadena que atraviese una mala racha de audiencia no reducirá por ello su exigencia de rentabilidad a los nuevos programas, sino todo lo contrario. Los programadores tienen en cuenta otros factores a la hora de valorar un programa en su segunda vida: el perfil sociodemográfico, los valores (o anti-valores) culturales representados en el programa, su grado de contribución a la imagen del canal, la ocupación de zonas de contenidos que puedan resultar interesantes, las complejas relaciones que una emisión establece con sus competidoras. Una pregunta que se hacen muchos espectadores y que no tiene fácil respuesta es cuántas oportunidades de emisión debe tener un programa que se estrena en parrilla. Según Carlos M. Arnanz, la práctica indica que cada caso es tratado en su contexto y que todo se reduce a una decisión de carácter político, a las relaciones de poder internas en el grupo de decisión y al grado de presión competitiva al que estén sometidos los responsables. Por lo general, en España un programa de emisión semanal cuenta con 3 ó 4 oportunidades para demostrar su valía, aunque tampoco son raros los títulos de programas fulminados tras una sola emisión (un ejemplo reciente, Corazón dormido). Si superan con éxito este primer examen pasarían a la tercera vida. 3) El salto definitivo Esta tercera vida es más relajada pero no por ello menos peligrosa ya que siguen vigilados por los audímetros. Aquí el producto pasa a ser sometido a las fases típicas de cualquier producto comercial en el mercado. Los técnicos de marketing hablarían de programas-vaca –por su capacidad de ser pasivos y resignadamente ordeñados a lo largo del tiempo-, productos que ocasionalmente necesitan un lavado de cara para llamar la atención de la audiencia, ideas televisivas con un ciclo expansivo corto pero muy rentable, e incluso producciones con una estacionalidad marcada. Como ejemplo, Arnanz cita a los grandes concursos de prime time, que tienen el mismo status comercial que los helados: sólo venden en verano, como El Gran Prix. Sólo los más espabilados tendrán la oportunidad de vivir una cuarta vida. 4) El desarrollo transmedia La cuarta vida de un programa está marcada por su desarrollo transmedia. Pueden pasar a ser emitidos en canal temático (Operación Triunfo), adquirir la forma de un DVD, asociarse a juegos de participación telefónica, alguna creatividad diferenciada en Internet, dar lugar a una revista o libro con su nombre, y sus iconos podrían ser objetos de franquicias de todo tipo de objetos de consumo relacionados. 5) Capacidad de expansión y diseminación

A esta fase corresponden los spin-offs y los actores o colaboradores revelados como talentos que emprenden una intensa experiencia profesional independiente. Son buenos ejemplos las factorías de Hermida e Ibáñez Serrador, ahora sustituidos por los programas de telerrealidad y los magazines horizontales con cuota de pantalla mayoritaria. 6) La prejubilación La sexta vida de un programa es un estado de prejubilación. Pasan a mercados o circuitos comercialmente menos valiosos: por ejemplo, los canales locales o temáticos que reciclan series antiguas de las grandes cadenas. Algunos irán más allá y se editarán en vídeo o DVD para nostálgicos, como Verano Azul o los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente. 7) Vuelta a los orígenes En su última vida, los productos televisivos cumplen con la ley del eterno retorno y vuelven a sus orígenes literarios. Es decir, se convierten en el objeto de análisis de los sabios y sólo son vistos por investigadores y estudiantes que escriben sobre el medio. Fuente: Revista Carta de Ajuste de la Academia de Televisión. Número 54. Febrero de 2003.

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