CRÍTICA VERTELE

Jean-Claude Van Johnson: Van Damme se desgarra en TV para ganarse tu respeto (y el suyo)

Jean-Claude Van Damme en "Jean-Claude Van Johnson"

Lorenzo Ayuso

Jean-Claude Van Damme forzó su asalto al estrellato a través de una yincana física consistente en elongar los límites de su cuerpo como potencial arma. El dolor funcionaba como operador narrativo puro: los pies del atleta belga, atados, separándose sus talones al compás de unas poleas, hasta acabar en perfecta oposición, tensionado en un ángulo sostenido de 180 grados. Tal alarde confería al joven aspirante a estrella un estatus inalcanzable, una dimensión de icono inaudito que destacaba dentro de la formación de colosales efigies que definieron la acción occidental en los años ochenta.

El martirio legitimaba moralmente su empresa heroica, que en la primera etapa de su filmografía –la Van Damme Kumite, la llamaremos– se confinaba en el perímetro reglado del tatami. Su producción posterior, una vez absorbido por la maquinaria de estudios, mantuvo casi como estilema obligado la demostración de esa flexibilidad tan poderosa como erotizada, desproveyéndolo progresivamente de significado. Van Damme quedaría reducido a un gimmick, un gancho infalible. A eso, y a un cúmulo de despropósitos extraprofesionales que minaron su autoridad como héroe y su reputación como artista más allá de lo marcial.

Porque siempre quiso ganarse ese respeto, trascender. Lo intentó con ahínco durante sus años dorados en la industria –la Van Damme Deluxe–, importando a las firmas más estimulantes del género hongkonés (John Woo, Ringo Lam, Tsui Hark), o probándose él mismo como director, con un filme –The Quest. En busca de la ciudad perdida (The Quest, 1996)– que emulaba las escaletas y tonos de sus primeras obras. Ni que decir tiene que su insistencia por duplicarse, además de una estrategia publicitaria infalible, también tenía como propósito probarse como intérprete, demostrar que su abanico de registros, como sus extremidades, podía estirarse hasta alcanzar un rango completo de emociones.

Los papeles dobles significaban también su gran pelea interior: la librada entre la estrella y el actor, la del egotismo contra la inseguridad. Acostumbrado a esa dualidad, se convirtió en su peor enemigo tantas veces como en su mejor aliado.

Cuando erró, salió escaldado de Hollywood, saturado por las sustancias y los titulares escabrosos, y peregrinó por Bulgaria en su particular calvario -la Van Damme Vía Crucis, claro- de rodaje en rodaje. Cuando acertó, a menudo, lo hizo meditando ante las cámaras sobre sí mismo, sobre el icono esculpido tiempo atrás, repleto de muescas. La expiatoria JCVD (ídem, Mabrouk El-Mechri, 2008) nos lo mostró vencido, hinchados sus cada vez más abolsados ojos mientras se humillaba desnudo ante la cámara, esta vez figuradamente. “Hasta hoy, ¿qué he hecho yo por este planeta? ¡Nada! ¡Nada en absoluto!”, mascullaba entre lágrimas.

El spagat lo había convertido en un icono, pero ¿había sido útil? ¿De qué le había servido? ¿De qué nos había servido?

La promesa incumplida de la resurrección

Cuando Jean-Claude Van Johnson (ídem, Dave Callaham, 2016-¿?) comenzó a urdirse, la ubicación cinematográfica de Van Damme era cuando menos incierta. Un decenio atrás, el afán confesional de JCVD hacía intuir un viraje profesional que nunca llegó a consumarse. Quién sabe si por temor a entrar en territorios inexplorados, sus siguientes esfuerzos se mantuvieron, con excepciones, en la dinámica previa del directo a vídeo más austero: largometrajes que valían lo que costaba el nombre de su estrella titular, en las que la colorimetría sepia trataba sin éxito por maquillar las escuálidas condiciones productivas; un actor con aspecto hastiado, que precisaba de dobles de cuerpo para sobrellevar las escenas más rutinarias.

Hay excepciones, faltaría más, que hacían pensar en que otro Van Damme era posible. Uno, de nuevo, consciente de sí mismo, de su figura. Curiosamente, destacan en su haber dos estruendosas secuelas de uno de sus más grandes taquillazos, Soldado Universal: Regeneración (Universal Soldier: Regeneration, John Hyams, 2009) y, sobre todo, la esquizofrénica Soldado Universal: El día del juicio final (Universal Soldier: Day of Reckoning, John Hyams, 2012). En ellas ofrecía una interpretación adusta, crepuscular, impensable dos décadas atrás. Como su personaje de Luc Deveraux, se rebelaba contra quienes le habían utilizado como una máquina hiperbólica cuyo estatus épico se construía a base de interminables castigos físicos y tragedias personales. A fuerza de recortarle toda la emotividad.

Sin embargo, las piezas más exitosas y mediáticas que habían mantenido al astro karateca aún dentro del cuadrilátero eran vídeos publicitarios, virales, que volvían al símbolo raíz: la extensión de piernas entre dos camiones coordinados del anuncio de Volvo reactivó el mito. La brillantez del momento televisivo hacía pensar en que, si estando por encima de la cincuentena aún era capaz de ejecutar tan complejo stunt, también estaba a tiempo de redimirse. Otra vez.

"Epic split", el icónico anuncio de Volvo y Jean-Claude Van Damme 360

Un alter ego bajo cada alter ego

Un alter ego bajo cada alter egoLa salida estaba, de nuevo, en recurrir a su propia identidad. En Jean-Claude Van Johnson, el intérprete asume una versión fantasiosa de sí mismo, que elude toda alusión biográfica privada y opta por reescribir su vida en forma de superespía retirado dispuesto a salir de misión por última vez. Solo existe su estrellato, solo queda su nombre. Su imagen, sus títulos más estrambóticos no fueron más que tapaderas para peligrosas misiones en las que el futuro de la humanidad estaba en juego. Por supuesto, esa época quedó atrás tiempo ha. Jean-Claude Van Damme es ahora el alter ego de Johnson, que a su vez es otro pseudónimo bajo el que se esconde el gran enigma que dibuja esta serie.

La ficción de Amazon plantea un submundo bajo Hollywood, que sería ya un simulacro de sí misma. La realidad que subyace bajo cada película alcanza un grado de irrealidad mayor que el de la superproducción más lunática imaginable, y que a su vez, viene explicada o justificada precisamente por el acervo cultural que la misma meca del cine nos ha brindado. Sin ir más lejos, el primer gran villano que la función destapa maquina un plan a imagen de lo que aprendió viendo cine de acción estadounidense. La entrada de Van Damme en escena genera así una expectativa en el terrorista, casi agraciado con el gran premio de tener al mito como némesis.

Dada esta naturaleza referencial, no resulta gratuito que Peter Atencio, responsable de Key and Peele (Keegan-Michael Key, Jordan Peele, 2012-2015) y ejecutor de los seis capítulos que componen esta tanda, haya optado por una estética eminentemente cinematográfica, con una presentación en 2:35.1 y un rodaje con lentes anamórficas, algo inusual para una realización pensada para televisión. El embalaje, más cuidado que las películas inmediatamente previas de su cabeza de reparto, apunta a darle a la trama una dimensión casi fantástica, más grande que la vida.

Porque el orden de Jean-Claude Van Johnson dista de ser mundano. Alejado del realismo poroso de JCVD, la serie no tarda en desviarse hacia lo absurdo, con giros inesperados a una ciencia ficción que encajaría sin problemas en una historieta firmada por Ibáñez. Eso permite jugar también con el poso del corpus fílmico que el intérprete ha dejado en la Tierra: sus películas, sus clichés y argumentos ordenan y explican la lógica de cuanto acontece. “Puedes utilizarme como una máquina de matar como en Soldado Universal, protagonizada por Jean-Claude Van Damme. O puedes darme refugio en tu granja y darme trabajo como mecánico, como en Sin escape, protagonizada por Jean-Claude Van Damme. O también puedes darme caza, como en Blanco Humano… También protagonizada por Jean-Claude Van Damme”, propone Johnson a un narcotraficante durante una operación encubierta.

Rompiendo el régimen de la lágrima contenida

No deja de tener sentido que el antagonista más destacado que vaya a encontrarse, ya desde el primer capítulo, sea un esbirro con timbre vocal a lo Charlie Feathers llamado Filip (el propio protagonista, acreditado como Filip Van Damme), que no solo es idéntico a él, sino también su mayor fan. Su devoción se tornará en desengaño al comprobar que el hombre al que idolatra no es ni se comporta como en las películas. Además de dar pie a un muy divertido gag recurrente en torno a Timecop (Policía en el tiempo) (Timecop, Peter Hyams, 1994) que culmina de forma descacharrante en el cuarto episodio –con por supuesto, viajes temporales incluidos–, este entrañable personaje enfrenta a Van Damme a sus mayores miedos: el temor a decepcionar al mundo.

La génesis como agente secreto que vive en la ficción se cuadra en paralelo a su ascensión al estrellato en el plano de lo real. El problema de fondo es el mismo: ha vivido generando unas expectativas que, al final, le han impedido expresar quién es. Van Damme desnuda la contradicción entre su persona y su personaje, lo que proyecta y lo que quiere.

Es sintomático que los escasos momentos en los que recurre a dobles sea en secuencias físicas relativamente sencillas para un experto como él: el autodenominado “Fred Astaire del kárate” se muestra entregado a la comedia física, al slapstick menos consciente de sí mismo (la secuencia de entrenamiento del primer episodio, su torpe escondite en un viejo orfanato de la quinta entrega), pero sobre todo al mostrarse derrotado y llorar ante la cámara. El héroe insiste en romper el régimen de la lágrima contenida, en mostrarse todo lo vulnerable que no ha podido ser hasta la fecha.

No en vano, aunque la comedia siempre se mantenga presente, el melodrama domina en los dos últimos capítulos de esta primera temporada. Estos rompen con la linealidad más clara que habían seguido los cuatro previos, y enfatizan ese tono meditabundo, que le llevará a retrotraerse a su pasado, a encontrarse con todos aquellos que mató en la ficción y en la ficción dentro de la ficción. De igual modo, la sátira cinematográfica que parecía ser el justificante de la serie se diluye progresivamente a partir de ese punto, aunque lo haga dejando una pieza tan brillante como el tráiler de Huck, una reimaginación de Huckleberry Finn en clave de acción franquiciada (“del visionario Mark Twain, como nunca lo has visto”), cuya grabación sirve de cobertura a las peripecias de los protagonistas. Una pieza que bien podría ensamblarse entre el resto de tráileres falsos que antecedían a Tropic Thunder: ¡Una guerra muy perra! (Tropic Thunder, Ben Stiller, 2008).

Jean-Claude Van Johnson:  "¡Papá ya ha llegado!" 360

Una sentida despedida a la estrella

Sí, hemos de hablar en plural, puesto que el kickboxer se encuentra muy bien acompañado por Kat Foster, en la piel de Vanessa, su gran amor del pasado y compañera de aventuras, y quien se destina a ocupar el lugar del hercúleo héroe en el futuro. La construcción del personaje irá creciendo y solidificándose entrega a entrega, haciendo de su relevo algo no solo oportuno en términos contextuales, sino coherente con la historia.

Será ella quien encare la gran pelea final, aunque eso ya sea lo de menos. Para entonces, tanto nosotros como Van Damme estaremos a otra cosa: a encontrarle una nueva utilidad a su don, al gesto del que nació la leyenda. A dar respuesta a la pregunta que lanzó a cámara 10 años atrás.

Del desgarro, nace, o al menos eso pretende, un Van Damme nuevo. Jean-Claude Van Johnson podría ser una sentida clausura a su persona cinematográfica. La profusión de guiños están pensados para complacer al fan más ejercitado en el contacto sangriento. Los hay francamente atinados: que el protagonista lleve el reloj de Depredador (Predator, John McTiernan, 1987) en esta realidad alternativa casi podría considerarse un intento por reparar el traspiés de su salida de aquel filme; que conociera a su pareja mientras esta le arreglaba un mullet como el de Blanco Humano (Hard Target, 1993) solo puede significar complacencia por haber defendido un estilismo tan cuestionable como ya identificativo.

Pero la abundancia de guiños sobre las bondades y miserias del action man no debe asustar al profano. Jean-Claude Van Johnson es una serie redentora sobre un hombre que busca que lo respeten, y respetarse a sí mismo. El arco de personaje nos aboca a reconocer (tanto el público como sí mismo) la efectividad en otro registro que no sea el mamporrero. Que no solo sea ese.

La serie clausura su primera temporada con un final conclusivo que no requeriría de continuación. Es más, que no podría continuarse, al menos tal y como se ha planteado: da la sensación de que, conscientes de las expectativas para renovar por Amazon Studios, Callaham y Atencio han abrazado la locura argumental hasta las últimas consecuencias, hasta que no hubiera forma de seguir con la broma tal y como se empezó. De ahí esa puerta abierta al final que nos hace pensar en distopías futuristas -y, de acuerdo, un poco también en Cyborg (ídem, Albert Pyun, 1989)- alejadas de los sketches sobre aperturas de piernas y golpes mortíferos.

Da igual lo que esté por venir. Van Damme ha vuelto a estirar sus límites. Ha inaugurado una nueva fase, la Van Damme Reborn. Ya no es solo un icono, una estrella. Puede ser solo un actor, y lo ha demostrado. Solo hace falta que se lo crea.

Van Damme, a lo Mortadelo en el tráiler de su serie cómica en Amazon 360

*Jean-Claude Van Johnson se encuentra disponible en Amazon Prime Video a nivel internacional desde el 15 de diciembre.

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