Análisis

La épica del deporte y por qué formatos como 'The last dance' se han convertido en una mina televisiva

Michael Jordan en 'The last dance'

Laura García Higueras

Ser y convertirse en un fenómeno es una labor solo apta para algunos elegidos. Hoy en día, con la proliferación de contenidos, historias e imágenes que nos asaltan, esta categoría ha sido vapuleada por la cantidad de veces que nos permitimos usarla. Y versionando al villano de Los Increíbles, “cuando todo el mundo sea fenómeno, nadie lo será”. Además, ahora se suma que las redes sociales consiguen hacernos creer que estamos más cerca de la gente a la que admiramos, ya sean músicos, intérpretes o deportistas. Todo esto dificulta la creación de mitos. Si podemos ver hasta cómo son los cuartos de baño, color de toallas y mascotas de los famosos, ¿dónde queda la sugestión, la intriga y el sumo interés que despierta el saber que siempre estaremos años luz de conocer a quienes idolatramos?

Está claro que este camino es de doble sentido, dado que a la vez hay figuras que en cualquier otro momento habrían pasado desapercibidas, y sin embargo en la actualidad tienen la posibilidad de gestionar el destape de sus secretos, mostrar habilidades ocultas y hasta resultar entrañables. Por esta misma razón, para aquellos que no contaron con este arma de doble de filo, distinguirse del resto tuvo gran mérito. Esto fue precisamente lo que consiguió Michael Jordan: maravillar por su descomunal talento jugando al baloncesto, y ya.

Michael Jordan "vuelve" a la cancha con el estreno de un documental sobre su vida en Netflix 360

Claro que en una cancha cada uno juega como es. Una parte de los jugadores se desnuda y sí que se vislumbran detalles de su personalidad. Si uno es competitivo a rabiar en la pista, lo es igualmente fuera. Aun así, escuchar su propio testimonio y los de su alrededor; desde cómo su madre le enviaba dinero cuando estaba en la universidad o cómo sus hijos recuerdan que no les dejaron ir a ver su padre en una de las finales porque el rival era violento, se torna en una experiencia -colectiva- única. En fenómeno.

Así funciona The last dance, y uno de los motivos por los que la serie documental de ESPN y Netflix, ha copado la atención, memoria y corazón de tantísimos espectadores. Claro que esta producción no es un oasis dentro del desierto audiovisual. Las plataformas están encontrando en este tipo de formatos un nuevo nicho con el que embelesar a sus suscriptores. Ahí están ejemplos como Six Dreams de Amazon, la serie documental sobre Carolina Marín que preparan Amazon y Atresmedia, también responsable de Futbolistas por el Mundo con Xavi, Villa, Javi Martínez y Mata, la de Sergio Ramos, O.J.: Made America en Movistar; y los propios Informe Robinson con entregas como Cuando fuimos campeones y Oro: historia de una generación.

La mejor historia vivida, que no inventada

El deporte tiene un componente de épica único, que ni los mejores guionistas serían capaces de imitar. Algo que se resume en dos palabras tan simples como ganar y perder, pero que implica torbellinos de adrenalina. Así es The last dance, que aunque llegara camuflado por “la serie de Jordan” -y no es una mala estrategia de marketing teniendo que en cuenta que es uno de los mejores deportistas de la historia-, en realidad cuenta una parte de la historia de los Bulls.

El cómo un equipo que ni asustaba ni prometía, acabó ganando seis anillos de la NBA y, tras conseguir el último, fue disuelto por el propio director general del club. Reducir la serie documental a esta frase es casi un insulto, pero todo lo que hay detrás, los porqué, cuándo, cómo y qué, es lo que define la apasionante aventura que desarrollan en diez episodios.

Porque el mérito de la serie no es únicamente haber contado con un Jordan dispuesto a contestar preguntas, sino que en él participan los coprotagonistas de la hazaña, de Scottie Pippen a Dennis Rodman, y una cantidad ingente de material de archivo impagable. Más allá de las imágenes de los partidos, que ya de por sí consiguen poner la piel de gallina, están las grabadas durante la temporada 1997-1998, la última, en la que las cámaras parecen un jugador más en la pizarra de Phil Jackson.

Para más inri, el estreno de The last dance ha coincidido con la crisis del coronavirus, que nos ha obligado a olvidar cuál fue el último partido que vimos en directo. Por ello, ha logrado llenar en muchos el vacío dejado por la competición.

El valor de la eternidad

La serie queda lejos de ser una retransmisión deportiva al uso -y eso que en este aspecto se está innovando llegando incluso a entrevistas en pleno calentamiento-. Al contrario, cada jugada ha sido minuciosamente seleccionada y consigue dotar de ritmo para que sea entretenida, se intercale con los testimonios correspondientes y mantenga viva la escucha. Al hilo de lo que comentaba en el inicio, a la plantilla la conocimos en la era pre redes sociales, por lo que sus palabras lucen sobremanera. Intervienen como cápsulas de la historia del baloncesto, que a veces hacen vibrar tanto como el sonido del balón cuando entra en la canasta.

Entre ellas, Jordan reconociendo a Rodman como uno de los jugadores más inteligentes con los que ha jugado, Magic Johnson recordando el abrazo que le dio Jordan tras ganarles el anillo llorando desconsolado, Pippen relatando cómo el último partido de aquella final lo jugó casi sin poder andar y cómo Jordan le pidió que aguantara lo que pudiera en la cancha, y que Doug Collins rememore cómo MJ le prometió que no iba a dejar que perdiera su primer partido como entrenador de los Bulls.

El episodio tributo al fallecido Kobe Bryant, cómo Jackson consiguió hacer entender al “mayor icono de la NBA que no debía acaparar la pelota” y un jovencísimo Leonardo DiCaprio saludando a Jordan. El meritorio fondo del baúl de recuerdos es interminable, y permite demostrar a la vez las palabras de Barack Obama, con la que define en qué consiste el legado del mítico 23: “Creó otra forma de ver a los deportistas”. Y esa forma de hacerlo se ha quedado para siempre.

Así, The last dance se erige como ejemplo de los formatos que apuestan por indagar en las figuras hasta el punto de acercarnos a ellas, conocerlas e incluso desentrañar algunos de sus secretos, de su mano. Una forma de recordar, compartir y experimentar sus propias vidas, contada por ellos. Y comentada por los que la compartieron. Desde luego, encontrando a estandartes dispuestos a abrirse en canal y sus puertas, aunque sea a episodios concretos de sus carreras, son ahora diamantes en bruto para productoras, y delicias para el espectador que, por supuesto, ya está esperando el siguiente.

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