Alaska y Mario conquistan Hollywood

Desternillante el capítulo de ayer. Después de cuatro semanas en las que nos habíamos dejado envolver -de nuevo- por la cotidianeidad de Olvi (Alaska) y Marito (Vaquerizo), anoche el reality se trasladó -por fin- a tierras yankis de la mano de esta particular pandi. Y ya iba haciendo falta, pues aunque nos encante ver el día a día de esta singular pareja en la que Él lleva bragas y Ella es la que lee los mapas, echábamos en falta esta trama, que se nos vendió como el leitmotiv de la segunda temporada: la luna de miel en USA.

Por momentos temí que nos hubieran vuelto a cebar con unas promos que no se correspondían a la realidad, engañándonos “como a una travesti paraguaya”, pues antes de convertirse en 'Catetoras por el mundo', aún tuvieron tiempo para darnos una dosis más de telerrealidad. Mientras Marito terminaba de empacar su pack de Jóvenes Castores de El Corte Inglés, remataba su obra maestra, “Haciendo Majaradas” para enviarlo a la editorial (donde deben de estar hasta el gorro de la impuntualidad de Vaquerizo). Es decir, aún tuvimos que “soportar” esa promo de su libro (que estoy segura, se venderá como churros y será digno de leer), pero que empieza ya a oler demasiado.

Por suerte, esta parte pre-viaje nos regaló nuevos momentos de maravillosos personajes: el peluquero y su teletransportador, una Lucía Bosé (el cameo de este capítulo) a la que, según descubrimos ayer, le encanta jugar a los disfraces con sus invitados o el retorno de Pablito (al menos en el recuerdo), que, al parecer, pronto tendrá una guitarra de Bob Esponja para aprenderse los acordes de las canciones de su venerado Alice Cooper.

El viaje no pudo empezar mejor: tras traficar con marsupiales (Mario dixit, en la primera temporada, refiriéndose a un fármaco llamado Sumial) y otros relajantes/tranquilizantes en el aeropuerto para afrontar el largo trayecto Madrid-Los Ángeles (“provincia de California”, miedo me da preguntar a Mario por las capitales de provincia de Castilla-León), las mamarrachas por el mundo aterrizaron dispuestas a liarla parda. Y no se hicieron de rogar; después de jugar a las pe-lu-qui-tas y darse un paseo por la alfombra roja en plenos pre-Oscar, nos regalaron el que ha sido, sin duda, el mejor momento del reality hasta ahora: (el intento de) la escalada por la ladera del Monte Lee, donde se ubica el famoso cartel de Hollywood, algo que, según supimos, está penado por la ley americana.

Visualizad, por favor: JuamPe, la Favor, Topacio, Marta, Alaska y Mario, intentando trepar campo a través, ¡no sin mis cervezas! y sin su kit de supervivencia, intentando llegar hasta el célebre cartel al grito de ¡Por mi coño moreno!. Lástima que les pillaran y no pudieran alcanzar su meta, teniendo que despeñarse a lo Benny Hill mientras Mario advertía al resto (“Warning, warning!”) porque, al parecer, había alguien vigilando por allí. Alguien que, desde luego, tuvo que alucinar.

¡Y esa ha sido sólo su primera aventura en yankilandia! Teniendo en cuenta este aperitivo que nos han servido, podemos (y debemos) esperar momentos épicos con el transcurso de viaje, (algunos ya nos los adelantaron en la rueda de prensa), tales como Mario introduciendo cerveza ilegalmente en la reserva navaja al tiempo que les pide un secador (y si me apuras, hasta una plancha para el pelo), u Olvi cayendo en las garras de las tragaperras en Las Vegas o, quién sabe, JuamPe siendo confundida por una señora por algún waitress californiano o Marito intentando hacer raffting en el Cañón del Colorado/Golden Gate.

Esto era lo que estábamos esperando. Porque aunque disfrutamos con su “rutina” diaria, por mucho que nos encanten esas cenas familiares con el padre de Mario (el alter ego de Kiko Veneno) o sus idas y venidas al cirujano, estábamos sedientos de momentos bizarros, de Mario en estado puro, de aventuras al estilo Porkys (como ellos mismos definieron) y Miedo y asco en Las Vegas. Y aunque sólo estamos a mitad de temporada y tal vez me esté anticipando, 'Alaska y Mario' vuelve a consolidarse como el mejor reality show que ha parido la tele, lejos de Grandes Hermanos, amores suegro-filiales o aventuras en islas. Con la naturalidad y el humor por bandera, sin caer en lo chabacano. ¡Bien por ellos!

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