Crítica

El caso Arny se 'juzga' en HBO Max con una docuserie que pone en jaque a la peor TV

Cuando la justicia y los medios de comunicación hacen lo contrario de lo que deben hacer, son capaces de destrozar la vida de las personas a las que ponen en el disparadero. Hay ejemplos muy recientes, pero el caso Arny, ocurrido en Sevilla en 1996, merece un capítulo aparte y una profunda reflexión.

Quienes no hayan oído hablar de este escabroso suceso o mandaran al olvido sus vergonzosos detalles tienen una cita con HBO Max, que este viernes 20 de enero estrena Arny, historia de una infamia.

En esta serie documental de tres capítulos se reconstruye minuciosamente el proceso judicial en el que se implicó a medio centenar de personas por su participación en un caso de corrupción de menores ocurrido en el pub Arny, un local de ambiente gay de Sevilla. La investigación tenía pocas opciones de llegar a las portadas de los periódicos, pero en la lista de imputados había tres nombres muy populares.

Jesús Vázquez, Jorge Cadaval y Javier Gurruchaga fueron acusados de haber mantenido relaciones sexuales con jóvenes menores de edad que se prostituían en ese garito sevillano. Les señalaban varios chavales que poco después implicaron también al juez de menores Manuel Rico Lara.

Había tres famosos en la diana y muy pocos escrúpulos en las redacciones. Era la conjunción perfecta para que los medios de comunicación se lanzaran al lodazal del sensacionalismo a sacar provecho de esa ciénaga asquerosa en la que algunos periódicos y programas de televisión retozaban con una soltura pasmosa.

Los acusados proclamaron su inocencia tantas veces como les fue posible, pero tenían la certeza de que la jueza instructora, María Auxiliadora Echávarri, les había condenado antes de que pasaran por el tribunal. El caso dio un vuelco total cuando muchos de los jóvenes admitieron que no todo era verdad, que un policía les había presionado para que señalaran a determinados famosos, y que algunos periodistas les estaban pagando a cambio de los titulares más jugosos, por falsos que fueran. De los 49 imputados, 32 fueron absueltos y declarados inocentes. Pero el daño ya estaba hecho.

Los platós de TV: el tribunal en el que se celebró el juicio paralelo

La docuserie que dirige Juan Moya –que cuenta con el respaldo de Cuarzo Producciones, impulsora de formatos variopintos como La isla de las tentaciones y Hablando claro– juzga de nuevo aquellos acontecimientos para provocar la reflexión que todos deberíamos hacernos. Porque ni hubo autocrítica ni se pidió perdón a quienes habían sido vilipendiados en los platós de televisión.

El juicio paralelo que se estableció en los medios de comunicación vulneró la presunción de inocencia de los acusados y provocó un odio extremo contra los homosexuales. Ese parecía el objetivo que perseguían los autores del macabro montaje.

Casi tres décadas después, Jesús Vázquez se emociona todavía al recordar el terror que le invadió durante el tiempo que duró la instrucción. Él es el único famoso que aparece en el documental, aunque su testimonio posiblemente se parezca mucho a los de Gurruchaga y Cadaval.

En cambio, no participan Pepe Navarro y Xavier Sardá, los presentadores de dos programas que en su intensa lucha por la audiencia se cebaron con el caso Arny. Ambos, indica la producción, declinaron la invitación para intervenir.

Por los platós de Crónicas marcianas (Telecinco) y La sonrisa del pelícano (Antena 3) pasaron algunos de esos jóvenes que cantaban lo que hiciera falta a cambio de unos cuantos billetes. Y como estos, otros tantos magacines de la época en los que se vomitaron todas esas barbaridades que ahora nos recuerda esta Historia de una infamia.

Al mostrar una y otra vez las imágenes de aquellos programas en los que se condenó a los acusados, la docuserie de HBO Max señala sin pudor a algunos de los responsables del juicio paralelo que se celebró bajo los focos. No tienen argumentos suficientes para justificar el teatrillo que organizaron. Ellos también bailaban al ritmo del vil metal.

La serie peca de ser repetitiva en algunos momentos. Su narrativa parece desordenada, tiene declaraciones que se repiten y vuelve una y otra vez sobre análisis que ya había hecho. Quizá pretende incidir en los mensajes que desea transmitir, pero lo hace aun a riesgo de perder la atención del público.

En cualquier caso, todos estos detalles pasan a un segundo plano cuando se maneja una historia tan potente como esta, cargada de entrevistas exclusivas que transmiten con la máxima precisión el horror que vivieron quienes padecieron el montaje.

No se le pueden poner muchas pegas a quien tiene la necesidad de revelar una injusticia tan aberrante. Más aún cuando, mediante el testimonio de las víctimas, se llega a la conclusión de que hoy en día sigue existiendo una justicia paralela que no entiende de leyes. Una justicia muy rentable que dicta sentencias en las redes sociales y los platós de televisión.