Crítica
'La edad de la ira', una serie pertinente que acaba forzando su obsesión por ser realista

Manu Ríos y Amaia Aberasturi en 'La edad de la ira'

Laura García Higueras

“Hago lo que me toca, pero me siento como una mierda”. Ignacio (Carlos Alcaide) es un joven que 'cumple' a rajatabla lo que su padre pide y espera de él. Es heterosexual, estudia, saca buenas notas, no se mete -aparentemente- en líos, ni sale mucho de fiesta. Tampoco le contesta ni cuestiona. Se limita a existir como ser vivo que pasa mucho tiempo en su cuarto, escucha música siempre con cascos y no se entromete en las broncas que éste le echa a su madre. Todo lo contrario que su hermano Marcos (Manu Ríos), que a ojos de lo que su progenitor espera, es un desastre. Y para más inri, un “puto maricón de mierda”.

Los dos forman parte del cuarteto protagonista de La edad de la ira, la nueva ficción juvenil de Atresmedia cuyo primer capítulo se estrena este domingo 27 de febrero en Atresplayer Premium. La serie, que adapta la novela homónima de Nando López, tiene todos los ingredientes para convertirse en un auténtico bombazo; pero le pierde pecar por momentos de artificio y su ambición por ser algo que realmente no es.

La edad de la ira se toma en serio a la adolescencia, quiere romper estereotipos y la escucha para conseguir sacar a relucir preocupaciones reales. Enseña a unos jóvenes que no tienen nada claro y que sufren por ello. No hay idealización ni infantilización ahí, y ese es su gran punto fuerte. Igual que no quedarse únicamente en lo 'malo' en cuanto a que se equivoquen y no tomen siempre las mejores decisiones.

Sus personajes son reflexivos, atienden en clase, se cuestionan y apoyan. Hay balance en la forma en la que se exploran sus grises sin limitarse al blanco y al negro. El problema reside en que muchos de los diálogos caen en la grandilocuencia y generan situaciones forzadas que provocan que el realismo se disipe y que la serie pierda el foco.

Esto es algo que ocurre principalmente en el primer capítulo, en el que la ficción sienta sus bases y presenta a tres de sus protagonistas. Para su bien, es algo en lo que mejora al avanzar la ficción y centrarse en explorar sus conflictos. Y especialmente con la incorporación del cuarto personaje principal, Ignacio, que es el más complejo y quien dinamita, enturbia y en cierto modo molesta por lo identificable que es.

La pertinencia de hablar de homofobia, violencia y machismo

“¿Habéis terminado ya con la bromitas homófobas?”, pregunta en su primera toma de contacto con sus alumnos Álvaro. El personaje interpretado por Eloy Azorín es un profesor que erradica desde el segundo uno todo comentario homófobo en su aula. Ese mismo día comparte con ellos que es homosexual, algo que sus estudiantes reciben bien en líneas generales... con alguna excepción. El maestro les reprocha que no sean lo “abiertos y tolerantes” de lo que presumen como generación, para provocar su reacción y reflexión sobre su actitud.

La homofobia es uno de los temas principales de La edad de la ira. Como el propio equipo de la serie se ha encargado de advertir durante la promoción de la ficción, es un problema que continua demasiado presente en nuestra sociedad. Sin ir más lejos, esta misma semana varios estudiantes de un instituto valenciano increparon, insultaron y tiraron del pelo a un profesor. Una agresión homófoba que, por desgracia, se suma a una amplísima lista de casos. De ahí a la importancia de que una serie juvenil como esta lo visibilice y conciencie sobre ello.

Ocurre lo mismo con la violencia machista, aquí retratada a través del maltrato que sufre la madre de Marcos a manos y gritos de su marido. Y también en los propios jóvenes -en particular con el caso de Ignacio, su hijo-, mostrando patrones que se repiten y señalando el peligro que supone tener tan incorporadas este tipo de conductas. Tener el machismo aprehendido desde que nacemos solo tiene implicaciones nocivas. Por lo que cuanto antes lo reconozcamos y exterminemos, mejor. Y si la ficción puede poner su grano de arena, bienvenido sea.

Sexualidad y autodescubrimiento

La adolescencia es una etapa vital muy rica, compleja y repleta de conflictos, contradicciones y energía. De ahí que sea un 'material' sobre el que realizar una serie tan atractivo, y se preste a generar historias muy dispares. El autodescubrimiento en todas sus aristas, que también implica frustración a medida que comprobamos que las expectativas son una condena, marca el día a día a estas edades.

Un proceso con el que conformamos nuestra identidad, incluyendo la sexual. En este sentido, los protagonistas viven las suyas desde niveles distintos de libertad. Incluso vemos a un joven aún virgen que se siente un fracasado por no tener erecciones al lanzarse a mantener relaciones sexuales.

Como le dice una chica con la que lo intenta, “estas cosas pasan”, es algo que afecta a muchos adolescentes y está bien normalizarlo. Exponer que no tener claro qué queremos estudiar -ni nada en general- es algo natural; es muy positivo. Con ello, ayuda a desmitificar un periodo al que, una vez superado, tendemos a mirar por encima del hombro.

La edad de la ira cuenta además con otro componente con el que captar la atención de su público: un asesinato. Un hecho que, no obstante, no la convierte en un thriller -pese a que lo pareciera en algunos de sus avances -, porque no lo es. El homicidio sirve más bien para llevar a los personajes al extremo y 'desnudar' sus emociones de forma más cruda. Algo que también utilizó Élite con sus alumnos de alta alcurnia, aunque desarrollado de forma completamente distinta a La edad de la ira -pese a que compartan a Ríos en su casting-.

El título de Atresmedia no indaga tanto en el misterio -y por ello engancha menos-, sino en los porqués. Los motivos, sin buscar justificarlos, que generan el sufrimiento, la satisfacción y la violencia en los adolescentes a los que da voz. Lástima que su acabado no sea todo lo redondo que prometía.

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