Crítica

'El club de la medianoche' y la irregularidad de un Mike Flanagan que sana paulatinamente

'El club de la medianoche'

Javier Atienza

Mike Flanagan está de regreso y lo hace con El club de la medianoche en Netflix. El director, ya con una larga trayectoria en el género de terror, nos está malacostumbrando al ofrecernos numerosas historias paranormales dentro de la plataforma. Desde La maldición de Hill House, prácticamente su figura se ha encontrado estrechamente vinculada a la plataforma de streaming que hizo posible el proyecto más personal del director, Misa de medianoche. Sin embargo, lamentablemente esta se vio eclipsada por el inesperado triunfo de El juego del calamar.

Con El club de la medianoche, el director ha vuelto a las andadas y esta vez ha querido adaptar la obra de Christopher Pike. En esta ocasión, el protagonismo se lo llevan ocho jóvenes adolescentes, siendo la líder de la historia Ilonka, interpretada por Iman Benson. Además, alguno de los recurrentes actores del director hace eco de aparición en la ficción con papeles muy secundarios.

No obstante, la nueva propuesta no acaba de ser del todo convincente en su inicio. Su principal problema es que termina chocando con algún que otro irremediable cliché que se coloca como adversidad a superar en el desarrollo de la trama. Así como también acaba pecando de previsible con alguno de los giros que se reserva hasta el final, cuando la jugada de cartas le resulta demasiado tardía al espectador.

Una enfermedad llamada esperanza

La serie se asienta en las bases del género dramático. Flanagan siempre ha sido un director que construye historias fundamentadas en el drama que acaba tomando tintes terroríficos. Es por ello que sus propuestas nunca pueden llegar a sentirse parte completamente del género, ya que el drama acaba pesando más en la balanza de sus historias. Contando con ello, se podría decir que El club de la medianoche es posiblemente su propuesta más dramática y menos terrorífica.

Su enfoque está muy bien tirado, y va en sintonía con el lugar donde transcurre la historia. El hospicio se vende al espectador y a los protagonistas como un espacio donde descansar, vivir y aceptar la muerte. Así que, aunque la idea inmediata de una muerte cercana está presente en todos sus personajes, la visión del relato es optimista, y no pretende buscar la lágrima fácil lamentándose de la situación de sus protagonistas.

Es mucho más interesante el haber trasladado el enfoque a la idea de la esperanza. Pero no vista desde la cara positiva, sino desde la opuesta, la negativa. La esperanza como algo tóxico, como una barrera que no nos permite vivir una vida que se desperdicia mientras estamos aferrados a deseos casi imposibles. Una esperanza que quema y arde, y que entrará como una enfermedad a un lugar donde pretende sanar los últimos días de sus pacientes.

El escape de las historias

A pesar de estar encerrados en una gran casa, la claustrofobia no logra en ningún momento ser parte del relato. Esto se debe a una de las mejores cartas de la serie, las historias fantásticas que sus protagonistas se reúnen a contar cada noche. Cada capítulo más o menos posee un mini relato, a veces dos. Estos son de una gran variedad, pero todos tienen en común el elemento fantástico. Casi como Black Mirror, algunas son historias de pura ciencia ficción, de crímenes, de terror, relatos fantasiosos o irremediablemente dramáticos que beben de El cisne negro.

Su gran variedad es una razón para asistir a cada episodio. Algunos le funcionan a Flanagan como anillo al dedo, son magnéticos, enganchan y no te dejan indiferente. Sin embargo, la balanza es inestable, y otros resultan torpes y carentes de significado debido a una escasa profundización y plasmación visual de los fantasmas de sus protagonistas. A pesar quizás de un torpe inicio que genera poco interés por la aparente previsibilidad del relato, este acaba sanando en su segunda mitad por la fuerza de estos mini universos, y por cómo comienzan a darse a conocer sus protagonistas a partir de ellos.

Los relatos de los jóvenes no sirven tan solo para exteriorizar sus miedos o traumas del pasado, lo que nos permite conocerlos mucho mejor, sino que también funcionan como vía de escape. Esta es su cualidad más apreciable al generar universos fantásticos que, aunque algunos pecan de poco atractivo, otros se mantienen en la memoria del espectador incluso al finalizar la serie.

En lo personal, se sienten que los relatos que mejor funcionan son el de Natsuki, por una desbordante narrativa que se escapa de la realidad para construir con solidez un relato metafórico. Y el de Kevin, no tanto por lo que cuenta directamente, sino por lo que pretende dar a intuir, siendo la historia donde más se puede bucear en la búsqueda de respuestas, miedos y sentimientos.

La irregularidad de la propuesta

Así como algunos relatos son irregulares al demostrar su potencial, también ocurre con sus personajes. A pesar de que se le trata de dar a cada uno de ellos su espacio en la historia, algunos resultan ser intentos en vano. El director se ha caracterizado en sus anteriores trabajos por un gran manejo de los pesos narrativos en sus historias corales. El espectador era capaz de empatizar y sentir que ha conocido a cada personaje que ha pasado por su camino. No obstante, en El club de la medianoche no tenemos esa sensación: muchos de ellos le hacen una gran sombra a otros que apenas sentiremos haberles conocido del todo.

El trío vencedor de la mesa de ocho resulta ser Anya, Kevin e Ilonka, y podría decirse que se llevan el protagonismo en ese orden. Ilonka, a pesar de ser la protagonista, se ve algo ensombrecida por sus dos compañeros, en especial por Anya (Ruth Codd). En principio, se debe a la interpretación que realiza Ruth Codd de su personaje durante el transcurso de la ficción, donde es capaz de demostrar una gran capacidad interpretativa para metamorfosearse dependiendo el relato donde se encuentre. La actriz ha sabido dar a su personaje una gran variedad de matices interpretativos que han enriquecido su experiencia completa en la serie, llegando a ser la más destacada sobre el resto de sus compañeros.

En materia de sustos, la serie comienza con una declaración de intenciones sobre la utilidad de los 'jump scares' y su recurrente mal uso. En un afán por demostrar su efectividad, el director acude a la herramienta en determinados momentos donde pretende garantizar su eficacia. No obstante, mientras que algunos le funcionan a la perfección, otros sucumben a la rutina de este recurso en el género de terror, por lo que caen en saco roto. Sin embargo, Mike Flanagan nunca ha sido un director con tendencia a construir los relatos paranormales tirando de los 'jump scares' y en esta ocasión, aunque se perciba un mayor uso de ellos, tampoco son la piedra angular del componente terrorífico de su historia.

Una dirección a la que estamos acostumbrados

En lo referente a los aspectos técnicos, Flanagan se siente demasiado acomodado en esta ficción. Es difícil ver algo innovador desde la dirección que no hayamos visto ya en sus anteriores proyectos. Los cambios de estilo formalmente visuales y narrativos, como el relato de cine noir, o el recurrente color sepia para las escenas paranormales, no sorprenden y resultan esperables. A pesar de ello, no se puede decir ni mucho menos que estemos ante un mal trabajo por parte de este, todo lo contrario, sigue siendo igual de eficiente que sus anteriores propuestas. Sin embargo, en esta se siente acomodado.

Su obstáculo a batir que salta sin dificultad es el de no caer en la estigmatización de las enfermedades, y el representar a sus protagonistas como los jóvenes que realmente son. Y al final, el resultado de la serie es una historia que de cierta manera cala en el espectador, por lo que no es un producto que deje indiferente tras su visionado. Como mínimo, te llevarás algunas de sus historias en el corazón.

No obstante, en comparación con sus anteriores trabajos, El club de la medianoche se percibe menos magnético e interesante. Sintiéndose en lo personal uno de los más débiles del director, aunque esto no deba ser interpretado como una mala serie. Tan solo resulta ser más irregular en su versión final comparándola con sus anteriores proyectos.

A pesar de ello, se podría concluir que Mike Flanagan mantiene la fidelización de su audiencia con este nuevo trabajo que posee debilidades y fortalezas a la par, pero que destila una esencia tierna y mágica que se aferra a nuestros ojos. Por lo que el espectador se podrá llevar consigo algo de valor y no tendrá la sensación de haber malgastado su tiempo.

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