Crítica

'Fanático' revienta los excesos del éxito a golpe de trap, osadía y likes

Lorenzo Ferro, en 'Fanático'

Laura García Higueras

La estrella del trap Quimera fallece en mitad de un concierto. Se desploma delante de su propio público. Sin glamour, sintiéndose muy sólo pese a estar rodeado de cientos de personas, drogado, extasiado, reventado. Con su muerte, sus fans parecen obsesionarse aún más con él, acuden a su entierro, le reivindican y llegan a aceptar que un chico que se parece muchísimo a él (ambos encarnados por Lorenzo Ferro), se presente en eventos y redes sociales como si fuera su ídolo.

Así arranca Fanático, la nueva miniserie que Netflix estrena este viernes 29 de julio. Una apuesta arriesgada, fresca, valiente, que molesta y contraria por la forma en la que desgrana los límites -si es que los tiene- de la fama, el fanatismo, la búsqueda insaciable y frustrante del éxito y su gestión.

La producción, compuesta por cinco capítulos de quince minutos dirigidos por Roger Gual (Smoking Room, El desorden que dejas), embauca al tiempo que choca por plasmar un escenario marcado por los excesos. También por el retrato de sus personajes como marionetas de un sistema capitalista en el que su única función es ser explotados y convertirse en máquinas para que otros ganen dinero. La sociedad se divide entre caníbales y seres despellejados a tiempo parcial, pues dentro de esta vorágine, solo unos pocos salen venciendo. La deshumanización está presente desde el primer al último eslabón, con todas sus consecuencias.

Fanático pone de relieve el extremismo imperante en la actualidad. Un contexto al que asistimos diariamente en la vida real, pero que aquí queda patente en la cada vez mayor diferencia que existe entre las clases sociales -con la media prácticamente desaparecida- y en cómo los extremos generan necesidades desorbitadas.

A Lázaro, el joven que acaba suplantando la identidad del fallecido, le conocemos como repartidor de comida a domicilio. Empapado y con la mochila rota, llega a la casa de una fiesta de gente muy rica, en la que prácticamente le escupen por lo que ha tardado en llegar. Él se rebela por la mala educación que recibe, desesperado. Pero da igual. Porque la única manera de escapar de sus lamentables condiciones laborales es dejar un trabajo que, ante todo, necesita para comer.

De ahí a que su parecido con Quimera sea concebido como una oportunidad de salvación, de vivir rodeado de los “lujos” a los que supuestamente debemos aspirar: fama, dinero, una casa gigante y drogas. Es sí, para ello habrá de asumir que en esa esfera va a ser igualmente explotado por los que -siempre los hay- tienen más poder que él. En este caso, su manager (Fernando Valdivieso), su responsable de marketing (Dollar Selmouni) y, en última y peor instancia, su discográfica (con Eva Llorach al frente).

Tratar de menos por ganar 1.000 euros al mes

“¿Por ganar 1.000 euros al mes te crees que me puedes tratar de menos?”, le pregunta Lázaro, poco antes de mutar en Quimera, a un amigo suyo al que está ayudando con su mudanza. Una escena que evidencia cómo las relaciones de poder y la necesidad de tenerlo se propaga como si fuera una enfermedad infecciosa. Una peste que establece jerarquías continuas y absurdas que solo logran enfrentarnos. El concepto de “vivir” ha sido suplantado por el de “sobrevivir”, porque es lo único que nos podemos limitar a hacer. A ello dedicamos las 24 horas de cada uno de nuestros días, sin garantías de absolutamente nada. Como le ocurre al protagonista, que no puede conformarse pese a que ha crecido sin ambiciones, aspiraciones ni esperanza.

Hastiados por la desazón, la evasión se torna en la solución a priori más fácil -sin evidentemente serlo-. Alcohol y drogas, el coctel “perfecto” para desprenderse de uno mismo. Como si así resultara más sencillo encajar. Otra de las grandes obsesiones del tiempo presente. Encajar en el canon, en 'lo esperado', en la norma, en las redes sociales. Aplicaciones que llegaron para implantarse en nuestras pieles como si fueran chips de exacerbado control. Aquí radica una de las grandes virtudes de Fanático, la forma en la que igualmente advierte sobre sus peligros sin buscar el alarmismo, sino conciencia de lo que están generando.

En tiempos en los que tener millones de seguidores se concibe como una aspiración -sobre todo en las generaciones más jóvenes que no han conocido el mundo sin ellas-, está bien darle la vuelta en la moneda y plantearse: ¿para qué? También sabiendo que pese a que estas pueden convertirte en famoso en apenas un segundo, tardan exactamente los mismo en devolverte al más profundo y nada rentable anonimato.

Aun así, esta fama está idealizada por muchos y funciona como dañina aliada de la necesidad/exigencia de trascender. De pasar a la historia, como si lo único válido fuera la meta -y en concreto ésta-, y cualquier otra opción equivaliera al fracaso. De nuevo, pasando del blanco al negro, o viceversa, sin dejar espacio a los grises, a los matices ni, por supuesto, al camino. Alienados por una realidad que a veces cuesta creer que lo sea.

Fanático es potente e innovadora porque, aunque no gustará a todos, pone sobre la mesa cuestiones actuales y preocupantes. Frente a la apatía y la sumisión por las reglas no escritas pero firmemente establecidas, expone el problema con osadía. En el recorrido pasa por alguna montaña rusa en la que el punto de partida es mucho más sólido y coherente que su conclusión, pero no deja de actuar como vehículo de reflexión que se ve 'fácil' y resuena a presente.

“¿Cuidaba alguien de él?”

Quimera tenía padre, un hombre que también sucumbe a las promesas de la industria musical intentando aprovechar que, puestos a haber perdido a un hijo, al menos no quedarse con los bolsillos vacíos. A su vez, es el personaje que concede a la serie una de las pocas escenas en las que prima la humanidad. Reunido con sus antiguos managers, amigos y los responsables de la discográfica, que pasan por alto que alguien con quien trabajaban -y les hacía ganar mucho dinero- ha muerto, es él quien da un golpe en la mesa.

“La última vez que estuvo aquí sentado, ¿le preguntasteis si estaba bien? ¿Si le preocupaba algo? ¿Cuidaba alguien de él?”. La respuesta es el silencio absoluto, de a quienes hasta parece no darles ningún tipo de apuro, vergüenza ni culpa lo sucedido. No les importa, porque nadie lo hace.

Fanático evidencia esta actitud y deconstruye la fama arrojando sobre ella violenta luz. Esta es la 'osadía' que lo convierte en un título que no debería pasar inadvertido dentro del cada vez más vasto e inalcanzable catálogo de Netflix. Por su arrojo y compromiso con el mundo al que pertenece y representa. Aunque aquí se provoque desde la ficción, el desapego por la existencia que retrata es algo que, quien más y quien menos, experimentamos diariamente en nuestras carnes.

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