Crítica

'Todo lo otro', la serie “madrina” de HBO Max, golpea las falsas expectativas con arrojo y un gran 'pero'

Abril Zamora, en 'Todo lo otro'

Laura García Higueras

“Tengo 36 putos años y no tengo ni casa, ni coche, ni hijos, ni moto, ni nada. Y trabajo en un trabajo de mierda, doblando estas putas camisetas malísimas”. Así escupe Dafne, protagonista de Todo lo otro, la asfixiante frustración que acompaña cada segundo de su vida. Con su 'vómito' se 'gana' el despido pero, sobre todo, refleja una situación que no solamente forma parte de la ficción, sino que es la realidad de una generación a la que ahora ahogan las -irreales- expectativas que se les prometió desde la infancia.

Abril Zamora es la creadora, guionista, directora y líder del reparto de la serie, que llega este martes 26 de octubre a HBO Max. El estreno de sus dos primeros episodios coincide con el lanzamiento de la nueva plataforma en nuestro país, por lo que ha sido elegida carta de presentación de su producción española, junto a la docuserie Dolores: la verdad sobre el caso Wanninkhof.

Todo lo otro -como tanto se han insistido en recalcar en la promoción de la serie- no gira únicamente en torno a la transexualidad de su protagonista, encarnada por Zamora. En efecto, se le trata, tanto a ella como otros personajes LGTBI, como a una persona más cuyas tramas no están obligatoria ni necesariamente atravesadas por su pertenencia al colectivo. Les pasan cosas. Como a cualquier persona; sin victimizarlas, señalarlas, ensalzarlas ni juzgarlas.

Paralelamente, hay que resaltar que el que una ficción esté protagonizada por una persona trans, interpretada por una intérprete trans, sí sigue siendo una minoría dentro del panorama audiovisual. De ahí a que inmediatamente tenga un necesario valor añadido por su aportación a la inclusión de perfiles diversos en sus capítulos. Y no solo por el hecho de que estén, sino por la forma en que han sido escritos. Por esa parte, sería ideal que siga abriendo camino -como hizo Veneno- para que la visibilidad y diversidad en pantalla sean una circunstancia cada vez menos reseñable.

Un intento que no termina de llegar a buen puerto

Al grupo de amigos que encabeza la producción les rodea un aura de frustración evidente y es valioso que Todo la otro dedique parte de su metraje a hablar sobre ello. A verbalizar que las engañosas expectativas corren el riesgo de convertirse en auto imposiciones que lo único que hacen es ampliar la espiral de cruel y evitable insatisfacción.

Zamora ha apostado por hacerlo aún más evidente con una voz en off -a lo Pepito Grillo pero en versión boicoteadora- que sin embargo, no termina de funcionar. Alberto Casado (Pantomima Full) es el encargado de narrar qué sienten por dentro los personajes y referirse a ellos en la forma en la que una sociedad hipócrita, clasista e intolerante podría estar juzgándoles. Usa la sátira para poner también el foco en el público/ciudadanía y criticar cómo muchas veces opinamos -de más- sobre los demás.

La voz expone sus inseguridades pero, lejos de servir como contrapunto cómico con el que invitar a relativizar para poder avanzar, en realidad ridiculiza y traiciona. Su tono acaba siendo condescendiente y paternalista. Está bien y es hasta valiente lanzarse a frivolizar problemas tan universales, pero cuando la constante es que describa a la protagonista como “la idiota”, “la pobre”, “la estúpida” y “la tonta”; acaba hasta por molestar. Que la serie podría querer provocar eso, llegar desde la incomodidad a la audiencia y generar reflexión o incluso debate. Pero no es el objetivo de Todo lo otro y, por ello, desluce en parte su resultado.

Una sensación parecida ocurre con el plantel de amigos al que retrata. Sobran malas palabras, comentarios crueles, despechos y críticas. No porque las buenas amistades no incluyan momentos de 'poner los puntos sobre las íes', sino porque termina por descompensarse y no generar empatía (al menos durante los tres primeros episodios, que son los que han sido compartidos con la prensa y vistos para escribir esta crítica).

Precisamente por ello, la relación que realmente brilla es la que Dafne tiene con su mejor amigo Óscar (Juan Blanco), porque realmente se quieren, entienden, desencuentran, cuidan, equivocan y apoyan. Es la que consigue ser auténtica y veraz, igual que las tramas que aborda más desde el tono dramático, que es el que mejor le sienta a la ficción. Con él se aproxima al salir de fiesta, mantener relaciones sexuales, el desamor, la precariedad laboral, los complejos, el miedo al futuro, los vínculos familiares y la ansiedad; consiguiendo un tratamiento que sí convence.

La referencia a 'Todo lo otro'

La serie da relevancia a ese “todo lo otro” al que hace referencia su título. Todas esas aparentes pequeñeces -o grandeces- que vamos acumulando y que, si bien quizás no puedan compararse con una pérdida, una ruptura o un despido; en conjunto acaban por generar pozos de absoluta frustración e incluso apatía. Hablamos de culpas, de discusiones que no terminan de resolverse, temores, dudas, desasosiego, ambición, incompetencia, decepción, síndrome del impostor y un largo etcétera de sensaciones con las que la convivencia es tremendamente dura. Y es importante saber que están ahí.

Zamora les concede aquí espacio en pantalla y los expresa en voz alta. En contra de la prisa que nos arrastra constantemente, la guionista se detiene a recordar que, por desgracia, es difícil que desaparezcan porque sí. Todo lo otro no es fatalista, pesimista ni negativa; los incluye con atino porque aunque nos marquen, no deberían, nunca, definirnos. Tampoco convierte a los treintañeros en víctimas ni les da una palmadita en la espalda. Les brinda en su serie en una intrínseca mirada hacia adelante, hacia un mundo que puede ser mejor para todos. Como antídoto para las expectativas, propone tolerancia, sexo sano y 'disfrutón'; escucha y conversación.

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