Crítica

'La chica de nieve' se independiza de Javier Castillo como una serie solvente en Netflix

Laura Pérez

De un tiempo a esta parte, parece que es cada vez más habitual localizar en los catálogos de las plataformas y cadenas títulos en común a los que vemos en las estanterías de las librerías. Que la ficción encuentre inspiración en la literatura no es algo nuevo, pero sí empieza a ser del todo frecuente que las historias salten del papel al audiovisual, sobre todo cuando se trata de best sellers.

La última obra en seguir ese camino es La chica de nieve, de Javier Castillo, que casi tres años después de cobrar vida en 512 vibrantes páginas se convierte en una serie de seis capítulos que llega a Netflix este viernes 27 de enero. Y lo hace independizándose de su autor más de lo que muchos lectores podrían esperar, pero en la medida de lo necesario cuando este tipo de proyectos cambian de formato.

Producida por Atípica Films, y adaptada a la pequeña pantalla por Jesús Mesas Silva y Javier Andrés Roig, la serie nos traslada a Málaga en la tarde del 5 de enero de 2010, en plena cabalgata de los Reyes Magos. Ese momento, el más mágico del año, se torna en tragedia para unos padres cuando su hija Amaya, de tres años, desaparece entre la multitud.

En escena aparece Miren (Milena Smit), una periodista en prácticas del Diario Sur que, en busca de curar sus propias cicatrices, convierte el caso en algo personal y encontrar a la niña se vuelve su objetivo vital con la ayuda de su profesor y colega periodista Eduardo (José Coronado). En paralelo, la inspectora Millán (Aixa Villagrán) intentará seguir descubriendo pistas que determinen dónde, y con quién, está la pequeña de la que todos hablan.

El argumento, esencialmente fiel al de la novela en estas breves líneas, suena similar al de otras series de niñas desaparecidas que abundan en el panorama seriéfilo, pues el subgénero de desapariciones está sobreexplotado dentro del thriller. Y de hecho, en su inicio La chica de nieve se asoma a ese abismo de ser “una serie más” entre las de su alrededor. Sin embargo, vista en su totalidad, puede catalogarse como una ficción solvente que saca partido al drama y que gana en la medida que su abanico de conflictos se abre.

Una adaptación muy libre, con los giros de la novela

Más allá de esa trama vertebral que sirve de carta de presentación de serie y novela, la producción de Netflix es, como decimos, una adaptación muy libre de la historia que tecleó hace unos años Javier Castillo. Algo que entra dentro de la norma de este tipo de versiones audiovisuales, pues deben adaptarse a los códigos de un lenguaje y formato muy distintos al literario, y que en este caso se potencia por una primera decisión que era inevitable: el cambio de localización.

La chica de nieve pasa de estar ambientada en Nueva York (Estados Unidos) a finales de los 90, a desarrollarse en Málaga (España) en los 2000. Dos ciudades y contextos que al cambiar, provocan que otros muchos aspectos se transformen como en una especie de efecto dominó. Sin embargo, si de algo pueden estar seguros los lectores es que se mantiene la esencia de la novela y que es igualmente disfrutable tanto para todos aquellos que ya conozcan a Miren, como para los que se asomen a esta historia sin haber cogido nunca un libro del autor malagueño.

La serie, aunque se inscribe dentro de los parámetros del thriller, es esencialmente dramática. No es para menos, pues los tormentos acompañan a todos los personajes de la historia: de los padres de la niña desaparecida, como es evidente, al personaje protagonista, que arrastra una mochila muy pesada que le acompaña a lo largo de los años. Un tono que en pantalla se potencia mucho más que en las páginas gracias a las interpretaciones de los actores, que en líneas generales rinden a buen nivel.

La esencia de la novela en este caso se traspasa no tanto por la fidelidad a unas tramas que en lo que respecta a las secundarias cambian prácticamente en su totalidad, sino porque todos los capítulos terminan con algún giro o recurso que, ya sea más o menos previsible, alimenta el interés del espectador por la historia. Esto es algo que ocurre ya en el primer episodio, cuyo desenlace supone un punto de partida interesante de cara al desarrollo de los siguientes cinco.

Así las cosas, La chica de nieve es una serie que cumple con su función de entretener, y que con los saltos entre 2010, 2016 y 2019, aligera y enriquece el recorrido. La nota negativa, en este caso, es que no está del todo afinada a la hora de construir una identidad visual que la haga única o particular dentro de su género, ni que refleje los altos niveles de producción que se le presuponen a un 'transatlántico' como Netflix.

Decisiones acertadas y una protagonista notable

De entre las decisiones tomadas a la hora de adaptar el libro al audiovisual, todas ellas valientes teniendo en cuenta el siempre exigente juicio del lector, hay una que sobresale por encima de las demás: la de convertir al inspector Ben Miller en la inspectora Millán, a la que interpreta Aixa Villagrán.

Lo que por muchos puede ser interpretado como un cambio de género sin mayor importancia, resulta clave para elevar La chica de nieve como una serie esencialmente femenina en la que la acción recae sobre las mujeres. Son dos, una policía y una periodista, las que llevan las riendas de una interesante investigación paralela que salta de la comisaría a la redacción con el objetivo de encontrar a la niña desaparecida.

En lo que respecta a Miren, la protagonista de esta historia -y también de El juego del alma, novela llamada a seguir el mismo camino con destino Netflix-, es un personaje bien construido y notablemente interpretado por Milena Smit, que en cuestión de dos años ha empezado a edificar su carrera en el cine y las series con buenos cimientos.

Con las referencias de Javier Castillo, y bajo la batuta de los directores David Ulloa y Laura Alvea, la actriz logra dar vida a una mujer marcada por un suceso del pasado, que lucha contra sus propios traumas y también contra una lacra social que lamentablemente sigue día a día abriendo los informativos. En ese sentido, la angustia y la ansiedad parecen intrínsecas a su personalidad, que va desarrollándose y evolucionando en las distintas épocas de la línea temporal de la serie.

El lujo de tener a José Coronado como 'satélite'

Más allá de este dúo de actrices, La chica de nieve destaca por contar con un reparto de excepción en el que también sobresalen otras mujeres. Una de ellas es Cecilia Freire, a la que vemos con un potente cambio de registro que defiende con buen tino. Y otra es Loreto Mauleón, que ya brilló en Patria con un papel del todo complicado, y que en esta ocasión vuelve a estar acertada en un personaje mucho menos contenido.

A su lado podemos encontrar a actores de la talla de Tristán Ulloa, Raúl Prieto, Julián Villagrán y un José Coronado que es de los grandes reclamos del cartel, pero que a la postre orbita alrededor del personaje de Miren, la estrella de la serie.

21 años después del cierre de la redacción de Periodistas, y mientras prepara lo nuevo de Entrevías, Coronado aparca las armas y vuelve atrás en el tiempo para interpretar a Eduardo, un periodista y profesor en la Facultad que además de ser maestro y compañero de batallas de la protagonista, es también su mayor apoyo emocional.

Este rol más secundario de un actor acostumbrado a liderar proyectos pone de relieve el potente elenco de esta nueva serie de Netflix, que acostumbra a apostar por nombres fuertes para sus títulos más importantes. La chica de nieve lo es, y aunque no deja la huella de la novela, sí ha sembrado bases sólidas para continuar su camino en el audiovisual con El juego del alma.