Crítica

'Los Bridgerton' vuelven con menos sexo, igual de seductores y más maduros

Simone Ashley y Jonathan Baley, en la segunda temporada de 'Los Bridgerton'

Laura García Higueras

Netflix se disfrazó de Papá Noel en la Navidad de 2020 para regalarnos -y sorprendernos- con Los Bridgerton. Una ficción disfrazada de la alta sociedad londinense del siglo XIX que hablaba, muy de frente, sobre nuestro hoy. Una producción fresca, sexy e ingeniosa que no tardó en convertirse en un fenómeno, especialmente gracias a la ardiente química entre sus protagonistas, Phoebe Dynevor y Regé-Jean Page. Su segunda temporada se ha hecho esperar más de un año, pero por fin ha llegado el momento de celebrar -y dejarse embaucar- por sus nuevos episodios, que llegan este viernes 25 de marzo a la plataforma.

Para vanagloria del público que cayó rendido a sus enredos, carisma y picardía, la producción de Shonda Rhimes ha logrado mantener su atractiva esencia y dar un paso más en cuanto a madurez. Su universo, que rompe con el encorsetado marco que suele envolver a las series de época, vuelve a permitirse las licencias de modernidad que definieron su primera tanda. Sigue siendo divertida, feminista y muy inteligente. Hay menos sexo, eso sí.

Ahora centrada en Anthony Bridgerton (Jonathan Bailey) y las recién llegadas hermanas Sharma (Simone Ashley y Charithra Chandran); lo único en lo que la ficción ha “perdido” es en el volumen y temperatura de sus escenas sexuales, que fueron una de las claves de su éxito. No obstante, su ausencia tiene sentido por el desarrollo de sus tramas y el arco de sus personajes.

La temporada no se centra tanto en el despertar sexual o el descubrimiento del autoplacer, sino en dos personajes que han sucumbido a su responsabilidad como hermanos mayores. Ambos viven -porque lo han aprehendido- convencidos de que el amor no es para ellos, pero poco a poco -y con bien de tensión sexual, que de esa no falta-, irán rompiendo su cascarón.

No falta tampoco ostentación ni opulencia en los bailes y demás ceremonias de la clase alta londinense. Los escenarios siguen siendo un deleite, pero sí que hay más realismo. Es más fácil entender y empatizar con sus protagonistas, provocando no tanto que la audiencia fantasee con ser ellos; sino que verdaderamente pueda proyectarse, verse, lamentarse y disfrutarse en sus historias.

La soltería como condena, el matrimonio como obligación

Hablar de la condena que supone estar soltero y la imposición del matrimonio como objetivo último vital, ambientados en una época distinta -aunque no tanto- a la nuestra, permite a Los Bridgerton ser ácida y muy directa. En lo que respecta tanto a los hombres como a las mujeres.

“Quiero la perfección”, asegura Anthony sobre el prototipo de esposa que busca a toda costa. Es el 'lord' más codiciado de Londres y, como cabeza familia tras la muerte de su padre, ha “entendido” que debe, ya y sí o sí, encontrar a la candidata idónea -para cuyo casting pregunta por su voluntad de tener hijos y si tocan algún instrumento, ejem-, a ampliar el legado de su familia.

Pero la soltería y la imposición de casarse no son solo una condena para él. También para sus hermanas. Esta vez es Eloise (Claudia Jessie) a la que le toca presentarse a la reina para ser elegida “el diamante de la temporada”. Título que su hermana Daphne ganó la añada anterior y que quiere evitar a toda costa. Convertirse en la joven a la que todo chico de la ciudad va a intentar conquistar no está, ni mucho menos, dentro de sus planes.

Así, las expectativas sobre cómo debemos ser nosotras (“tolerables, obedientes, con caderas fértiles y complacientes”) y lo que deben esperar ellos (“la perfección” antes citada) en realidad se convierten en fuente de frustración para ambos. Víctimas del deleznable patriarcado, y también del capitalismo. Pues esta búsqueda de pareja a toda costa, la puja y prisa por camelar porque sí, despojando de personalidad por la poca importancia que se da a la de ambas partes; nos convierte en 'productos en venta' o 'compradores' de un mercado que lo único que genera es frustración.

Por eso es tan valiosa Los Bridgerton, porque no busca aleccionar y ni siquiera en su ADN hay una crítica tajante con el sistema, se centra en dejar que sean los propios personajes los que aprendan que hay más opciones. Y sobre todo, nos deja asistir a sus enamoramientos. Porque la ficción es muy cañera, pero también muy tierna, apasionada, romántica que no empalagosa, y agradecida.

Ideal para pasar un buen rato sin caer en ser un producto que consumir como cualquier otro dentro del contexto de bulimia audiovisual al que seguimos asistiendo; sino porque verdaderamente conecta y complace, pero tras recorrer un camino que emociona, cautiva e invita a la reflexión. Conquista porque no trata a la audiencia como borregos, sino como seres humanos a los que entusiasmar -y despertar un poquito de ganas de reivindicarse-.

La comedia como arma para abordar a la realidad

“¿No se debería valorar a la mujer por mucho más que su destreza para bailar o su comportamiento? ¿No deberíamos valorarla por su sinceridad, su personalidad y sus verdaderos logros?”, plantea Lady Whistledown, que vuelve también con ganas de revolver a la reina y de cambiar las cosas. Cuestionarse e invitar a hacerlo es siempre un ejercicio para tomar conciencia y crecer. Como hace Los Bridgerton en esta segunda temporada más oscura y trascendente, gracias al mayor espacio que se da a sus secundarios.

En especial, a Eloise y Penelope (Nicola Coughlan), que son la otra 'gran pareja' de la ficción. Dos amigas que enamoran a lo Molly (Beanie Feldstein) y Amy (Kaitlyn Denver) de Superempollonas (Olivia Wilde, 2019); y Christine (Saoirse Ronan) y Julie (encarnada también por Feldstein) de Lady Bird (Greta Gerwig), dos películas maravillosas con retratos de la adolescencia femenina dignos de ser enmarcados. Su preciada similitud reside en mostrar cómo juntas aprenden que no encajar en los moldes establecidos no es algo malo. Más bien todo lo contrario, aunque toque sortear piedras por el camino.

Alejados los tres ejemplos del drama, hablan del crecimiento y la madurez desde la comedia. Porque reírse de las meteduras de pata, las angustias desmesuradas, la intensidad, las salidas de tono, los tropiezos y los intentos, también es muy sano. Los Bridgerton lo hace sin que parezca que se lo toma demasiado en serio, pero sin perder el foco, y con ello suma unos cuantos puntos más. La segunda temporada no cuenta Regé-Jean Page -cuya falta se justifica alegando que se ha quedado en casa con su hijo-, pero hay que reconocer que es la única ausencia notable. Por lo demás, sigue siendo sugestiva, despierta y entretenida a raudales.

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