Crítica
'Los herederos de la tierra' sigue con dignidad la estela de 'La catedral del mar'

Imagen de 'Los herederos de la tierra'

Pedro Zárate

El paso del tiempo adquiere una relevancia especial cuando hablamos del universo de La catedral del mar. Porque precisamente eso, tiempo, es lo que pasa en sus tramas, que abarcan un siglo de historia, pero también lo que esconde cada laboriosa pieza del puzle que lo conforma. La novela original, publicada en 2006, llevó seis años de trabajo a su autor, Ildefonso Falcones, que necesitó otros siete para decidirse a escribir una continuación y tres más para publicarla bajo el nombre de Los herederos de la Tierra. En total, 16 años entre la llegada de la primera y la última línea a las librerías. Algo menos si hablamos de su llegada a la televisión, que tampoco fue flor de un día.

De hecho, la serie de La catedral del mar fue posible gracias a la obsesión de su productor, Jaume Banacolocha (Diagonal TV), por sacar adelante un proyecto casi imposible de levantar. No en 2012, cuando encargó un primer guion a Rodolf Sirera, pero sí en los años siguientes, en los que la adaptación televisiva fue dando tumbos -pudo ser una miniserie de dos episodios para la televisión alemana, una producción con reparto internacional y ninguna de las dos cosas- hasta que Antena 3 la estrenó en la primavera de 2018 como lo que finalmente fue: una ficción de ocho capítulos protagonizada por Aitor Luna.

Que su continuación 'solo' haya tardado cuatro años en ver la luz, y además con una pandemia de por medio, supone toda una hazaña vistos los precedentes. Y aun así, la sensación inicial que deja Los herederos de la tierra es que llega tarde a un terreno, el de la televisión, donde cuatro años son un mundo. Más aún en el contexto actual, donde los estrenos de un mes se ven sepultados por los del siguiente debido al ingente volumen de lanzamientos de las plataformas de streaming.

Y precisamente a una de ellas, Netflix, llega este viernes 15 de abril Los herederos de la tierra. La 'N' roja, que ya participó en la producción y distribuyó La catedral del mar por todo el mundo tras su paso por Antena 3 y TV3, acoge en esta ocasión el estreno de la segunda parte hasta que las cadenas mencionadas puedan emitirla dentro de un año. Una circunstancia que inicialmente puede jugar a favor de la serie en el contexto internacional, pero no tanto en el local, su verdadero mercado.

Porque hace cuatro años, La catedral del mar disfrutó de una campaña promocional gigante, a la altura de la gran apuesta que suponía para Atresmedia y de la exitosísima novela que adaptaba, beneficiándose además de que los lanzamientos en abierto son un acontecimiento en sí mismo. Pero Los herederos de la tierra, en cambio, parece que llega a Netflix como un estreno más, casi de tapadillo y con la primera parte ya lejana. Y esto, que responde a las decisiones, prioridades y circunstancias de dos compañías tan diferentes en escala como Netflix y Atresmedia, no deja de ser un interesante contraste entre dos series que, en realidad, tienen muchísimo en común.

En este sentido, La catedral del mar y Los herederos de la tierra comparten un esquema similar a la hora de construir su historia. Ambas muestran el crecimiento personal, social y profesional que experimenta con el paso de los años un hombre honorable, humilde y bondadoso en la Catalunya del siglo XIV. En el caso de la original, Arnau Estanyol (Aitor Luna). Y en el de la continuación, su protegido, Hugo Llor.

El joven- interpretado en su adolescencia por David Solans y en su edad adulta por Yon González, hermano en la vida real de Aitor Luna y casi protagonista de la primera parte- encuentra en Arnau uno de sus mayores apoyos tras la muerte de su padre, llegando a conseguir un trabajo gracias a él para salir adelante. Por ello, Hugo se muestra eternamente agradecido con Arnau y da la cara por él cuando los Puig, enemigos acérrimos del segundo desde los compases iniciales de La catedral del mar, aprovechen el cambio de rey para volver de su forzado exilio con sed de venganza.

La tensión en el ambiente y la sucesión de acontecimientos obligan a Hugo a emprender un camino lleno de luces y sombras durante las siguientes décadas, en las que logra labrarse una carrera como prestigioso bodeguero. Eso sí, su adquirida posición no le exime de problemas, y al igual que Arnau en la primera parte, sufre los sinsabores de una época marcada por la dureza y rectitud de sus leyes, así como por la pobreza generalizada del pueblo llano.

Una cuidada continuación que va de más a menos

En este punto, Los herederos de la tierra toma el testigo de su predecesora como el interesante retrato de una España asfixiada por sus propios principios, y en el que la desdicha de sus protagonistas es el denominador común. Aunque esta segunda parte se esfuerza por ser más luminosa que la primera a través de personajes como el de Barcha (Mercedes León), la esclava musulmana de Hugo, que pone el toque cómico a la función, y una fotografía más natural y menos lúgubre que el de la primera parte, las tramas están igualmente marcadas por los contratiempos de sus personajes principales, que por cada buena noticia han de sobreponerse de inmediato a otra mala.

Y esto afecta al propio Hugo y a las personas con las que se va cruzando durante los ocho capítulos de esta continuación, también dirigida por Jordi Frades: desde Caterina (Elena Rivera), una prostituta que encuentra en el bodeguero su salvación, hasta Bernat Estanyol (Rodolfo Sancho), el hijo de Arnau y amigo íntimo de la infancia. Todos ellos desfilan por una serie que, continuando con las comparaciones con su predecesora, aprovecha su menor lapso temporal -la historia abarca unos 30 años, por los casi 70 de la primera parte- para fluir de una manera más natural, sin recurrir a tantas elipsis bruscas para concentrar en pocos capítulos el amplio recorrido de su protagonista.

Aun así, las hay, y como ya pasaba con La catedral del mar, resulta fácil perderse en algunos momentos. Sin embargo, el mayor problema a nivel narrativo es el menguante atractivo de la historia. Un problema que ya padecía la original, pero que aquí se acrecienta cuando conflictos de gran interés como la enemistad con los Puig y la problemática relación de Hugo y Regina (María Rodríguez Soto), que ocupan gran parte del metraje, dejan paso a cuestiones de menor calado a medida que se acerca el final de la historia. Para entonces, la continuación de La catedral del mar ya ha evidenciado las mismas dificultades que ésta para reflejar el paso del tiempo en la apariencia de sus personajes, que adolecen de un envejecimiento poco perceptible o un crecimiento demasiado rápido, según el caso.

Así las cosas, Los herederos de la tierra sigue, para bien y para mal, el camino marcado por La catedral del mar. Afortunadamente, aquí las virtudes vuelven a superar a los defectos y la segunda parte se erige como una digna sucesora de la primera. 

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