Crítica

'La Fortuna', la aventura con la que Amenábar zarpa con éxito en TV y reivindica sin complejos nuestra cultura

Ana Polvorosa y Álvaro Mel en 'La Fortuna'

Laura García Higueras

“La cultura es nuestro petróleo”. Así de rotundo es el Ministro de Cultura -en la piel del siempre carismático Karra Elejalde- al defender el valor del patrimonio, carácter y sabiduría de nuestro país. Lo hace en La Fortuna, la primera serie de Alejandro Amenábar cuyos dos episodios iniciales se estrenan este jueves 30 de septiembre en Movistar+. Una ficción atravesada por el cine de Spielberg por su entrega a la aventura, su patriotismo -por mucho que su creador no termine de abogar por el término- y el buen sabor que deja su visionado. Las cosas también pueden salir bien y merece la pena contarlo.

La fortuna es una superproducción que sigue a Álex (Álvaro Mel) y Lucía (Ana Polvorosa), un novato diplomático y una apasionada funcionaria que luchan por demostrar que un tesoro submarino encontrado por una empresa estadounidense pertenece, en realidad, a España. Por supuesto, no lo van a tener fácil, tanto por las propias trabas derivadas de la institución pública, por la prácticamente imposibilidad de poner a la esfera política de acuerdo, y por tener que enfrentarse a la todopoderosa compañía, dispuesta a dejar a un lado sus escrúpulos con tal de enriquecerse.

Uno de los puntos fuertes de la serie es que no es condescendiente ni aleccionadora, sino que embarca al público en un viaje que mezcla drama judicial e intriga política con comedia, acción, batallas navales, espías y amor. También lo es su imponente factura, palpable en cada una de sus secuencias en las que Amenábar ha cuidado cada detalle.

Incluidas las interpretaciones de su reparto internacional, que incluye a nombres como Stanley Tucci (The Lovely Bones), T'Nia Miller (La maldición de Bly Manor) y Clarke Peters (The Wire). En el apartado español merece mención especial Manolo Solo, que suma un secundario “roba planos” más a su carrera como un exlegionario obsesionado con recuperar el tesoro.

Adalid de la conciliación y la 'mezcla'

Amenábar continúa la senda conciliadora que inició en su anterior trabajo, la película Mientras dure la guerra, centrada en la figura de Miguel de Unamuno. Hubo quien la criticó por equidistante, algo que el propio cineasta defendió a partir de su clara voluntad de “no cargar las tintas en aquello que pudiera generar controversia”. Porque ni era su objetivo ni tampoco lo es en La fortuna. El también guionista y compositor ha apostado por entretener, unir, reconciliar y armonizar.

Para ello, se ayuda de una 'pareja' protagónica que pertenece a ideologías opuestas (PP y Podemos). Su objetivo común les une por encima de sus posibles desencuentros políticos, evidenciando que estos no deberían ser una barrera que parcelara de forma rígida a la sociedad. En tiempos de ferviente polarización, hasta sorprende la forma en la que se miran. Y es valioso por cómo nos recuerda que el extremismo jamás debió ser la cada vez más imperante norma.

Es cierto, aun así, que la trama romántica -especialmente desarrollada en la segunda mitad de la ficción- no es la que más interés genera y funciona mejor cuanto menos obvia es presentada al espectador. El quizás otro gran 'pero' de la ficción es esperar, inevitablemente, un punto más de riesgo siendo un título fruto del autor de obras como Tesis y Abre los ojos. Aun así, es efectiva, entretenida y enérgica.

Presumir “a la americana”

Existe algo en el imaginario que nos ha llevado a pensar -e incluso creer- que la cultura estadounidense es más y mejor que cualquier otra. Un algo que tiene que ver con la propia defensa que al otro lado del charco hacen de lo suyo, su manera de contar sus historias y de darse la importancia que tienen y merecen. Una práctica poco habitual en España donde, más allá del limitado apoyo institucional para mantenerla a flote, convivimos con un visible complejo de inferioridad.

Más allá de lo económico, parece que nos cuesta reconocer que nuestra cultura es tan válida como cualquier otra. Y ni es justo, ni real. La ficción tiene un gran poder en este sentido, al dar visibilidad a nuestras historias, a nuestras grandes figuras y relatos, a cómo somos y lo que nos hace únicos. Si bien a la hora de reírnos de nosotros mismos somos infalibles, para ensalzarnos existe una especie de temor. Amenábar rompe con esta tendencia y apuesta por presumir sin complejos de, en este caso, nuestro patrimonio. Y al mismo tiempo, de nuestra forma de reivindicarlo y defenderlo. El ímpetu incansable del equipo encargado de la investigación es la antítesis de la apatía y claramente inspirador.

El director ha tomado como punto de partida el cómic de Paco Roca y Guillermo Corral El tesoro del cisne negro sobre el caso Odissey y la pugna burocrática entre España y Estados Unidos. A partir de ahí, ha conformado una producción en la que de igual modo se ensalza nuestra forma de ser. La cabezonería y el corazón tan sumamente característicos con los que nos enfrentamos a lo que haga falta. Y es bonito. Los héroes son dos funcionarios con ilusión, ganas y buenas intenciones. Ellos son los capitanes de este buque de serie que aporta frescura tanto al catálogo de ficción española como a la propia trayectoria de uno de nuestros cineastas más laureados.

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