Crítica

Netflix ante 'Tiger King 2', o cómo roer la marca hasta dejarla en los huesos

Una pregunta prevaleció, por repetitiva, de Tiger King and I (Rebecca Chaiklin, Eric Goode, 2020), el improvisado octavo episodio de Tiger King (ídem, Rebecca Chaiklin, Eric Goode, 2020) con el que Netflix apuró la ternilla de su docuserie tras el empacho de su consumo en confinamiento: “¿Qué actor querrías que te interpretara en la adaptación cinematográfica?”. Cada interviniente, parte más o menos crucial, según el caso, en el rocambolesco true crime auspiciada por Joe Exotic, soñaba con decisiones de castings idealizadas, con estrellas de Hollywood que prestaran su mejor cara a una feísima historia, no olvidemos, que enhebraba tramas de conspiraciones de asesinato con el maltrato animal continuado en los zoos privados en Estados Unidos. El encumbrado como rey de los grandes felinos no comparecía en dicho especial, al estar cumpliendo una condena de 22 años de prisión, pero ya se había asegurado de informar a los medios de su lista de deseos de gloria, debatiéndose entre Brad Pitt y David Spade como sus sosías de celuloide selectos.

La cuestión puede parecer anecdótica, pero ni mucho menos lo es, especialmente si comprobamos el escaso tiempo que transcurrió desde el lanzamiento de la docuserie y el desarrollo de proyectos en paralelo para capitalizar este fenómeno. Proyectos cuyo interés fue disipándose, sacrificados por los titulares de sus derechos en un ejercicio de darwinismo industrial hasta quedar, de momento, solo uno en pie. Nicolas Cage, quien cumpliendo los deseos más predecibles de la internet había aceptado interpretar al extravagante tiger king en una miniserie comisionada por una de las rivales de Netflix, Amazon Prime Video, expuso con transparencia cristalina el problema de la cancelación de la suya: “Ya no es relevante”, dijo en julio de 2021 el actor, que hablaba de un material “pasado de moda” a ojos de la compañía, poco más de un año después de haberse iniciado el fenómeno; apenas cuatro meses antes del estreno de Tiger King 2 (ídem, Rebecca Chaiklin, Eric Goode, 2021).

Especular para seguir existiendo

El auge de Tiger King, su caída y su posterior, incluso tardío, resurgir, ejemplifica con paradigmático valor la evolución narrativa del subgénero true crime dentro del escenario del streaming, en comparación con los formatos de sucesos prototípicos de décadas anteriores en la televisión lineal. En Narrativas del crimen en los documentales de no ficción: Éxito del true crime en las plataformas VOD, Lorena R. Romero Rodríguez destaca la primacía de los acusados para construir el relato del crimen, lo que permite incidir en el contexto sistémico y en su influencia en los actos denunciados; y el activismo de las audiencias, que asumen el rol detectivesco para impartir justicia tomando partido por la causa, reinterpretando la trama y rellenando huecos.

La docuserie había erigido a Exotic como un antihéroe pop, suavizando la gravedad de sus variados actos desde una mirada entre divertida y compasiva a su histriónico afán de protagonismo. La problemática de fondo que sustentaba la empresa en última instancia, el maltrato animal, quedaba sepultada junto a las osamentas de las fieras sacrificadas en arrebatos de megalomanía por su dueño; la más agradecida conspiración para asesinar a la animalista Carole Baskin, en cambio, favorecía un consumo más distendido, más caótico, con sus interminables ramificaciones. Así, hasta cuestionarse la condición de víctima de esta, hurgando en las parcelas más oscuras de su pasado para equilibrar la balanza y generar una visión más empática con la causa del victimario.

Tiger King 2 arranca orgullosa con una secuencia localizada en un ficticio “Centro regional de datos” de la compañía de Reed Hastings y Ted Sarandos en la fecha del lanzamiento de la primera parte, el 19 de marzo de 2020, a fin de simular su propagación casi instantánea. El impacto en medios tradicionales y redes sociales se nutre de imitaciones de Exotic y Baskin, siendo las de esta última particularmente hirientes, así como de fragmentos de informativos y diálogos descontextualizados: “La gente no se cansa de su enemistad con Carole Baskin”, se escucha. A continuación, una vídeo-llamada a cobro revertido del ahora preso desde prisión subraya el tono: “Me gustaría estar fuera para ver lo famoso que soy”.

Que el contenido de esta conversación a distancia, la única intervención de Exotic en esta temporada, se utilice como guía para organizar el nuevo material, evidencia que los perpetradores de Tiger King 2 asumen su personalidad desconectada de la realidad, enredándose en una teoría de la conspiración sobre la conspiración sin orden ni concierto; y haciendo sangre con Carole Baskin (quien se negó a intervenir en esta ocasión e intentó evitar el uso de su imagen, sin éxito) y a insistir en las dudas sobre si estuvo involucrada o no en la desaparición de su segundo marido, Don Lewis, un tema que goza de más minutos que cualquier otro en la escaleta del guion. Este segundo volumen de la saga de locura americana queda desprovisto de todo contenido relevante y se adentra en la pura especulación para justificar su existencia. Y esa existencia se debe a un Joe Exotic al que ahora se expía de sus pecados, descargándolos sobre su entorno.

En ese sentido, resulta risible el epílogo, en el que las cámaras conversan con un biólogo conservacionista a modo de moraleja sobre el daño de los “zoológicos de carretera”. Su mensaje pierde valor cuando se apostilla con un último testamento de Exotic comparándose con los animales que poseía por su estancia entre rejas, pidiendo “una segunda oportunidad” como la que estos han tenido tras ser rescatados.

Cuestión de supervivencia

Tiger King 2 comparte una característica común con buena parte de sus protagonistas: la facilidad que demuestran para reorientar su estrategia para adecuar su discurso al momento presente, tratando de alargar así su periodo de bonanza y sus minutos de cuestionable popularidad. No hay lugar para la reflexión o la autocrítica, solo para la autoconservación.

Entre los nuevos integrantes de la trama destaca el abogado John M. Phillips, que entra en escena primero como líder de la causa de la familia de Don Lewis contra Baskin, para luego abanderarse como representante legal de Exotic en su campaña para la repetición de su juicio. Entre los viejos conocidos, Allen Glover, el supuesto sicario contratado para matar a la dueña del santuario Big Cat Rescue, denuncia ahora el presunto montaje del que fue partícipe para encerrar a Joe y señala a Jeff Lowe, antiguo socio de este, como el instigador último de la conspiración. Este también cambiará de bando cuando vea sus negocios en peligro y colaborará con Phillips en su procedimiento. La línea argumental vuelve sobre sí misma en un ejercicio de endogamia furibunda hasta diluirse el ya de por sí exiguo interés de un artefacto ensimismado con su propio éxito y con la idea de alargarlo tanto como sea posible. Incluso cuando su momento haya pasado.

Es sintomática una de las últimas frases que Lowe pronuncia en pantalla, en el momento en que se desdice de todo aquello que había defendido durante la primera temporada, durante los cuatro episodios previos: “Esto va a sacudir el mundo”. Una vana promesa más dirigida a esas cámaras que lo siguen que al letrado con el que se reúne. Los personajes de esta historia muy real están dispuestos a todo por seguir adelante, de igual modo que los directores/productores de Tiger King tratan de roer lo que queda del éxito antes de que lo fagociten otros.

Es la ley de la selva. La ley del streaming, un universo abstracto al que el true crime otorga gravedad con relatos de depravación humana que despierten los impulsos de los espectadores por saber más, por tirar del hilo hasta deshacer la madeja. Los procesos quedan siempre abiertos, siempre a la expectativa de una revelación adicional que obligue a atender. En Tiger King 2 entran en liza contra Baskin los denominados “detectives de sofá”, una figura que toma gran protagonismo en otro proyecto de investigación de Netflix, el estimable Escena del crimen: Desaparición en el hotel Cécil (Crime Scene: The Vanishing at the Cecil Hotel, Joe Berlinger, 2021). Miniserie de cuatro entregas en torno a la muerte de la joven Elisa Lam en un hotel de dudosa fama de Los Ángeles, dedica el grueso de sus partes 2 y 3 a desgranar las múltiples teorías de estos investigadores amateurs, para echarlas todas por tierra en la última, donde se da voz a quienes terminaron siendo víctimas colaterales del frenesí especulador por resolver el misterio. No sin ironía, la OTT ya ha avanzado el encargo de otras tres temporadas, con la segunda de ellas fijada ya en su calendario.

Racionar el éxito hasta morir

La audiencia manda, claro está, y demanda más. “Es imposible gustar a todos, pero intentamos agradar a un mundo que está compuesto de personas de gustos, sensibilidades y creencias diferentes, y se convierte en un trabajo muy complicado”, reflexionaba Ted Sarandos, co-CEO de la compañía, en uno de sus últimos intentos por apaciguar la controversia en torno al monólogo The Closer de Dave Chappelle. En un trabajo tan complicado, la prioridad es aprovechar la inercia de lo que funciona hasta que deje de hacerlo por sí mismo, por agotamiento. Una vez amortizado, el producto podrá seguir apareciendo en el catálogo, dando vueltas hasta desaparecer del algoritmo de búsqueda.

A lo largo del último año, hemos asistido al desenlace de Luis Miguel. La serie, que de dar a Netflix uno de sus hits más radiados de 2018, ha terminado en voz baja, con dos temporadas adicionales estrenadas con apenas seis meses de diferencia (la segunda lanzada en abril; la tercera, en octubre) y sin que aquellos que prescribieron la serie en su día tengan interés en otro bis. También lo hemos hecho, apenas dos semanas antes del estreno de Tiger King 2, con Narcos: México. En su caso, la tercera y última temporada de la reformulación de Narcos está dando aún rédito a la plataforma, de acuerdo a los datos que aportan en su recién estrenada web Netflix Top 10, pero la escala de su huella empequeñece en comparación con la dramatización de la historia de Pablo Escobar, otro personaje real de turbias hechuras (mucho más, claro está, que las de Joe Exotic) alzado a héroe pop por tiempo limitado.

Con Tiger King 2 no se busca otra cosa que saciar ese apetito insaciable, aunque quede poco que aprovechar ya. A ese respecto, se antoja mucho más sugestivo Shooting Joe Exotic (ídem, Jack Rampling, 2021), reportaje para BBC en el que el periodista Louis Theroux revisa archivos de material que grabó con el empresario zoológico años antes de que las grandes corporaciones de entretenimiento se interesaran por él, reflexionando a la vez sobre los mecanismos del criador de tigres para engatusar a la gente a su alrededor. A su vez, esta revisión sirve para discutir las formas del dispositivo que Netflix presentó al mundo en las primeras semanas de confinamiento mundial por la pandemia.

Con su estilo cercano al periodismo gonzo, y ayudado por la sobrina de Exotic (que también tiene una breve intervención en Tiger King 2), el británico reprueba y hasta se compadece de su comportamiento melifluo con aquel, detectando desde la distancia temporal las perversiones de sus alegatos sobre su papel como gran benefactor de las bestias. Pero no solo detecta las inconsistencias de los relatos que luego el ahora icono ha contado ante las cámaras: la pieza resalta las dificultades para hablar de todo lo relativo a Tiger King fuera del prisma de Netflix, al revelar que la generalidad de los participantes en la primera temporada firmaron contratos de exclusividad que les impiden hablar sin autorización, como si estuviésemos ante rutilantes estrellas de Hollywood dentro del viejo sistema de estudios.

La pregunta del primer Tiger King sobre el famoso actor que les gustaría que les diese vida en una futurible adaptación toma otro significado: no es ya quien pueda interpretarlos, sino quien pueda sustituirlos a ellos cuando la realidad no dé más de sí. Si acaso la realidad importa.