Crítica

'Pam y Tommy': los desajustes en la imagen de una serie que trasciende la sextape robada de Pamela Anderson

Lily James y Sebastian Stan en 'Pam y Tommy'

Lorenzo Ayuso

“¿Puedes ser un poco más literal?”, le pide Erica (Taylor Schilling) a Rand Gauthier (Seth Rogen), el exactor porno devenido a electricista y usurpador de la cinta casera de contenido sexual sobre la que discurre Pam & Tommy (ídem, Robert D. Siegel, 2022). Mientras él, con unas dotes conversacionales cuando menos discutibles, procura crear una imagen que simbolice su maltrecho estado mental (un coche al que continuamente se le niega el paso en un semáforo), la que fuera su expareja le pide que se ciña estrictamente a lo que quiere decirle, que simplifique. Sin tratarse de una escena decisiva, este intercambio define la naturaleza de esta impoluta producción de Hulu basada en casos reales: la literalidad.

Recreación del escándalo en el que se vio envuelta una de las parejas más rutilantes del Hollywood de los años noventa, Pam & Tommy es expeditiva en sus pretensiones: una reivindicación de Pamela Anderson (Lily James) como una mujer a la que se negó otra consideración que la de objeto de recreación y consumo de la mirada masculina, una mirada que por otro lado apartaba la vista cuando demostraba una complejidad casi inadecuada para alguien que había sabido manejar su sexualidad en pantalla. Una mujer a la que se declaró culpable después de haber sido víctima de una violación de su privacidad, pero también de las explosiones de agresividad de su marido, un Tommy Lee (Sebastian Stan) desacompasado en los nuevos tiempos de la industria musical. La serie no esconde sus intenciones en ningún momento, eliminando todo subtexto. Prima la recepción del mensaje, su libre circulación. Todo debe quedar a la vista, como si así se contrarrestase el impacto de la condenada sextape por la que fue vilipendiada.

Es justo pensar que, en efecto, Anderson fue durante largos años objeto de deseo, primero, y de escarnio, después; incluso de ambas cosas al unísono. No tenemos que irnos muy lejos, ni a nivel espacial ni temporal. No hay que olvidar la incómoda entrevista concedida a Risto Mejide en su Chester de Cuatro, allá por 2017, donde hubo insistencia por saber más sobre sus retoques estéticos. Entre tanto, ella abundaba en explicaciones sobre su propia experiencia en el mercado de la carne de Hollywood, en su propia experiencia esquivando los castings de sofá, sus tribulaciones sobre el cambio político, declaraciones ensombrecidas al final por una tensión gratuita a cuenta de lo físico. No está tan lejos eso de la escenificación de la entrevista que concedió ella a Jay Leno en 1996. En ese sentido, Pam & Tommy es loable en reclamar respeto para la otrora Vigilante de la playa; aunque por otro lado, cuesta saber si no está, en el fondo, reincidiendo en lo opuesto: hacer de ella un personaje inmarcesible, inmaculado, como un mito moldeable para adecuarse al discurso que enarbola la ficción.

Diferencias irreconciliables de tono

Una ficción que comienza presentándose como una serie muy diferente a la que termina siendo conforme avanzan los episodios. El primer capítulo, Drilling and Pounding apenas cuenta con presencia de Anderson en sus 40 minutos de metraje, centrándose en la rivalidad masculina entre el baterista de Motley Crüe y el citado Gauthier, empleador y empleado para las reformas del reciente matrimonio, que lleva a este último, herido en su orgullo, a vindicarse exponiendo al primero. Como responsable de los tres primeros episodios, Craig Gillespie, responsable de la muy notable Yo, Tonya (I, Tonya, 2017), parece plenamente interesado en la vertiente criminal de la historia, lo que pone al obrero venido a más en foco absoluto del primer episodio, en la sátira sobre la estulticia de Hollywood. Ambos transcurren a ritmo sincopado, sin que sus personajes tengan apenas tiempo para meditar sus acciones, enlazadas a fuerza de montages musicales que terminan por agotar.

En honor a la verdad, el planteamiento es plenamente coherente a nivel interno en estos episodios: unos y otros, ricos y pobres, se recrean en sus propios simulacros de felicidad (el golpe contra Lee; el romance a primera vista de la famosa pareja) como si de estampas de la MTV se tratasen, y se mueven buscando el goce inmediato sin pensar en las consecuencias de sus acciones. O mejor dicho, pensando con la entrepierna: véase la discusión que mantiene Lee con su elefantiásico pene parlante al reflexionar sobre su enamoramiento fulminante de Anderson tras su primera cita, una escena que a uno le cuesta imaginar dentro de una plataforma con el familiar sello Disney.

Pam & Tommy se entendería así como una suerte de salvaje realidad aumentada, no tan lejana en su fondo de lo que fue una de las cumbres del cine de la última década, Dolor y dinero (Pain and Gain, Michael Bay, 2013). Una propuesta distanciada por completo del referente real al que retrata con irreverencia, nada que ver con lo que son los episodios posteriores, en los que se apuesta, por el contrario, por una mirada cercana y reposada sobre Anderson. Gauthier queda en un segundo plano, y su socio Miltie (Nick Offerman) directamente desaparece de escena para no volver, algo que ocurre con tantos otros personajes.

La indiferencia hacia la imagen

Todo debe centrarse en Pamela. Por ello, Pamela in Wonderland, dirigido por Hannah Fidell, puede considerarse el episodio más compacto, en tanto que procura recrear con, entendemos, plena fidelidad la declaración jurada a la que Anderson hubo de someterse tras la demanda interpuesta a Penthouse para evitar que difundieran capturas de la sextape en sus páginas. Estructurado en torno a esa citación, Pam & Tommy se formula como un micro-biopic convencional más esclarecedor sobre el trauma que otras escenas de diálogos telegráficos. De sus comienzos sorteando relaciones abusivas, a su extraña afinidad cuasi paternal con Hugh Heffner. Como personaje, tiene demasiada vida como para resumirse a una cinta.

Más allá de lo deslavazado de su conjunto y de la dificultad para enhebrar temas y tramas (la explosión de internet y de la telerrealidad, sobre las que parecía especialmente interesado Gillespie), y de la interpretación de Lily James y de su amplio paisaje de los años noventa en Estados Unidos, Pam & Tommy hace pensar precisamente en la incapacidad que, como lectores/espectadores, tenemos para descifrar lo que subyace bajo una perfecta apariencia, bajo la imagen. Es un producto de su tiempo, desde luego, y también de lo que ocurrió con la estrella retratada.

Si a Pamela Anderson se le negaba la palabra, la miniserie necesita no escatimar en ellas para evitar que se confunda su intención, o que se pierda su mensaje, como si temiese un juicio superficial. Sin embargo, es precisamente esa literalidad la que hace plantearse cuánto se cree lo que propugna. Al menos, cuánto confía en que eso va a calar. Tal vez por eso esa misma insistencia por replicar un mismo movimiento de cámara, el travelling enfático de acompañamiento sobre los rostros de los personajes, buscando el pasmo; tantas veces es replicado que la acción acaba por perder el sentido y hace que la imagen acabe resultándonos indiferente. Probablemente no hemos avanzado tanto.

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