Crítica

'Pollos sin cabeza', una serie para tomarse con humor las miserias que rodean al fútbol

Hugo Silva, en una escena de 'Pollos sin cabeza'

Pedro Zárate

Para un futbolero, pensar en la expresión “como pollos sin cabeza” es pensar, casi con total seguridad, en la figura de John Benjamin Toshack. El exjugador y exentrenador galés, dos veces campeón de la Copa de Europa con el Liverpool, aunaba carisma, mala leche y un castellano macarrónico cada vez que tenía un micrófono delante, tal y como demostró cierta noche de junio de 1999, durante su segunda etapa en el banquillo del Real Madrid. El conjunto merengue acababa de sufrir una dolorosa derrota fuera de casa contra el Atleti, y Toshack, fruto del enfado que llevaba encima, definió así, “como pollos sin cabeza”, el alocado juego que habían desplegado sus futbolistas sobre el césped del Vicente Calderón.

Desde entonces, hablar de “pollos sin cabeza” en el argot futbolístico es hablar de caos y de locura sin control. Más o menos lo que viene a reflejar la serie del mismo nombre que estrena HBO Max este viernes 28 de abril. Pollos sin cabeza, que inicialmente iba a llamarse Monos con pistola, sigue las andanzas de un exfutbolista reconvertido en representante de jugadores.

Beto (interpretado por Hugo Silva), que tantas fiestas se pegó en el pasado y tantas malas decisiones tomó entre gol y gol, debe sobrevivir ahora al caos y la locura que sufre a su alrededor por su faceta como agente, marcada por cruentas batallas empresariales contra otra agencia de representación, pero también por los futbolistas a los que representa. Por lo general, jóvenes jugadores que se dejan llevar por la fama, la droga y el dinero antes que por el propio fútbol, que debería ser lo más importante desde un punto de vista puramente romántico.

El problema es que el romanticismo en el fútbol de élite se está perdiendo entre contratos leoninos y egos desmedidos, y Pollos sin cabeza, al contrario que la referencial Ted Lasso, no mira la situación desde el buenismo y el optimismo, sino que ofrece una mirada más cruda, dentro de su tono ligero, amparándose en la etiqueta de “comedia dramática”.

Debajo de cada broma y cada gag se esconden realidades que, por desgracia, son inherentes al balompié actual. Y la ficción creada por Pablo Tébar y Jorge Valdano Sáenz (sí, el hijo de Jorge Valdano, porque esto va de fútbol hasta en el equipo creativo) aborda las más banales -el tópico de que los futbolistas no saben hablar ante la prensa-, las más problemáticas -la homofobia en el deporte- y las más amargas -el temor a la retirada-, asumiendo que el humor es una herramienta ideal para denunciar casi todo lo que está mal en el mundo. En el mundo del fútbol, en este caso, que Tébar y Valdano desdramatizan a golpe de chiste bajo la producción de Álex de la Iglesia y Carolina Bang.

Una serie que entretiene sin alardes

De hecho, la voluntad de hacérselo pasar bien al espectador se respira en todo momento, aunque si en el fútbol hay disparos que se van fuera de los tres palos, en Pollos sin cabeza hay chistes que tampoco terminan de entrar. Por ejemplo, los chistes de penes, que aun siendo pocos, tienen un espacio preponderante en los primeros episodios (para esta crítica se han visto cuatro entregas).

Parece como si con estas bromas se quisiera subrayar que esta serie ha sido hecha eminentemente por hombres y para hombres alrededor de un mundo de hombres. Algo que no era necesario y que no juega a favor de la propuesta, cuyo humor, a veces añejo, recuerda por momentos al de la fallida Deudas (Atresmedia), que también tenía entre sus guionistas a Jorge Valdano Sáenz y también apostaba por construir situaciones disparatadas antes que por construir personajes de enjundia (aquí, más allá de Beto y de su némesis, el representante Martinelli interpretado por Miguel Ángel Solá, tampoco hay mucho que destacar).

Afortunadamente, Pollos sin cabeza es una comedia mucho más digerible y entretenida que aquella. Es una serie con mucho más ritmo (sus capítulos de 25-30 minutos lo ponen en bandeja), que funciona mejor cuanto más amarga, juguetona y sentimental se pone (el cuarto capítulo es un buen ejemplo de los dos últimos elementos) y que a pesar de sus defectos, no supone un paso atrás para la producción original de HBO Max en nuestro país. Porque ahí donde Sin novedad y Por H o por B fallaron con estrépito, Pollos sin cabeza sí puede ser esa comedia más o menos ligera, sin grandes pretensiones, capaz de arreglarte una insulsa tarde de fin de semana. Pedirle algo más sería injusto.

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