Crítica

'Por mandato del cielo' repiensa el sangrante precio de desobedecer a la iglesia mormona

Andrew Garfield, en 'Por mandato del cielo'

Laura García Higueras

“Las ambiciones de las mujeres se expanden como una enfermedad, les distraen de sus responsabilidades”. Este discurso -que no sorprendería que lo hubiera formulado algún diputado de Vox hoy en día- es la postura que defendían en los ochenta la familia mormona Lafferty. El brutal asesinato de la esposa y bebé de uno de sus miembros es el detonante de Por mandato del cielo, la sugerente, incómoda y en cierto modo alarmante nueva miniserie protagonizada por Andrew Garfield que Disney+ estrena este miércoles 27 de julio.

La ficción está inspirada en el libro homónimo de John Krakauer, que relata el sangriento homicidio que tuvo lugar en 1984, en un suburbio de Salt Lake City (Utah). Como toda producción basada en hechos reales, en especial si se trata de un true crime de semejantes y desgarradoras características, su punto de partida ya invita a querer saber qué ocurrió y, sobre todo, por qué.

Estos porqués podrían ser definidos como los personajes principales de la serie, pues es a la explicación de lo sucedido a la que más tiempo de metraje se dedica. Y lo hace a través del detective Jeb Pyre, a quien encarna el actor de Silencio y Tick, tick... Boom!. Un también convencido y devoto mormón que, de la mano de la investigación, verá sus principios cuestionados hasta tambalearse.

De entrada, cuando el sospechoso Allen (Billy Howle) confiesa que se había alejado de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días, la primera reacción del policía es asegurarle: “Si has dado la espalda a Padre Celestial, seguro que los forenses habrán demostrado que eres culpable mañana por la mañana”. Su hieratismo se irá poco a poco modificando, por supervivencia, empatía y preocupación por su propia familia.

Su personaje es presentado como el típico padre idílico americano que se 'disfraza' de vaquero para jugar con sus adorables hijas pequeñas. Una imagen hasta poética que no tardará en contrastar con las arduas imposiciones de su religión y el profundo machismo que la atraviesa.

Los peligros de no cumplir con lo establecido

Como ya hiciera el texto original, Por mandato del cielo realiza un viaje paralelo entre el caso y el origen de los mormones en 1830. De ahí se extraen las enseñanzas de su fundador que sus fieles, más de un siglo después, siguen adoptando como mandatos inescrutables. En lo relativo al papel que las mujeres han de desempeñar, los hombres son educados para entender que “lo importante es encontrar a una que te ayude a formar una familia”.

Cualquier otra opción que se 'salga' de lo establecido es critica, juzgada y castigada. Y precisamente en la penalización la que más revuelve y convierte la propia fe en incoherente, injusta y peligrosa. “Ella no era obediente”, reconoce Allen en mitad de un interrogatorio en la comisaria, “¿pero eso implica que se mereciera esto? ¿Y mi niña?”.

He aquí uno de los aspectos más valiosos sobre los que reflexiona la ficción. El cómo no cumplir con lo que “se tiene que ser” deriva en unas consecuencias de las que es muy difícil librarse. Es más, llega a exigirse que se asuman hasta como una responsabilidad. La obediencia es la obligación y todo intento de ayudar o aportar un punto de vista nuevo es tachado de intromisión. El miedo a lo 'nuevo' es sangrante y supura para quienes preferirían vivir con la norma y mentalidad de épocas previas. Brenda (Daisy Edgar-Jones) quería ser periodista y trataba de cuestionar desde dentro por qué las mujeres no podían ponerse en ese momento al frente de los informativos.

Su pareja sí entiende su postura, pero 'salvarse' a nivel social, y dentro de un sistema tan conservador y radical, es muy complicado. Claro que no hay que viajar a los ochenta ni a Estados Unidos para saber que, efectivamente, salirse de la norma, no sale gratis. En muchos casos se sigue penando. Lo ideal es que las formulaciones de la familia Lafferty sonaran más 'a rancio', pero en ocasiones se tornan preocupantemente actuales. Igual que el uso de la violencia. En este caso se llega hasta el asesinato, pero se abordan otros tipos de violencias previas que empañan los ambientes de abusos de poder, intimidación y coacción.

Una pareja de agentes que sabe a poco

La incorporación de los detectives Jeb y Bill Taba (Gil Birmingham) a la trama ha sido una decisión tomada expresamente para la serie. Una dupla que, si bien funciona por el contraste y el vínculo que se establece entre ellos, no sorprende. Por un lado, tenemos a un agente mormón, acostumbrado a hacer las cosas “a su manera” en un pueblo en el que prácticamente todos se conocen, especialmente dentro de su religión, a la que pertenecen el 90% de los vecinos.

El segundo, foráneo, es quien llega para verlo todo desde fuera, estar convencido de que los métodos que han de seguirse son otros y actúa como contrapunto. Sin embargo, no logra aportar nada nuevo que genere realmente química entre ambos, ni tampoco conflictos lo suficientemente atractivos.

Mucho más interesante es conocer los episodios de la vida de Brenda que son visitados a través de flashbacks que explican cómo trató de romper moldes sin pretenderlo. No porque ella sea retratada como 'el bien' y aquellos que se opusieron a su forma de ser 'el mal'. La serie no dogmatiza, cuestiona sin descanso durante la más de una hora que duran sus siete episodios. Los capítulos no pierden ritmo, aunque algunos de los giros que incluye en sus finales para mantener al público ávido de darle al botón de “siguiente” quedan algo impostados por su falta de sorpresa.

Lo mejor, sin duda, son las conversaciones/interrogatorios en los que se ponen sobre la mesa todas las dudas que Allen transmitirá al agente principal del caso. Algo a lo que no estamos acostumbrados, ya sea porque miremos hacia otro lado, no nos detengamos ni un segundo para recaer en quiénes somos y quiénes queremos ser; y por supuesto por formar parte de un patriarcado insaciable que en una iglesia tan conservadora como la mormona, le sirve como principal aliado.

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