Crítica

'¿A quién le gusta mi follower?': un Tinder moderno en Netflix para los nostálgicos de los tróspidos

Póster de '¿A quién le gusta mi follower?'

Paula Hergar

Este jueves, 8 de septiembre, Netflix estrena ¿A quién le gusta mi follower?, su primer dating show español. Para crearlo, la plataforma apostó por Boxfish, una productora fundada por exdirectivos de Warner Bros ITVP que produjeron algunos de los títulos más recordados en el género del género de la última década en nuestro país: ¿Quién quiere casarse con mi hijo? y Un príncipe para Corina.

Por tanto, no es de extrañar que la presentadora de este nuevo “Tinder televisivo” sea Luján Argüelles, que también ejerció de maestras de ceremonias en los citados programas, y es una de las “Cupidos” más expresivas de nuestra televisión. Como tampoco hay que sorprenderse al reencontrarse con la icónica edición tróspida con “ruiditos”, repeticiones, miradas, gestos y música que logra guiños constantes de los guionistas al espectador, para que se reían con los protagonistas de cada historia.

Ante tales ingredientes, ¿A quién le gusta mi follower? se convierte en casi un spin-off de aquellos ¿Quién quiere casarse con mi hijo? , Un príncipe para Corina, ¿Quién quiere casarse con mi madre?… que durante años se (y nos) enamoraron en Cuatro. En esta ocasión llegan para probar su eficacia en el gigante del streaming, a sabiendas que muchas apuestas que en abierto se desgastaron, pueden arrasar en su catálogo.

Pero más allá de su futuro rendimiento, la divertida experiencia de ver ¿A quien le gusta mi follower? es un “si, pero no” constante. Sobre todo, para los nostálgicos de los tróspidos.

Unos protagonistas con carisma en redes pero poca química en TV

Se ha demostrado en multitud de ocasiones que muchos perfiles que arrasan en redes sociales, después en televisión pasan completamente desapercibidos. Y eso ocurre con los protagonistas de ¿A quién le gusta mi follower?.

Sergio Mengual cuenta con más de un millón de seguidores en Tik Tok. La gamer Pixxbe llega a los 60.000 en Twitch. Y Apolo tiene más de 100.000 en Instagram. Tampoco se quedan cortos los coaches: Jedet roza los 500.000 fans en Instagram, Jonan Wiergo los 600.000 y Aroyitt los 2 millones en Twitch.

Sus números en redes no han pasado inadvertidos en un casting en el que, muy probablemente, se buscaba una audiencia garantizada. Claro está, confiando en que los millones de seguidores que suman entre todos se asomarían a ver a sus respectivos ídolos en Netflix.

Sin embargo, funcionar en una plataforma no asegura que lo hagas en otra. Y eso es lo que ocurre con estos perfiles perfectos para Instagram, Tik Tok y Twitch pero sin ángel ante el medio catódico. No transmiten ilusión por encontrar el amor, de forma individual. Tampoco hay complicidad entre los participantes y sus coaches. Y mucho menos química con los “pretendientes” (AKA daters). De hecho, la que más emociones transmite en cada plano es Luján, “a pesar” de sus 97.000 seguidores en Instagram.

Así, una vez más, se demuestra que mezclar redes sociales con televisión no funciona. Porque la pequeña pantalla brilla cuando muestra realidad, mientras que en Instagram, Tik Tok y Twitch deslumbra el postureo.

La vuelta de tuerca al mismo Tinder

Aunque la mecánica de ¿A quién le gusta mi follower? podría resultar algo compleja con tres protagonistas buscando el amor, sus daters, los coaches, los que sí, los que no, los que un poco y los que se parecen entre sí y confunden al resto… el acierto es el paralelismo constante con Tinder.

En el programa pueden bloquear y desbloquear a los “pretendientes”, hacer match y hasta superlike (términos popularizados por la aplicación de citas) para ser conscientes de quienes son los favoritos o no. El hándicap es que Netflix siempre enchufa a sus producciones un ritmo frenético que, en esta ocasión, no deja casi saborear las citas, las miradas y las palabras necesarias para enamorar al espectador.

Lo que sí aporta el dating es una banda sonora original y dedicada a cada una de las etapas por la que pasan los protagonistas, que ya quisieran muchas producciones de ficción.

Otro punto a favor es el amplio abanico de perfiles de candidatos que ahora se muestran en este Tinder moderno, que pone en evidencia cómo en pocos años, nuestras relaciones personales y formas de entender el amor han evolucionado. Se preguntan por el género, se plantean el poliamor, y no se descartan por el sexo… el mundo ya ha cambiado. Y programas como este son la prueba.

 

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