Crítica
'Sex Education' repite como bomba sexual en su temporada 3, en la que también explota la educación emocional

Imagen de la tercera temporada de 'Sex education'

Laura García Higueras

Sexo en un coche, sobre la cama, encima del sofá, entre dos chicas, entre dos chicos, masturbación, sexting, sexo oral, entre gente adulta, entre jóvenes. El arranque de la tercera temporada de Sex Education, que llega este viernes 17 de septiembre a Netflix, es toda una declaración de intenciones. A estas alturas de la serie, ya no es noticia saber que en gran parte gira en torno al sexo. Ni tampoco que lo utiliza para trascender en su fresca, picante y sana radiografía de la adolescencia... y de la edad adulta.

Pese a que se centra en el día a día del instituto Moordale, es coherente al abordar cómo la falta de educación sexual es una lacra que podemos arrastrar durante toda nuestra vida y, a su vez, las amplísimas ventajas que, no importe la edad ni el género, brinda conocerse a uno mismo, explorarse, compartir, preguntar, aceptar y aprender. Todo ello con un claro objetivo: disfrutar todos más de nuestra sexualidad y, de paso, ser un poquito más felices.

Pese a que la ficción cerró su segunda temporada planteando interrogantes suficientes -principalmente, el devenir de sus magnéticos protagonistas Otis (Asa Butterfield) y Maeve (Emma MacKey)-, como para esperar los nuevos episodios con expectación; la sorpresa al lanzarse a su visionado es aún más grata al comprobar que Sex Education no ha perdido ni un ápice de su pulso. Es ejemplar a la hora de generar un plantel de personajes muy potentes, dispares e inclusivos a los que jamás juzga. También triunfa ser capaz de seguir sacando jugo de cada una de sus tramas.

Cuando las series se prolongan en el tiempo, corren el riesgo de caer en la tentación de profundizar solo en alguno de sus perfiles, dejar de lado a secundarios con mucho potencial o incluso traicionarles en pos de justificar las acciones de los principales. No es el caso del título que nos atañe, pues precisamente consigue armarles del suficiente carisma, singularidad y humanidad como para lograr que realmente importe qué les ocurre, cómo se sienten y qué es lo que les va a pasar.

Un instituto, y más si es tan amplio como Moordale, es un lugar perfecto para agrupar un casting de alumnos absolutamente diversos que, como ocurre en la vida real, merecen su sitio. Aquí se les otorga y se les da libertad para que se muestren tal y como son, con sus dudas, errores, logros, preocupaciones, traumas, complejos, miedos y aspiraciones.

Y eso es importante, porque pese a que la serie avance y se centre en dar voz principalmente a sus adolescentes protagónicos; consigue no repetirse y abordar problemáticas, intereses y situaciones muy diferentes. Cada uno vivimos la adolescencia a nuestra manera. Es una etapa vital lo suficientemente personal como para, a su vez, funcionar como una fuente de ideas a la hora de retratarla.

Por eso Sex Education tiene tanto valor, porque consigue dar la sensación de que los temas son infinitos. El temor a no ser bueno en la cama, no saber qué estudiar en el futuro, la presión por querer ser el primero de la clase o la más popular, estar sometidos a la dictadura del patriarcado y de las apariencias, el respeto a la primera vez y las dudas sobre la orientación sexual; por citar solo varios ejemplos. Aunque suene manido, cada persona es un mundo y el universo de esta serie se lo toma tan en serio como la ocasión merece: siendo capaz de ampliar sus -y nuestras- miras sin idealizar, infantilizar, romantizar ni edulcorar.

“Es como Juana de Arco, pero más guay”

El nuevo curso de Moordale tiene como principal novedad la llegada de una nueva jefa de estudios. Se trata de Hope Haddon (Jemima Kirke). Una mujer lo suficientemente joven como para romper con el canon que habitualmente cumplen los directores de colegio, y a cuyo acto de bienvenida accede bailando y sentándose en el borde del escenario. Quiere mejorar la “mala reputación” del colegio, se sale de la norma a la hora de buscar resquebrajar los patrones y etiquetas establecidas, motiva, es divertida y también mete la pata. Le honra llegar dispuesta a no olvidarse de ninguno de sus alumnos y hablarles no desde el pedestal que su cargo le otorga; sino de tú a tú.

“Es como Juana de Arco, pero más guay”, pronuncia una de las estudiantes tras su inspirador discurso. Poco después, la propia directora vive un momento embarazoso ante la prensa -sí, los medios han ido al colegio porque trascendió el brote de clamidia de la temporada anterior-, dejando claro desde su presentación que va a seguir la línea del resto de personajes imperfectos y reales de la serie. Una estela que sigue perpetuando con creces Jean (la premiada Gillian Anderson). En el caso de Hope, lo pondrá en evidencia su rígido e inútil método de estudios y convivencia dentro del centro escolar.

El 'pero' de la temporada se lo lleva alargar la resolución de la trama entre Maeve y Otis -no porque no vaya a ocurrir en el arranque, sino porque llevamos ya más de 16 episodios esperando-. Una tesitura que, no obstante, no desluce el otro gran mensaje de fondo patente durante los nuevos capítulos: saber combinar la importancia de la educación sexual con la educación emocional. Porque es otro gran problema al que nos enfrentamos como sociedad a nivel global, con la ansiedad como punta de lanza.

La ficción es honesta al mostrar la torpeza con la que nos enfrentamos a los problemas por no tener herramientas. Ya sea respondiendo con una violencia con la que no nos identificamos, la incapacidad para expresar lo que sentimos y pensamos, o la ausencia de recursos para anticiparse a una crisis existencial. Eso sí, lejos de retratar un frustrante, irritante e irreal mundo perfecto; Sex Education invita con éxito a aceptar y a querer más al que nos acoge como seres vivos.

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