Crítica

'Valeria' salda sus cuentas en una temporada 2 que se crece al abrazar con más fuerza las novelas

Imagen de la segunda temporada de 'Valeria'

Laura García Higueras

“Da igual lo que hagas, una adaptación literaria siempre va a recibir críticas”. Netflix arriesgó -de más- con la primera temporada de Valeria. Y lo hizo con la mejor de las intenciones: querer ampliar y darle una vuelta al universo superventas creado por la autora Elísabet Benavent. El primer libro de la saga fue publicado en 2013 y sí, lógicamente había que actualizarlo si querían mantener su espíritu fresco, pero se permitieron una serie de licencias que no le sentaron del todo bien a la historia. Claro que hay que entender que la serie no solo iba a llegar al público de las novelas, pero hubo determinados cambios y tratamiento de alguno de los personajes que no hicieron justicia a las personas creadas con sumo atino por la autora.

La apuesta por la ficción televisiva fue de dos temporadas desde un inicio, y sin duda, han aprovechado la segunda tanda -disponible desde este viernes 23 de julio en la plataforma- para, además de incorporar acertadamente a Benavent como productora ejecutiva, acercarse en mayor medida a las páginas de los volúmenes.

No cabe duda de que esto va a ser una buena noticia para los fans acérrimos de sus textos, por cómo la esencia de sus protagonistas se explora y se entiende en mayor medida. Las dinámicas que se generan tienen mayor sentido y, además, se han permitido 'reírse' de lo ocurrido en la primera temporada -la frase que abre esta crítica la enuncia la propia Valeria en la ficción-. Motivo por el que los nuevos capítulos son, sin duda, un éxito por partida doble.

Si algo define a la serie es el honesto retrato que realiza sobre un grupo de amigas que básicamente -como el resto de mujeres sobre la faz de la tierra- hacen y hacemos lo que podemos. Y esto es importante, porque comparten sus reflexiones en alto y a través de ellas se canalizan sentimientos comunes. Valeria (Diana Gómez), Lola (Silma López), Nerea (Teresa Riott) y Carmen (Paula Malia) hacen de su amistad su refugio y comparten, además de muchas alegrías, los estragos de un sistema laboral precario, de relaciones que no siempre son sanas o simplemente no funcionan, de familias que pueden o no acompañar y de expectativas destinadas a no cumplirse pese a lo muchísimo que social y culturalmente se nos hayan impuesto.

El éxito obligado a los 30 y la idealización de la 'valentía'

Las protagonistas de Valeria rozan la treintena. Un momento vital conformado por bofetones de realidad que cuesta afrontar. Algo que Leticia Dolera mostró de forma brillante en Vida perfecta, y que en la serie que nos ocupa vuelve a resonar. “Pisas los 30 y la mayoría te ve como un útero con patas”, expresan haciendo referencia a la obligatoriedad de la maternidad como objetivo máximo y único. También está la sensación de que al alcanzar esta década ya tienes que haber triunfado, ya tienes que haber hecho algo importante. Como si poder pagar un alquiler no fuera suficientemente trascendental y complicado.

Es cierto que aquí la serie no es realista del todo. Escuchamos a Lola decirle a Nerea “bienvenida a la clase media” cuando ésta ya no está dotada de recursos para comprarse el sofá más caro de todos; pero seguimos viéndolas derrochar dinero en cervezas por la Malasaña madrileña, lucir modelos de infarto cada día que se encuentran y cenar en restaurantes de etiqueta. No es incoherente, pero no todas las piezas encajan en este sentido. Por ello es tan valioso lo que ellas verbalizan, que sin duda es el punto fuerte de la ficción. Sus reflexiones, consejos, errores e intentos por hacer las cosas bien no son para nada impostados.

Es importante retratar lo que forma parte de nuestro día a día. Mostrarnos torpes, divertidas, inteligentes y genuinas. Bajar del pedestal la concepción de valentía como si tuviéramos de verdad que aceptar que cada logro ha de ser fruto de vencer una batalla. Imprimir de belicismo nuestra rutina solo genera o incrementa los problemas. Si todo va de ganar o perder -enfermedades incluidas-, el relato se vuelve injusto, irreal, frustrante e insano. Derribar las expectativas y, en este caso, explicar el proceso, es un muy buen ejercicio que, ojalá, fuera más común.

En busca de relaciones sanas

Valeria no es ajena a las relaciones sentimentales ni, por supuesto, sexuales. Partiendo de unas novelas con una fuerte carga erótica, el sexo no podía quedarse de lado. De nuevo el placer y el deseo están sumamente presentes, con mujeres que hablan, exigen y disfrutan sin tapujos.

Los conflictos sobre la necesidad de saber qué tipo de relación estamos compartiendo con la persona con la que nos estamos acostando, los posibles problemas de competitividad en una pareja que trabaja en la misma empresa y las dudas están muy presentes en esta temporada. Valeria y Víctor avanzan en una dirección, Lola intenta despojarse de Sergio, y Nerea ha salido del armario pero no por ello quiere decir que su primera novia tenga que ser la definitiva. El aprendizaje es constante y está contado con ritmo, con algún que otro recurso que aporta originalidad y rompe la propia estructura de la ficción.

Otro cajón que se abre son las consecuencias de infantilizar tanto a nuestras amistades como a nuestras parejas. Creernos con el derecho de tomar decisiones por otros dando por hecho que van a estar equivocados, privando al otro de que sea quien se arriesgue y saboree el resultado, ya sea bueno o malo. Replantearse a uno mismo y reflexionar sobre el 'yo' no es precisamente el deporte nacional de la humanidad, y por ello se agradece ver a quien lo intenta. La segunda temporada de Valeria ha puesto el foco sobre ello, dando un notable paso adelante al exprimir el valioso caldo de cultivo que brindaron las novelas de Benavent.

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