'Better call Saul' 1X03 Review: el suculento lado oscuro

Por Silvia MartínezSilvia Martínez

¡Al fin es martes! Lo que significa que tenemos ante nuestros ojitos el tercer capítulo de la temporada de 'Better Call Saul'! “Nacho”, dispuesto a hacer de los tediosos martes los nuevos viernes –sí, tenemos que obviar totalmente que después de los tres cuartos de hora de episodio volveremos a nuestra cruda realidad de entre semana.

Pero bueno, vamos al grano. La semana pasada acabamos preguntándonos cuánto tardaría nuestro Jimmy McGill en dejarse seducir por el suculento lado oscuro y buscar la salida fácil a su desastrosa situación económica. ¿Lo habrá hecho ya? O, ¿quizá James McGill es más honrado de lo que parece?

Veamos…

(¡Cuidado SPOILERS!)

‘Es sólo un montón de mierda de caballo’

Lejos de dar respuestas a nuestras preguntas, el 1x03 de 'Better Call Saul' se abre con más interrogantes, ¡bien! Esta vez, volvemos al pasado –no hay más que ver el teléfono móvil que entrega antes de entrar a la celda- para encontrarnos al aún-no-electrosensible Charles McGill dispuesto a hablar con su futurible cliente. Futurible y de rostro familiar: en efecto, es su hermano James, visiblemente más joven, acusado de delincuente sexual. Y por sus propias palabras, parece que de manera injusta. Pero de momento, aparte de la notable tensión entre los dos hermanos que deriva en que Charles tenga que pensarse mucho si defenderlo o no, poco más sabemos.

Dejemos esto aquí y volvamos al presente de 'Better Call Saul'.

Ni criminal, ni héroe

Parece que a nuestro Goodman le va el sexo telefónico a intempestivas horas de la madrugada con la abogada rubita del bufete “Hamlin&McGill”, aquella con la que compartió cigarrillo. Pero ante todo es un profesional y lo primero es lo primero: los Kettleman y su cuantiosa cifra de dinero. ¿Cuánto? ¿Dónde está? Saul no lo va a saber y nosotros tampoco porque la abogada no suelta prenda. Normal, ¿a quién se le ocurre llamar a las 2 de la mañana para hablar de trabajo? Si lo hubieras intentado realmente con el sexo telefónico, quizá habrías tenido más éxito, Goodman…

Pero lejos de tener ganas de dormir, Goodman vuelve al teléfono (esta vez, de una cabina) para sacar su lado más honrado y advertir a los Kettleman –que por Dios, ¡qué puñetazo en la cara más grande tienen!- de que su dinero y, lo que es peor, su familia, pueden correr peligro. Qué corazoncito tan grande tienes para lo poco que se te valora, Jimmy. ¡Y cuánto tiene Loquendo que envidiarte en lo que a maneras de distorsionar la voz se refiere, oigan!

Buscando a Nacho desesperadamente

Casualidades de la vida, a la mañana siguiente el augurio de Saul se hace realidad: los Kettleman no están en casa y todo apunta a que han sido secuestrados. Para más inri, la caravana del amiguito de Tuco Salamanca está fuera y tiene rastros de sangre...Parece que con o sin su ayuda, Nacho Varga ha decidido actuar por libre, por lo que el abogado busca desesperadamente ponerse en contacto con él para ofrecerle toda su ayuda. Es lo que tiene hacer negocios con narcotraficantes chungos, en cuanto les pasa algo, más vale estar ahí para ellos si no se quiere quedar uno sin cuello.

Después de largo rato llamando sin obtener respuesta, son los policías los que, de manera poco ortodoxa, van a por él por requerimiento del mismo Nacho, que está esperándole en comisaría un poquito…molesto. Y es que, contra todo pronóstico, resulta que Nacho no tiene ni idea de lo que ha ocurrido en el Hogar Dulce Hogar de los Kettleman. Es más, está más molesto por su suposición de que Saul ha sido el que se ha aliado con otro y le ha robado la idea, que por el hecho de estar detenido.

Bueno, por esto último también está molesto pero con la amenaza que le hace a Goodman si no lo saca de ahí, creo que ya tiene suficiente garante de que la estancia en comisaría le va a durar poquito.

“¡Aquí está Johnny!”

Siempre se ha dicho que el hombre trabaja mejor bajo presión. O a lo mejor no se ha dicho nunca, pero es lo que yo siempre he pensado: somos más productivos y tenemos mejores ideas cuando nos notamos con el agua al cuello…a Saul Goodman, por ejemplo, le ocurre. Tal es su horror ante las amenazas de Vargas que, al conseguir visitar la casa de los Kettleman –esta vez la abogada sí que le ha echado un cable-, se le ocurre toda una historia digna de la mismísima Jessica Fletcher sobre el paradero de los Kettleman: ¿Secuestrados? No, no. Fingiendo su secuestro, que es bastante diferente. Ahora sólo le queda averiguar dónde pueden haber ido teniendo en cuenta el pequeño detallito de que no han ido ni en coche, ni en autobús ni tampoco en avión.

Suerte que Mike Ehrmantraut tiene el pasado que todos sabemos que tiene y vale para mucho más aparte de para discutir sobre tickets de parking y le da la clave que Saul necesita para salvar su cuello: un hombre siempre necesita estar cerca de su hogar.

Y ahí es precisamente donde sorprende a los Kettleman –al más puro estilo Jack Torrance-, en una tienda de campaña situada en los terrenos cercanos a su vecindario cantando felizmente con sus hijos cual scouts en una reunión. ¡Si hasta en el coche tienen una pegatina de muñequitos yendo a acampar! Tan empalagosos como los Flanders pero cambiando la religión por el desfalco. Porque sí, el dinero también está con ellos y Saul lo acaba de comprobar por él mismo mientras forcejeaba con Betsy Kettleman para llevarla a casa.

¿Le saldrá bien la jugada? ¿Contribuirá a ayudar a la justicia nuestro Goodman? ¿O quizá ahora llegue a un acuerdo con los Kettleman? En una semanita, las respuestas.

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