CRÍTICA
'Adult Material': una patada a la entrepierna del porno que somete a los que lo hacen y consumen

Hayley Squires, como la actriz porno Jolene Dolar en 'Adult material'

Laura García Higueras

Una mujer se masturba grabando con su móvil su cara y gemidos en el asiento delantero de su coche. Segundos más tarde comprobamos que está sumergida en los rodillos de un túnel de lavado y que simplemente finge, portando en la mano con la que no se graba el bollo que se está desayunando. Así arranca Adult Material, la compleja, provocadora e incómoda miniserie de Channel 4 sobre la oscura trastienda de la industria del porno. Avalada por su éxito en Reino Unido, la ficción llega a España de la mano de Filmin, que estrena sus cuatro episodios de 45 minutos este 10 de noviembre.

Una ficción que gana relevancia por no centrarse en los blancos y en los negros de esta despiadada y consumidísima industria, sino que ahonda en unos grises a los que consigue sacar no solo brillo, sino también color. Lo que trasciende de esta desgarradora historia es la humanidad que rezuma su trama y, sobre todo, su protagonista, la actriz de cine X Jolene Dollar. Nombre que usa ante los focos, mientras que su real, el de la madre de tres hijos y esposa que llega a tiempo para prepararles la cena, es Hayley Burrows. Y Hayley Squires el de su intérprete, que tiene gran parte de culpa de la credibilidad y fuerza de esta miniserie. Con su presentación, el personaje inicia un rico arco que permite mostrar lo que se esconde tras tantas capas de maquillaje, operaciones estéticas y aparente seguridad en sí misma.

La Jolene que entra a plató, vestida siempre con los tacones más altos y llamativos del mercado, derrocha carisma, parece tenerlo absolutamente todo controlado; un control en realidad etéreo y prácticamente inexistente. Porque no puede. Ella misma expresa en un momento determinado que “todo el mundo tiene un precio”, para concluir que no, que lo que ocurre es que “no todos pueden elegir si lo tienen o no”. El porno la tiene absorbida en una espiral de violencia -no solo física- hasta el nivel de haber desdibujado los límites del consentimiento.

Por mucho que a la directora del colegio de su retoña adolescente le espete que le tiene envidia por trabajar en “la única industria del mundo en la que las mujeres cobran más que los hombres”, lo que ésta ha conseguido es que viva sin poder “hacer nada a menos que tenga público”. Polvos de antes de ir a dormir con su marido, incluidos. Pareja, por cierto, a la que encarna un Joe Dempsie aún más crecido que en la temporada final de Juego de tronos, donde muchos se escandalizaron por su agridulce escena con Arya Stark.

El consentimiento, la violencia y la ausencia de dogma

Por fortuna o por desgracia, el ser humano suele necesitar un batacazo, una mecha o un susto para reaccionar y romper con las dinámicas que pueden estar alejándonos de quienes realmente somos y lo que queremos. Esto es precisamente lo que le ocurre a Hayley, para quien la llegada de una chica nueva a los estudios genera en ella una serie de contradicciones peligrosas. En su primer día, el director de la película porno de turno, le pide que haga una escena que incluye sexo anal. Algo que ella en un principio se niega a hacer, y en lo que la veterana le insiste en que mantenga su postura. O al menos, que si acepta pida el salario más alto. Lo que en aquella grabación termina ocurriendo desata la vorágine de caos en ambas, y la ficción mantiene la intriga hasta su último episodio, imprimiendo tensión e intriga a la producción, al tiempo que permite ver las consecuencias que los actos traumáticos ejercen sobre todos nosotros.

He aquí otro de los puntos fuertes de una serie que es más explícita en lo narrado que en lo que muestra, y que precisamente por ello genera una mayor punzada en el estómago. Como también estremece lo sumamente por encima del bien y el mal que están los magnates que dirigen las millonarias empresas que producen porno. Y de paso, lo mucho que algunos de ellos también se ven envueltos en unas dinámicas en las que quizás no querrían formar parte, pero de las que por mirar hacia otro lado no dejan de ser responsables. “Que no estés no significa que no pase”, replica Hayley a su jefe sobre por qué deja a las “chicas” que graben solas con un hombre que suele acabar abusando de ellas. Y volviendo a los traumas, aquí igualan a todos los personajes. Tanto a la protagonista que fue obligada desde los 12 años a hacer mamadas al grupo de vecinos para que le dejaran jugar con ellos; como a su hija cuyo novio la despierta la mañana después de haber perdido la virginidad, con su pene metido en el culo, sin preservativo, sin haber preguntado, ni preguntar una vez ella se despierta. Violándola, vamos.

Porque más allá del porno, Adult Material incomoda y lleva a reflexionar sobre cómo las experiencias relacionadas con el sexo nos cambian para siempre, la forma en la que determinan la relación con nuestros propios cuerpos, el deseo, el miedo, el placer y, en última instancia, el mundo. Y no lo hace con un tono moralista, porque ninguno de sus personajes son ni santos ni villanos. Busca cuestionar sin dogmatizar, del mismo modo que no es gratuita a la hora de ser cruda cuando toca, y contenida cuando no.

El peligro de Internet y la importancia del lenguaje

Las drogas como forma de evasión, su incluso concepción de necesarias para ser capaces de soportar situaciones degradantes o simplemente dolorosas, formar parte de la miniserie. Ya sean la cocaína o el alcohol. Al igual que las enfermedades de transmisión sexual. Adulta Material gana por lo en serio que se las toma. “No son molestias, es dolor”, le corrige Hayley a su médico cuando le habla de los síntomas que produce la cistitis (infección de orina) -que también se aborda- llamando a las cosas por su nombre. Porque las palabras no dejan de ser determinantes a la hora de hacer perdurar en el tiempo injusticias, machismo, abusos de poder y discriminación. Decir en voz alta, gritar incluso, permite que aquello a lo que denomina exista. Y que cuanto más se hable sobre ello, antes deje de ser “lo otro”; que a menudo se convierte en lo menor, inferior y marginado.

En medio del tornado, Internet y las redes sociales se unen al huracán para desvirtuar, más aún, lo que las imágenes que consumimos y generamos llevan implícitas más allá del porno. Tanto como fuente de dinero y popularidad desmedida, como por lo sumamente peligroso que es que la línea entre lo virtual y lo real se difumine hasta confundirse. Su potencial para hacer caja complica la posible actitud crítica ante ello porque, siendo generador de ingentes cantidades de dinero, ¿a quién le va a interesar detener esa noria? Una forma de reacción es la que propone la protagonista, usarla para cambiarle el sentido a su favor. Aunque cabría preguntarse, ¿acaso lo hay?

Así, con una sucesión de interrogantes que interpelan -y sin dejar de entretener-, Adult Material se enfrenta a la tiranía y el riesgo de un porno que no representa; y de cuyo remolino y desorden forman parte sus protagonistas, a quienes aquí da voz. En especial, a su heroína que tiene clase hasta para ocultar la clamidia que le infecta un ojo, con un parche. Cual pirata que surca los mares sin miedo a dominar sus mareas, y que aquí tiene el reto de navegar con la brújula guiándole a ella misma, y no a lo que los demás excita y esperan.

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