CRÍTICA
'Brave New World' ('Un mundo feliz'), una modernización del clásico literario que peca de ser superficial

Alden Ehrenreich es John El salvaje en 'Brave New World'

Pedro Zárate

Antes de ver la adaptación de una obra literaria, a quien escribe estas líneas siempre le surge la misma duda: ¿es mejor que la adaptación sea fiel al material original o que se distancie lo suficiente para ofrecer algo nuevo y relevante? Al final y al cabo, si dicho material va a tener una adaptación es porque, como mínimo, ha tenido el suficiente éxito para merecerla. ¿Y quién se arriesga a tocar algo que ya funcionó con anterioridad? Habrá quien piense, al hilo de esta última pregunta, que adaptar cualquier obra literaria implica llevarse por delante multitud de matices por las limitaciones propias del medio audiovisual. Y además, que para qué queremos una adaptación fiel si para eso ya está el libro. Mejor arriesgarse y utilizar la materia prima simplemente para inspirarse y construir a partir de ella una historia diferente.

La última adaptación de Un mundo feliz (Brave New World), cuyo primer episodio llega este domingo a España a través de la plataforma Starzplay, juega a satisfacer ambas posturas, pero sin llegar a hacerlo con ninguna de ellas. Al menos tras lo visto en los primeros cuatro capítulos de la serie, que muestran un notable desinterés por seguir al dedillo el clásico de Aldous Huxley (1932), pero sin desviarse lo suficiente como para resultar irreconocible. Dicho de otra forma, la adaptación capitaneada por David Weiner cuenta algunos de los giros más importantes del libro, pero tomando un camino diferente que, según el caso, puede llamar la atención o resultar incómodo para los fans más acérrimos del libro.

Eso sí, todos ellos tienen lugar dentro del mismo universo, pues lo que sí mantiene con respecto a la novela es ese futuro distópico en el que los seres humanos son creados en laboratorios a partir de una escala de cinco clases sociales: los Alpha, los Beta, los Gamma, los Delta y los Epsilon. Los primeros son la clase dominante y los últimos la de menor rango, aunque las cinco son igual de importantes para mantener la estabilidad de una sociedad que prohíbe la familia, la monogamia y la privacidad, y donde conceptos como el miedo, el dolor o la tristeza no existen. Y si amagan con aparecer, pronto desaparecen gracias a la soma, una droga que controla o aumenta los niveles de felicidad que todo ciudadano de Nueva Londres debe mantener.

De esto último se ocupa Bernard Marx, un Alpha+ que despierta cierto recelo entre sus iguales por no comportarse y no haber sido creado como el resto de alphas. Algo que se nos cuenta con ahínco en la novela a través de un Marx amargado, descreído y solitario que aparentemente rechaza la sociedad en la que vive, aunque en realidad le gustaría encajar en ella como el Alpha+ que se supone que es. El Marx televisivo, en cambio, presenta todas estas características a un nivel mucho más bajo, resultando muy difícil reconocer en él al personaje en el que se inspira. Un distanciamiento que no tendría por qué que ser malo si no fuera porque el Bernard Marx interpretado por Harry Lloyd es tan simple que no funciona como vehículo para poner sobre la mesa los mensajes humanísticos e individualistas que Huxley arrojaba en la obra original.

Una adaptación que arranca sin la carga filosófica del libro

Y aquí está el principal problema del arranque de la serie, que los interesantes discursos que se podían extraer del libro se pierden en favor de una superficialidad que hacen de Un mundo feliz una producción ligera y entretenida, pero también más olvidable y menos interesante sobre la que reflexionar.

Como hija de su tiempo, esta versión televisiva a cargo de Peacock y Amblin –la productora de Steven Spielberg- apuesta por dar una mayor entidad al personaje de Lenina Crown (Jessica Brown Findlay), atisbándose en ella ciertas inquietudes que esperaríamos de Marx. Sin embargo, el personaje que más sale ganando con su salto a la televisión es John (Alden Ehrenreich), habitante de Tierra Salvaje, una especie de parque de atracciones al que acuden los ciudadanos de Nueva Londres para conocer cómo se comportan aquellos que siguiendo viviendo bajo los principios que ellos abandonaron tiempo atrás. Es decir, habitantes de un mundo que reivindica la monogamia, el individualismo, los conceptos de padre y madre y supera sus dolores y sus penas sin tomar un gramo de soma.

Weiner se preocupa por presentarnos a John y su entorno, incluyendo a su madre, Linda (Demi Moore) y al resto de salvajes que, y esto hay que reconocérselo a la serie, llevan a cabo acciones más interesantes que en el libro. La llegada de John a Nueva Londres será lo que, a priori, permita a la serie desplegar la carga filosófica y humanística del libro, aunque por ahora son una misteriosa subtrama en Nueva Londres que evoca a Yo, robot –hay una escena que recuerda inevitablemente a la película de Will Smith- y los planes de los salvajes los que invitan a pensar que Un mundo feliz puede llegar a ser una ficción satisfactoria y quedarse únicamente en la superficialidad, ligereza y mero entretenimiento de sus cuatro primeros episodios.

*El primer capítulo de Brave New World está disponible desde este domingo en Starzplay.

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