Crítica

'Deudas': las cuentas no terminan de salir en una comedia demasiado esforzada

Fotograma de 'Deudas'

Lorenzo Ayuso

“Yo follar. Yo follar a usted y a su madre”, dice el guardaespaldas Andrei (Michael John Treanor), con su inexpugnable acento ruso, para interrumpir una conversación entre Consuelo de la Vega (Mona Martínez) y su hijo Esteban (Javi Coll). Tras unos segundos de dilatación para reincidir en las posibilidades humorísticas de la palabra, el mafioso termina por dar la previsible resolución a la confusión: “Tú lo que quieres decir es fallar”. Acaso este intercambio de diálogos, que acontece al término del primer episodio de Deudas (Daniel Écija, 2021) sintetiza la naturaleza de la propuesta: esa vehemencia con la que se esfuerza por resultar ya no solo graciosa, sino irreverente, ante el público es también el principal obstáculo para que esta comedia sea de forma efectiva ambas cosas.

Al menos, esa es la principal conclusión que puede extraerse del comienzo de la nueva producción de Atresplayer Premium, en colaboración con Good Mood, que supone además el retorno de Daniel Écija al género. Realizar un examen crítico de una serie partiendo de su piloto como único aval es una tarea desagradecida, no ya para quien escribe sino para el propio objeto de estudio, con la responsabilidad de aglutinar las virtudes y defectos de todo el conjunto de entregas, extrapolándose las conclusiones. Sin poder hablar de una evolución y consistencia, solo queda plantear lo que esta carta de presentación promete que encontraremos después, una primera impresión que, en este caso, no responde a sus propios intereses.

Con un arranque que ya se hace precipitado, Deudas se embrolla rápidamente con una narrativa que nos deja a deber no pocos detalles desde un primer momento, a la par que nos obliga a fiar sin demasiados miramientos el conflicto en torno a dos familias, una arraigada en el barrio y otra afianzada en las élites y con conexiones políticas evidentes, con un local, espoleado con la muerte del patriarca de los primeros. La escuela de danza y artes que Pepa Carranza (Carmen Maura) regenta se convierte en el ansiado objeto de deseo de los De la Vega, que enseguida despliegan un arsenal de tácticas caciquiles contra sus enemigos. A falta de que sucesivos episodios ahonden en los motivos de esta enemistad y sobre todo del interés en ese humilde local (explicación que en la escena comentada al inicio ya se nos avisa que se dará próximamente), esta primera entrega se encomienda a la irreverencia y, como decía Maura en nuestra entrevista, a la ordinariez.

La serie trabaja un humor muy basado en referentes inmediatos: a las primeras de cambio se produce una mención a Pablo Escobar, por el parecido entre el narcotraficante y el padre de familia; algunas secuencias después, una alusión al Satisfyer succiona, con perdón, la atención en otra conversación. “La cantidad de famosos que he conocido en el trullo, la virgen”, resalta Iván (Pedro Ángel Roca), el sobrino de Pepa nada más abandonar la cárcel. El objetivo de estos guiños es claro: la de la familiaridad con el espectador a partir de un comentario de actualidad que resulte rápidamente reconocible. Una estrategia no tan distinta a las de sitcoms ya superadas como Aída (Nacho G. Velilla, 2005-2014), que jugaban la baza de su inmediata asimilación de los asuntos de interés de su contexto.

Estamos hablando de un consumo ligero, que busca que el espectador se reconozca con cierta facilidad en ese costumbrismo disparatado, en ese contexto dominado por las mismas referencias. En cierto modo, catártica: no será difícil conocer a mujeres como la que incorpora Maura, una viuda que sacrificó sus sueños (en su caso, la posibilidad de haber sido una “chica Almodóvar”) al formar una familia y ahora debe acarrear con las consecuencias de su decisión y, también, con la carga de sobrellevar una familia, siempre con mano firme. La calidez que emana de su funcional fotografía, con dominante anaranjada, refleja esta idea de visionado plácido. El mayor problema es que, en su empeño por acercarse y hacerse simpáticos, Deudas cae en la redundancia, en las reiteraciones. No puede asegurarse la comodidad de la audiencia si la comedia se torna forzada.

No es una cuestión de recursos, porque los tiene: ahí tenemos a una estupenda Mona Martínez con el personaje más divertido de la serie, esa pérfida señora de cardado inexpugnable y valores ultraconservadores que se la tiene jurada a sus vecinos. Tal vez porque no fuerza serlo, o porque simplemente su personaje no es consciente de ello. Quizás se trate, simplemente, de la gestión de dichos recursos: Estoy vivo, con similar equipo creativo, es un ejemplo modélico.

No tenemos certezas sobre el balance definitivo de estas Deudas, si se sobrepondrán a las debilidades de su comienzo, o si encontrarán tras este inicio apresurado un equilibrio que permita el desarrollo de la trama criminal que se intuye. Pero lo que sí podemos decir es que una mala gestión solo puede llevar a perder el interés.

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