Crítica
'Jurassic World: Campamento Cretácico': un cebo elemental con instintos de depredador

Arte de 'Jurassic World Campamento Cretácico'

Lorenzo Ayuso

En términos comerciales, la existencia de un spin-off animado y con vertiente aparentemente infantil de la franquicia iniciada con Parque Jurásico (Jurassic Park, Steven Spielberg, 1993) se adecuaría a la visión de negocio que planteara en aquella el infausto abogado Donald Gennaro (Martin Ferrero) cuando, ante la pretensión de John Hammond (Richard Attenborough) de que su vergel de dinosaurios a todos los públicos y bolsillos: “Claro, y disfrutarán. Tendremos un día a precio especial, o algo así”. En esencia, Jurassic World: Campamento Cretácico (Jurassic World: Camp Cretaceous, Zack Stentz, 2020) responde a esa visión de negocio para una saga que comenzó a fagocitarse a sí misma con apetito carroñero con Jurassic World (ídem, Colin Trevorrow, 2015): un producto derivado a coste (relativamente) reducido, destinado al consumo doméstico de los pequeños, con el que amortizar la marca y garantizar su continuidad en cartel, adecuándolo a las nuevas vías de negocio a través de plataformas.

Continuidad, como decíamos, que no evolución. Porque si algo hacía Jurassic World era picar la piedra de ámbar que conservaría Parque Jurásico para replicarla con no poco cinismo, simulando una falsa relectura de sus imágenes. Garantizar el ajuste canónico a la línea genética, la familiaridad, sin importar perder por el camino la capacidad de maravillar que sí disponía aquella. El margen que eso le concede a Campamento Cretácico para aventurarse por senderos autónomos es evidentemente angosto, al escribirse como una historia paralela a la de la recuela protagonizada por Claire Dearing (Bryce Dallas Howard) y Owen Grady (Chris Pratt) -lo que implica la presentación de líneas argumentales cruzadas, cuya resolución se escamotea para incitar el visionado transversal- y más aún con el hándicap del formato y target al que se destina.

El producto resultante adolece de una excesiva funcionalidad, especialmente en lo que concierne a unos personajes con interés reducido (y un diseño menos trabajado que el de los saurios) y a un sentimentalismo machacón, con el que transmitir mensajes positivos sobre el valor de la amistad y el compañerismo.

Conciencia del pasado fosilizado

Aun así, pese a lo formulario de su desarrollo, esta iteración jurásica demuestra no solo consciencia sobre su propia naturaleza derivativa, sino empeño por trascenderla. Se observa al recluir a los ya reconocibles tiranosaurios y velocirraptores, acaso las grandes bestias que se esforzaba en ocultarnos en el primer Parque Jurásico para avivar la tensión, en una primera escena que, además, se nos revela como puro simulacro: se trata del final del videojuego comercializado por la nueva empresa responsable de Jurassic World, en un movimiento metarreferencial no exento de agudeza y, por qué no, de ironía: al fin y al cabo, ¿no es eso mismo lo que la película a la que Campamento Cretácico sirve como producto secundario? Limitado en sus movimientos y en la disposición de criaturas por la lógica interna del universo que comparten, el relato aprovecha los escenarios de una forma análoga, por momentos, a lo que hacía la simpática Parque Jurásico III (Jurassic Park III, Joe Johnston, 2001) cuando revisitaba los lugares reconocibles de El mundo perdido (The Lost World: Jurassic Park, Steven Spielberg, 1997) una vez desvaídos por el paso del tiempo.

Quizás sea la segunda de las secuelas de la serie -la primera en la que Spielberg delegaba la labor de dirección- la más afín a esta nueva propuesta. Como aquella, que se aproximaba al mundo ideado por Michael Chrichton con una modestia e ingenuidad narrativa inédita en sus antecesoras, se configura como una aventura juvenil sobre adolescentes extraviados en entornos hostiles y alejados de toda figura de autoridad; incluso Darius (Paul-Mikél Williams), el líder del grupo, comparte la pasión paleontológica con el Eric Kirby (Trevor Morgan) que se perdió en 2001 en los confines de la Isla Sorna, siendo ambos admiradores confesos del Dr. Alan Grant (Sam Neill). Incluso la propia emboscada de los pteranodones en el séptimo episodio, Último día de campamento (Last Day of Camp, Eric Elrod, 2020) remite a una de las set pieces principales de Parque Jurásico III, lo que refuerza el vínculo entre ambas y una similar consideración de Campamento Cretácico como entrega menor pero eficiente.

En busca de la maravilla

De hecho, demasiado eficiente, pues en su simpleza expone el mal que hizo de su hermana mayor, Jurassic World, un gigante extinguido ya en su estreno: la ausencia del sentido de maravilla, sustituida esta por la familiaridad, por una sensación de inmovilismo imperturbable al citar las imágenes del pasado. Sin sorpresa, al espectador solo queda disfrutar de una previsibilidad con efecto sedante.

Ninguno de los protagonistas de Campamento Cretácico, salvo Darius, parece albergar ya emoción alguna ante la posibilidad de observar a un dinosaurio aun en su majestuosidad. Para contrarrestarlo, el sexto episodio, Bienvenidos a Jurassic World (Welcome to Jurassic World, Michael Mullen, 2020), compone una radiante secuencia a partir del fenómeno de la bioluminiscencia, cuando los jóvenes comparten un “baño de luz” en la oscuridad con unos parasaurolophus plácidos y ajenos a la acción del hombre: la propia naturaleza de esta reacción nos hace pensar en las infinitas capacidades de la naturaleza para asombrarnos, y de los misterios que aun penden de resolución de los dominadores prehistóricos del planeta.

Y del potencial para asombrar al de impactar, que se prueba aún posible con el último capítulo, Final de línea (End of the Line, Zesung Kang, 2020), que juega a cuestionar la previsibilidad de la fórmula y a devolver al espectador a un estadio donde todo puede suceder, incluido la muerte de un personaje por inocente que sea. Lástima que luego se nos acabe revelando la inevitable trampa aparejada, restándole ferocidad a la operación y devolviendo a esta serie a una sensación de seguridad exigida para garantizar su consumo asequible (la mercadotecnia parece asegurada, con ese adorable bebé anquilosaurio con coraza a prueba de escaparates). Aunque haya sido concebida para servir como carnaza, resulta loable que procure soltar algunas dentelladas antes de que piquemos.

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