Especial

10 ficciones televisivas para mantener bien presente la memoria de las víctimas del Holocausto

Fotogramas de 'Holocausto' y 'Hunters'

Lorenzo Ayuso

Holocausto, miniserie producida para la estadounidense NBC en 1978, sirve como prueba del poder catalizador de la televisión en el imaginario colectivo. Ocho premios Emmy y dos Globos de Oro consolidan su impacto en la sociedad estadounidense, que siguió con suma atención los cuatro episodios de la miniserie, dirigida por Marvin J. Chomsky (especializado en narrativizar capítulos vergonzosos de la historia, como demostró en Raíces), pero estos galardones no reflejaron su trascendencia a nivel internacional, y especialmente en la Alemania Occidental, donde algo más de treinta años después se enfrentaban a un término, “holocausto”, que había permanecido soterrada desde entonces.

La serie, ofrecida en España a través de TVE, suponía la primera gran dramatización de la Shoah por parte de la industria hollywoodiense, y se beneficiaba de contar en su reparto con grandes nombres como el de Meryl Streep y James Woods, y contribuyó a que esa nación se abriera a hablar sobre el capítulo más abyecto de la historia del siglo XX. Hasta entonces, solo había sido abordado en formato documental, con Noche y niebla de Alan Resnais como uno de los ejemplos más enfáticos en mostrar tanto el mal de los campos de concentración en su faceta más banal y cotidiana, adoptando la perspectiva prototípica de un prisionero. Más allá de ejemplos como este, los documentales se habían centrado en los perpetradores del genocidio, no de sus víctimas.

La conmoción de enfrentarse a 'Holocausto' en Alemania

De ahí, la conmoción provocada por Holocausto. Emitida en la WDR pese a la controversia y a las amenazas de grupos neonazis, que llegaron a atentar contra algunas antenas de emisión para tratar de boicotear la retransmisión, alcanzó condición de acontecimiento en la República, donde alrededor de un tercio de la población vio al menos uno de los episodios. Así recoge BBC, que también coloca otro dato representativo: la cadena recibió en torno a 10.000 llamadas de ciudadanos que quisieron expresar su desazón por el relato que hacía la ficción de los acontecimientos. Algunos antiguos soldados, también avergonzados por su contribución al III Reich, también se pusieron en contacto con el canal para verificar las situaciones retratadas.

En 2018, 39 años después del primer pase, la televisión alemana reponía esta ficción. Argumentaba la radiotelevisión pública británica en su análisis que el momento no podía ser más adecuado, dada la deriva sociopolítica de Alemania: una encuesta de la Fundación Körber revelaba que menos de la mitad de los jóvenes de 14 a 16 años sabían qué era el complejo de Auschwitz, donde fueron asesinados 1 millón de judios; entre tanto, los movimientos de extrema derecha que se han impulsado en Europa también se han hecho notar en el país a través de Alternative for Germany, formación euroescéptica y xenófoba liderada por Jörg Meuthen, se ha convertido en tercera fuerza a escala nacional en Alemania, con un progresivo aumento de popularidad especialmente a partir de 2016.

La ficción, ha quedado claro, ejerce un papel crucial para mantener el recuerdo de los crímenes perpetrados por el nazismo, así como de las víctimas, cifradas de forma oficial en torno a los 6 millones. Para mantener la conversación abierta, tal y como ocurrió en el momento de la emisión de Holocausto. Especialmente en el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, que se celebra cada 27 de enero.

De la historia Fania Fenelon a la evasión de Sobibor

En ese aspecto, ha habido una evolución en el tratamiento de la temática en la ficción estadounidense, la que goza de ejemplos más reconocibles y al alcance de los espectadores. Tras Holocausto, durante los años ochenta proliferaron nuevas producciones televisivas que abordaban el genocidio a través de diferentes perspectivas, acercándose a personajes y a hechos concretos, también con la presencia de nombres de primer nivel en sus filas creativas.

Véase el caso de Música para sobrevivir, tv-movie para CBS en torno a la autobiografía de la pianista Fania Fenelon, que sobrevivió gracias a formar parte de la Orquesta de Mujeres de Auschwitz, que interpretaba música de acompañamiento para los presos y de distracción para las SS. Adaptada por Arthur Miller, gozó una audiencia de más de 20 millones de espectadores, a pesar de las amenazas de boicot, en este caso, de organizaciones judías y del enfado de la propia Fenelon, debido al casting de Vanessa Redgrave, famosa por apoyar la causa palestina y criticar con dureza a Israel (la pianista, medio-judía, esperaba haber contado con Liza Minnelli en el papel principal). Redgrave, pese a todo, obtendría el Emmy a mejor actriz de miniserie, que también se llevó el que la reconocía como mejor especial dramático (habrán de sumarse el galardón a Miller por su guion y a Jane Alexander, por su interpretación de Alma Rose, la exigente directora de la orquesta).

La evasión de cerca de la mitad de los presos del campo de exterminio de Sobibor de 1943 daría pie a una novela de Richard Rashke, Escape from Sobibor, que sería a su vez la base de una miniserie británica homónima protagonizada por Alan Arkin y Rutger Hauer. Dirigida por Jack Gold con un tono más cercano al cine bélilco, disponible en su versión internacional condensada de 148 minutos en Amazon Prime Video (la emitida en 1987 en Reino Unido tenía una duración de 176 minutos) se llevaría el Globo de Oro a la mejor miniserie o tv-movie, así como la estatuilla a mejor actor de reparto de la misma categoría para Hauer.

La vida y obra de Simon Wiesenthal, a través de dos tv-movies

Otro buen ejemplo es el del legendario cazador de nazis Simon Wiesenthal, superviviente también del holocausto que tras ser liberado, se dedicó a investigar de forma minuciosa el paradero de criminales nazis para llevarlos a la justicia, y que daría nombre al Centro Simon Wiesenthal, con el empeño de combatir el nazismo y el antisemitismo a nivel internacional. Más allá de intrigas pulp tan disfrutables como Los niños del Brasil, cuyo protagonista, Laurence Olivier, se inspiró de forma evidente en el austríaco, encontramos dos tv-movies casi complementarias en la recta final de los años ochenta que lo retratan de forma amplia, no solo en su faceta de investigador.

Es el caso de Wiesenthal, los asesinos entre nosotros, coproducción entre Estados Unidos, Alemania, Reino Unido y Hungría en la que Ben Kingsley encarna a la personalidad, trabajo por el que sería candidato al Emmy y al Globo de Oro en la temporada de premios de 1989-1990. El relato comienza precisamente con su entrada en el campo ucraniano de Janowka y sus sucesivos traslados hasta su liberación en Mathausen, antes de iniciar su caza de nazis en 1947, con la fundación del Centro de Documentación Judía.

HBO estrenó aquella en abril de 1989, apenas ocho meses antes de que Martin Landau recreara a Wiesenthal en Zalesie, el campo de la muerte, también conocida como Max y Helen (traducción literal del título original) de TNT. En este caso, se basaba en Max y Helen. El holocausto y una historia de amor, novela escrita por el austríaco (adaptada por Corey Blechman), que dramatiza la historia de una pareja de judíos (Treat Williams y Alice Krige) separada durante la guerra, y cuyo testimonio resulta vital para dar captura al jefe del campo donde ella estuvo, que abusó sexualmente de ella (quedando además embarazada. Este nazi, bautizado Schulze en la novele (salvo el investigador, el resto de nombres fueron alterados) pudo rehacer su vida en Alemania como trabajador de una fábrica, añadiendo mayor carga de vergüenza a la historia.

Entre los años noventa y los primeros dos mil podemos encontrarnos otros tantos ejemplos que mantienen la misma línea ya planteada en la década previa: dramatizaciones de historias personales dentro de los campos de concentración, a menudo partiendo de trabajos literarios previos.

Tenemos, por ejemplo, Vivencias de la guerra, de Showtime, que parte de la novela La aritmética del diablo de Jane Yolen y cuenta con la particularidad de introducir una perspectiva contemporánea, al convertir en protagonista a una joven judía americana (Kirsten Dunst) desconocedora de la historia de su familia. Esta se transporta al pasado, durante la celebración de una fiesta judía, para conocer de primera mano los horrores que experimentaron.

También de Showtime es El peso del pasado cuenta la historia de la doctora rumana Gisella Perl a partir de su propio libro, I was a doctor in Auschwitz, donde abundó en sus experiencias como prisionera en en Auschwitz, donde Josef Mengele le encargó la tarea de servir como ginecóloga a otras internas, sin tener el instrumental necesario ni anestésicos.

Rebelión en Polonia, con David Schwimmer entre sus protagonistas, no parte de fuentes literarias pero, como Escape de Sobibor, se centra en otra de las grandes revueltas contra los nazis, la que tuvo lugar en el gueto de Varsovia en 1943, para tratar de impedir el traslado de los ciudadanos judíos que quedaban a los campos.

'Hunters', el ajuste de cuentas

En fechas recientes, la representación y memoria de las víctimas del Holocausto se plantea desde el prisma del género. Supone, en cierto modo, una asunción del imaginario dentro de unos parámetros pulp. En The Strain, que trabaja en dos líneas temporales fundamentales, la contemporánea y la del holocausto, se coloca en la expansión del nazismo el germen del virus vampírico, literalizando la metáfora del monstruo nazi (Thomas Eichors, interpretado por Richard Sammel) y convirtiendo al prisionero judío Abraham Setrakian (David Bradley en su versión anciana) como el eje moral de la historia partiendo de sus experiencias en el campo de Treblinka.

Sin embargo, la que lleva más allá esta aproximación es la reciente Hunters, no en vano criticada por el Museo de Auschwitz por “irrespetuosa” con la memoria de las víctimas por su forma de abordar los horrores del exterminio.

La creación de David Weil elabora una trama en la línea de la ya mencionada Los niños del Brasil, en torno a una conspiración para reconstruir un IV Reich a escala internacional durante los años setenta, con alemanes infiltrados en la política americana; y una sociedad secreta dedicada a frustrar sus planes; al frente, un millonario judío con los rasgos de Al Pacino, a medio camino entre Simon Weisenthal y el Max de la novela de este, superviviente del holocausto en continua lucha contra el régimen ahora subterráneo.

La ficción, como ya expusimos en nuestra crítica, se enfrenta a problemas tonales evidentes, moviéndose entre visiones más académicas del holocausto y un tono más socarrón y tebeístico, pretendidamente deudor de Malditos bastardos de Quentin Tarantino. Existen escenas poderosas, e incluso conflictivas, como aquella que se reapropia de una de las imágenes imposibles del trauma colectivo, la de las cámaras de gas, para ajusticiar a una ya anciana nacionalsocialista en la ducha de la vivienda donde vive ajena a su culpabilidad. Sin embargo, uno de los motivos de crítica más encendida a la serie tenía que ver con otra escena del mismo episodio, que reproduce una partida de ajedrez humano en la que los nazis utilizaban a prisioneros reales a los que obligaban a matarse como piezas.

“Inventar un juego falso como este no solo supone una tonta y peligrosa caricatura, sino que además, da alas a futuros negacionistas”. Weil, nieto de una superviviente de la Shoah, pretendía justo lo contrario: “Los nazis perpetraron toda clase de acciones de sadismo, e incluso hay pruebas de juegos de crueldad contra sus víctimas. Simplemente no quería recrear situaciones de trauma reales”.

Esta discusión es, salvando las distancias, equivalente a la que pudo surgir con Holocausto, criticada por simplificar la historia del exterminio. En cualquier caso, en momentos de auge de la extrema derecha, así como de discursos xenófobos, la existencia de series como esta permite recuperar una memoria difícil de mantener presente.

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