Especial

George A. Romero, más allá del zombi en TV: del debut con Mr. Rogers a su despedida con 'Phineas y Ferb'

George A. Romero, más allá del zombi en TV

Lorenzo Ayuso

Solía atribuírsele a George A. Romero una frase en la que se comparaba a sí mismo con los zombis a los que insufló vida hace algo más de media centuria: “Soy como ellos. ¡No me quedaré muerto!”. Se cumplen tres años de su fallecimiento y esta promesa parece quedar corroborada con la reciente recuperación de The Amusement Park, un mediometraje que dirigiera en 1973 y que nunca viera la luz... hasta que la viuda del director, Suzanne Desrocher, emprendiera a través de su fundación una restauración del metraje original a fin de resucitarlo. El filme, una alegoría sobre el envejecimiento y el maltrato de la sociedad estadounidense a los mayores, fue un encargo de la Sociedad Luterana, en una época en la que el cineasta de Pittsburgh diversificaba sus intereses más allá del género de terror en sí mismo y más allá también del mismo medio cinematográfico.

A falta de que esta obra inédita concrete su distribución internacional -de negociar los derechos de difusión mundial se encarga la empresa Yellow Veil Pictures, tal y como anunció a finales de junio Bloody Disgusting-, está por alimentar el renovado interés en torno al padrino de los muertos vivientes, cuya archiconocida, a menudo pedregosa, trayectoria encuentra algunas vetas que aún no han sido exploradas a conciencia, y que nos conducen a la televisión. Al fin y al cabo, la turba de antropófagos a los que organizó e hizo evolucionar como especie cinematográfico a lo largo de más de 40 años -los que separan su seminal debut, La noche de los muertos vivientes, de su última pica, La resistencia de los muertos- se llevó inevitablemente la mayor atención por su voracidad sin igual, lo que ha mantenido en cierta oscuridad otras parcelas de trabajo de Romero. Parcelas en las que, eso sí, demostró una coherencia admirable.

Así, podemos encontrarnos con el que este neoyorquino de nacimiento con orígenes gallegos y lituanos siempre listó como su primer trabajo como realizador: Mr. Rogers Gets a Tonsillectomy, un segmento para Mr. Rogers's Neighborhood, el icónico programa infantil de la televisión pública estadounidense al que Tom Hanks diera nueva proyección con el reciente biopic Un amigo extraordinario. Fred Rogers sería, recordaba, quien le diera su primera oportunidad; al fin y al cabo, la producción de este formato se radicaba en Pittsburgh, donde Romero se crió y vivió hasta principios de los dosmil. Su vinculación con este programa podría haber ido más allá, incluso, pues pensaba en Betty Aberlin, compañera de reparto de Rogers, para uno de los roles principales en La noche de los muertos vivientes. No obstante, esta elección de casting se probó demasiado arriesgada para Rogers, quien preferiría que las salpicaduras de sangre no llegaran en modo alguno a su “vecindario” televisivo y vetó la decisión. Nada, por otro lado, que el director no viera comprensible.

Antes de que La noche de los muertos vivientes cayera en 1968 para alumbrar un nuevo panorama del terror, lejos ya de los lugares comunes y más inofensivos que se habían convertido en habituales, la vida diurna de Romero se dedicaba pues al medio televisivo, con otros cortometrajes de corte divulgativo como How Light Bulbs are Manufactured, Things with Wheels and Things That Feel Soft; pero también en el mercado publicitario: a través de The Latent Image, se probaría como realizador de spots televisivos durante los sesenta. Algunos como el que reproducimos bajo estas líneas para Calgon evidencian ya un claro interés narrativo que trascendía los propios límites del formato (de forma casi literal), así como una claridad expositiva elogiable para una pieza de tan corta duración. La capacidad de generar una cierta sensación de maravilla se resume en la máxima de su autor: “El solo hecho de que pienses algo implica que, en algún lugar de tu mente, eso es creíble para ti. Lo que tienes que hacer es convencer también a tu público de que es posible”.

El siguiente esfuerzo en el largometraje del grupo que concibió La noche..., There's Always Vanilla, resultó decepcionante y, a la par que causó la disolución del bloque creativo, llevó a Romero a repensar su trayectoria, en la que el deporte tendría una importancia capital: partiendo de O.J. Simpsons: Juice on the Loose, sobre la figura del por entonces ídolo del fútbol americano, Romero abordaría la producción y dirección de hasta 17 documentales deportivos para televisión durante los años setenta. Una década, esta, en la que también filmaría espectáculos como Magic at the Roxy (ABC), especial de ilusionismo que supuso una de las primeras apariciones televisivas de un joven David Copperfield. Es en esta misma época cuando ofreció sus servicios a la Sociedad Luterana para ese The Amusement Park que ha permanecido cerrado hasta fechas recientes.

Ya en los ochenta, la popularidad de Creepshow le permitiría volver en condiciones muy diferentes a televisión. Siguiendo el modelo del filme, pero sin utilizar la marca, planteó una fórmula análoga con Tales from the Darkside, una antología televisiva en la que asumió la producción ejecutiva junto a su socio de la época, Richard Rubinstein (hermano de Donald Rubinstein, responsable de algunas de las músicas más destacadas del cine de Romero, las de Martin y Los caballeros de la moto, además de la posterior El rostro de la venganza y de la propia sintonía de la serie). En total, el título se mantendría durante cuatro temporadas en antena, con participación de Romero en algunos episodios en calidad de guionista, empezando por el primero, Trick or Treat (en el que cedió las labores de dirección al también actor Bob Balaban). El capítulo en cuestión, salvando las distancias, podría hermanarse en tono al quinto y último segmento de Creepshow, They're Creeping Up On You.

A estas alturas, el nombre de Romero era una marca como tal, que permitía anticipar un estilo, una forma de concebir el terror que había quedado patente en sus sucesivos acercamientos a los gules que resucitó en 1968, así como en sus aventuras deudoras de la EC Comics que urdió a medias con Stephen King. Sin embargo, tras la mala acogida de El día de los muertos, su carrera posterior arrastraría un cierto desencanto que duraría su contrato con Orion Pictures, bajo el que dirigió Atracción diabólica y La mitad oscura. En los años siguientes, se vio en la complicada tesitura de trabajar entre bambalinas, abocetando guiones para películas de estudio que se probaron demasiado audaces o demasiado violentos para los afanes de los grandes estudios.

Siendo el complicado rodaje de La mitad oscura (donde tuvo serios encontronazos tanto con Timothy Hutton como con el director de fotografía, Tony Pierce-Roberts) el último que se albergaría en Pittsburgh, Romero se conformaría durante los noventa con volver a la dirección de piezas publicitarias: ahí está su spot para el lanzamiento de Resident Evil 2, protagonizado por el malogrado Brad Renfro; un videojuego en cuya adaptación cinematográfica, por cierto, estuvo involucrado en fases iniciales de desarrollo.

Scream, el videoclip que dirigió para Misfits (a cambio del favor que le hicieron participando en El rostro de la muerte) sería el trabajo con el que cerraría una década aciaga, la de los noventa, antes de iniciar un periodo de reivindicación autoral en la siguiente. El interés renovado en si obra a raíz de El amanecer de los muertos, notable remake de Zack Snyder sobre su Zombi, y la aguda Zombies Party (cuyo título original ya plasmaba su herencia, Shaun of the Dead) allanarían el terreno a La tierra de los muertos vivientes, cuarto capítulo de su particular tratado sobre el mito que concibiera. Su nombre serviría como reclamo para el filme, algo que no se tomaría a la ligera. A estas alturas de su carrera, tras numerosos sinsabores, tenía plena conciencia de sus intereses y, por lo tanto, de sus condiciones para ejercer, de nuevo, como realizador de encargo.

“Es la razón por la que no he querido dirigir un episodio de Masters of Horror si no podía escribirlo yo, así como tampoco he querido dirigir ningún episodio de The Walking Dead. Es decir, tampoco me interesan. Quiero hacer mi propio trabajo, y la escritura es mi primera línea de defensa. No puedes defender algo con ahínco si no lo has escrito tú”, reflexionaba al respecto para Little White Lies. De ahí que nunca llegara a unirse a otros colegas como John Carpenter, Dario Argento o Stuart Gordon en la antología de FX ideada por el inquieto Mick Garris; como tampoco se involucró en la adaptación de la grapa de Robert Kirkman aun estando involucrado Greg Nicotero, otro oriundo de Pittsburgh a quien descubriera cuando solo era un adolescente y aspiraba a ejercer la medicina. Su desdén por los derroteros que había tomado el zombi en la cultura popular, vaciados de significado, también explicarían esta decisión y su desdén por el panorama.

Así, su último crédito no ya televisivo, sino profesional, antes de su deceso el 16 de julio de 2017, sería en un episodio de Phineas & Ferb, Night of the Living Pharmacists, que servía también como homenaje a su corpus; no deja de ser atinado que su personaje en la animación Disney sea el de un reportero televisivo en medio de un caos desencadenado. ¿No ejerció él como cronista del apocalipsis inminente al que se aboca la sociedad estadounidense en cada una de sus historias de necrofagia post-mortem?

Entretanto, no dejaría de desarrollar proyectos, en efecto escritos por él, que no pasarían de la fase de gestación. Ante la larga lista de proyectos abortados, The Amusement Park abre una nueva vía para el estudio de su carrera, una carrera que se ramifica y despieza como uno de esos entrañables destripadores suyos. En efecto, ¡no le pararán ni muerto!

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